domingo, 17 de noviembre de 2013

Adam Michnik: “Creo que el general Jaruzelski defendía el interés nacional de Polonia”



 Adam Michnik es una de las grandes figuras que protagonizaron la democratización del Occidente secuestrado por la Unión Soviética después de la II Guerra Mundial. Un periodista político e intelectual a la misma altura de Václav Havel, quien llegaría a la Presidencia de Checoslovaquia. Ahora la editorial Acantilado publica En busca del significado perdido, una colección de ensayos en los que pasa revista a aquellos años terribles y decisivos.

Aunque las diferencias entre la dictadura del general Franco y la Polonia comunista sean enormes (Leszek Kolakowski no tuvo empacho en señalarlas en los años 60 y 70), España y Polonia afrontaron dos procesos de Transición ejemplares. Pero hoy, tantos años después, españoles y polacos parecemos sentir una cierta decepción ante la democracia, quizá porque tales procesos fueron resultado de una enorme “ilusión histórica” colectiva, mientras que la democracia solo implica diálogo y negociación, un sistema imperfecto donde nadie pierde o gana pero se defiende a las minorías; un cauce aburrido y nada mágico: nunca llega a ser la panacea que resuelve el futuro a golpe de varita.

–Usted se considera hoy, en cierto sentido, un “idealista sin ilusiones”.

–Yo sé que España y Polonia atraviesan por serias dificultades, pero ni los polacos cambiaríamos la situación actual  para volver a la dictadura comunista, ni los españoles al régimen de Franco. Y aquí estamos todos de acuerdo: hoy los nostálgicos franquistas, si alguien les votara, podrían beneficiarse del orden democrático; de la misma forma que los viejos comunistas pueden estar hoy en la política de Polonia.

–Cuando el movimiento sindicalista Solidaridad comienza sus actividades en 1979, aún estaban recientes dos grandes heridas. Los tanques soviéticos habían aplastado la Rebelión de Hungría en 1956, lo mismo que las tropas del Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga en 1968. ¿Por qué fracasaron?

–En Hungría hubo exceso de confianza en las propias fuerzas y en el apoyo occidental, y mucho romanticismo, pero aún gobernaba Nikita Jruschov y había estalinismo puro y duro, pese al XX Congreso del PCUS (donde se hizo la primera crítica al estalinismo y al culto de la personalidad). En Checoslovaquia, la causa principal fue la Doctrina Breznev, que daba “autonomía limitada” a los países satélites; es decir: siempre que se sometieran a los intereses de la URSS. Polonia tuvo un proceso específico, se actuó con coraje y astucia, con prudencia, y además fue decisivo que Mijail Gorbachov decidiera romper con esa doctrina. Nosotros nos dimos cuenta de que podíamos conseguir mucho de lo que soñábamos, aunque el poder comunista lo controlaba todo: el Gobierno, la Administración, la propaganda, los medios, la policía. Para mí fue muy importante el modelo de la Transición española, sobre el que he escrito y hablado mucho. Había que alcanzar un compromiso entre la oposición y el ala reformista del partido en el poder: el POU (Partido Obrero Unificado). Los españoles nos habían dado una gran lección con aquel proceso transformador sin revancha, como si las dos partes se dijeran: “La guerra civil ha terminado, avanzaremos juntos sin matarnos los unos a los otros”.

–Tras la legalización de Solidaridad, la situación se complica y el general Wojciech Jaruzelski  impone la Ley Marcial durante ocho largos años. Usted no le ha condenado sino que hoy, incluso, le defiende de cualquier linchamiento histórico, aunque con matices, claro.

General Wojciech Jaruzelski
–Sí, hoy le defiendo, aunque en aquel momento no lo hacía. Jaruzelski se enfrentaba a un gran dilema. O bien él sometía a la oposición, o bien lo hacían los soviéticos. Y además no podía olvidar  la suerte que corrieron Imre Nagy, presidente del Consejo de Ministros húngaro, que fue fusilado; y Alexander Dubcek, primer secretario del Comité Central del PC checo, quien fue conducido a Moscú esposado. Yo creo que Jaruzelski defendía en su fuero interno el interés nacional de Polonia. Visto desde hoy, pero también desde la perspectiva de 1989, resulta evidente que fue mejor la Ley Marcial impuesta en Polonia que otra invasión del Pacto de Varsovia. 

–En 1965, durante el Concilio Vaticano II, los obispos polacos encabezados por el cardenal primado Stefan  Wyszynski y el arzobispo metropolitano de Cracovia, Karol Wojtyla, se reconciliaron con los alemanes, lo que desencadenó una gran “batida” en Polonia contra ellos y la Iglesia Católica.

–El régimen comunista reaccionó con una brutal campaña de propaganda. Los obispos fueron acusados de actuar contra el Estado y la consigna fue: “Ni olvidaremos ni perdonaremos”. Y estalló el sentimiento de agravio silenciado durante mucho tiempo. El objeto del odio popular eran, naturalmente, los alemanes, pero las autoridades comunistas lo manipularon y lo dirigieron hacia los obispos. Los comunistas de Cracovia, por conducto de un comité de obreros de Solvay, enviaron una carta al arzobispo Wojtyla en la que mostraban su indignación, reprochando que nadie les había autorizado a tomar esa postura, pues concernía a todos los polacos y sólo el Gobierno tenía la potestad de hacerlo. Wyszynski (que era un hombre con mentalidad de principios de siglo, cuando el primado se convertía en regente en ausencia del presidente, y al que habían inducido a adoptar esa defensa de los derechos humanos, cosa de masones) se excusó a sí mismo. Mientras que el futuro Juan Pablo II hizo una profunda defensa de aquella declaración en la que desarrollaba cuáles eran las motivaciones del diálogo, el perdón y la reconciliación con los alemanes.

–Durante la dictadura comunista hubo muchos “ojeadores” y “batidas” contra los disidentes. Entre las figuras que fueron objeto de persecución destaca Ceszlaw Milosz, el gran poeta polaco, premio Nobel en 1980, que primero simpatizó con el comunismo, pero se desengañó, exiliándose muy pronto.

–Milosz nunca simpatizó realmente con el comunismo, aunque al principio sí creyó que se podía vivir y hacer cosas positivas en la Polonia gobernada por ellos. Cuando vio cómo se obligaba a los poetas a escribir himnos de alabanza a Stalin en 1949, él se negó. Milosz asumía que el acuerdo de reparto alcanzado por Roosevelt, Churchill y Stalin en Yalta había entregado Polonia a la URSS. Y tenía que seguir viviendo. Cuando a mí me arrestaron y estuve preso, yo también intenté seguir con vida y no me arrojé contra las alambradas, lo cual tampoco significa que me haya gustado nunca la cárcel.

–Otro gran intelectual polaco que tuvo que optar por el exilio fue Leszek Kolakowski. Su libro El hombre sin alternativa, donde aparece el ensayo “Historia y responsabilidad”,  ayudó a muchos simpatizantes comunistas de los años 70 y 80 a repudiar el totalitarismo y abrazar la democracia.

–Aunque no lo cito en este libro, eso es una casualidad, porque yo he escrito mucho sobre él: fue mi maestro, mi gurú y también mi amigo. Soy alumno suyo. Creo que ha sido el príncipe de los hombres de Letras de Polonia.

Adam Michnik durante esta conversación (foto ABC)
–Al Instituto de la Memoria Nacional otra vez vuelven los “ojeadores”, esta vez a los archivos policiales, para delatar a destacadas figuras políticas y sindicales por supuestos pecados del pasado.

–Los “ojeadores” y “lustradores” también lo intentaron conmigo. Y sólo encontraron algo en los archivos de la policía política. En una ocasión, los secretas me habían interrogado –ya no recuerdo exactamente por qué– y yo les había contestado como evasiva que no callaba ni ocultaba nada, y que si me enteraba de que alguien iba a ponerle una bomba a una estatua de Lenin, por supuesto, que se lo comunicaría, porque estaba en contra de la violencia. ¡Eso fue todo lo que encontraron! A Lech Walesa también le buscaron secretos inconfesables y tampoco le hallaron nada, por supuesto. Así es Polonia. 

–En España, la Ley de la Memoria Histórica denunció los pactos de la reconciliación, que no fueron de silencio ni de olvido: la Guerra Civil está muy bien historiada, sino de perdón. El juez Baltasar Garzón ha querido abrir recientemente causa judicial al franquismo, cuando el Congreso aprobó una ley que amnistiaba todos los delitos políticos cometidos antes de 1977, incluidos los actos terroristas de ETA, GRAPO y FRAP. Hoy está apartado. ¿Qué opinión le merece este juez de fama internacional?

–Garzón es un juez muy importante, aunque me temo que le gustan mucho la publicidad y las cámaras. Creo que se equivoca, como también creí en su día que se equivocaba cuando intentó que la Justicia británica extraditara al dictador Augusto Pinochet para juzgarle en España tras su detención en Londres. Y lo creo porque hubiera puesto en grave peligro el proceso de reconciliación que había devuelto la democracia a Chile.



Nota:
Esta entrevista se publicó en el diario ABC el viernes 15 de noviembre.        
       

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