sábado, 1 de abril de 2017

Baraja de castigo - Capítulo V (fragmento)


La partida de naipes, Balthus

Madrid, otoño de 1964

(…)
Por aquellos tiempos, el tío Hugo se había alejado ya de Yoko Tani (la princesa Amurroy de su Marco Polo, 1962), para enredarse con una modelo inglesa: Barbara Lister, una belleza casi pelirroja y de ojos aguamarina que tenía gatos en la barriga. Posesiva, suspicaz cuando no celosa, con un sentido del humor protestante –tan distinto al meridional– a veces incomprensible para él, un italoargentino que era católico en todo, menos en la fe y el matrimonio. A todas luces pareja inapropiada, pues era hombre que se irritaba al sentirse vigilado y se revolvía si lo querían dominar. Habían discutido; se trataba de una de esas broncas que las mujeres incitan cuando quieren calibrar hasta qué punto te han enganchado –así lo analizaba, y no le causaba mayor desazón ni culpabilidad seguirle el juego a distancia, en silenciosa rumia machista, sin inmutarse hasta que ella misma se cansara y desistiera:

–Ya llamará.

Por su parte, mi padre se dejaba querer por Diana, nunca supe su apellido, una muchachita argentina de veinte años, a la que llevaba treinta de ventaja, pero tenía la delicadeza de presentarla como sobrina, o como novia de mi hermano, si es que los acompañaba a cenar o a algún estreno, y aun así se desataban las maledicencias  –o las envidias, porque la niña era preciosa.

La piel muy blanca, pero luminosa, tersa y aterciopelada. Dos carbones brillantes los ojos, inquisidores e inteligentes. Largas pestañas naturalmente combadas. Media melena caoba un poco ondulada, que ella nunca cardaba pese a la moda pop. Los pechos firmes y generosos con dos pezones rebeldes, siempre juguetones y en alto. Y un culito respingón bien mullido sobre dos esbeltas y torneadas piernas, que a él se le antojaban infinitas y que calzaban, como un guante, los pantalones vaqueros y cualquier falda o vestido. No se pintaba. ¿Para esconder o para resaltar qué? Tampoco usaba perfume. Ninguno más excitante que el aroma de su cuerpo limpio y gentil, recién emergido del baño, tan insinuante como su voz, un punto melosa, llamando al toque de ­­cama. Y en el juego de la sensualidad era monstruosamente sabia.

En fin, Diana no estaba hecha para ser novia, ella misma lo decía, ni para ser madre: tener hijos, jamás. Quizá tuviera complejo de Electra, pero eso, finalmente, era cosa de agradecer.

No tomaron postre, apuraron una tacita de café expresso, pagaron la cuenta y saludaron a algunos comensales al salir. Iban a dar las once. El matrimonio Comas vivía muy cerca, al comienzo del Viso, enfrente del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, en una callecita empedrada de nombre interminable: Francisco de Asís Méndez Casariego, sacerdote y místico de finales del XIX,  fundador de las Trinitarias, hoy venerable a la espera de milagro para su beatificación –tan improbable como una escalera de color.

Callejear de noche por allí era abandonar Madrid.

Colonia de hotelitos, como siempre debieron llamarse los chalés, proyectada y construida en el apogeo de la Bahaus durante la II República por Rafael Bergamín –hermano del poeta de la Generación del 27, y arquitecto abanderado del “racionalismo madrileño”–  con la ayuda de su sobrino: Luis Felipe Vivanco –que también será poeta y ensayista importante–, la Colonia del Viso fue imaginada para la clase media alta. Muy pronto la eligieron gentes liberales: arquitectos, ingenieros, pintores, médicos, catedráticos, científicos, artistas y escritores; quizá porque el distrito de Chamartín era, como la Ciudad Lineal de Arturo Soria, la periferia de la capital, al igual que los muy próximos “altos del Hipódromo”, donde Indalecio Prieto fue a instalar los Nuevos Ministerios, obra comenzada en 1933 y concluida en 1942. La colonia estaba muy bien comunicada con los barrios de Salamanca y Chamberí y además, con el centro. Pero ahora, mediados los sesenta, ya sólo era un islote cercado por la propiedad vertical, que fue el modelo del ensanche urbanístico de la posguerra y el desarrollismo –cuando Madrid bien pudo reconstruirse y extenderse con una arquitectura más humana.

Aparcaron.

El matrimonio Comas no vivía en un hotelito sino en un moderno edificio de pisos muy lujosos que no tenía más de tres plantas, pero encerraba un cuidadísimo y coqueto jardín interior abierto al cielo.

Malena Comas era una gran anfitriona: cordial con los nuevos invitados, cariñosa con los viejos amigos, siempre obsequiosa, normalmente ofrecía un bufé frío antes de la timba, acompañado de buen vino; luego, algún tentempié en los recesos; y café, refrescos o coñac, whisky, ginebra y vodka para amenizar las partidas, que podían comenzar a las seis de la tarde y acabar a las cuatro de la madrugada. Rica por familia, había heredado una gran fortuna ligada, entre otras inversiones, a la distribución y exhibición cinematográficas en el Levante, de Castellón a Murcia saltando a las Baleares.

Bien es verdad que su padre no se había enriquecido gracias al cine, sino al juego, la alta hostelería y el contrabando durante la República, pues fue beneficiario del escándalo por las comisiones en la importación y aprovechamiento de las ruletas eléctricas trucadas de marca Straperlo (acrónimo de sus fabricantes: los empresarios de ascendencia judeo-holandesa Strauss, Perel y Lowann, muy amantes de España). Un escándalo que unido al caso Nombela, descabalgó del poder al gobierno de Alejandro Lerroux durante el otoño de 1935.

Por eso, cuando el general Franco clausuró los casinos al juego y prohibió las timbas privadas tras la guerra civil, el hábil empresario que había apoyado a las derechas, recuperó los hoteles y otras propiedades confiscados por las autoridades republicanas y volvió al contrabando. Aunque sí cambió  –a la fuerza ahorcan– el azar por el séptimo arte…

Más que arte, para él, un negocio bien lucrativo y no sólo porque fuera la diversión más popular: las salas siempre se llenaban, pocos gastos, ingresos directos por entrada y por el servicio de sus ambigús… Sino porque siendo distribuidor y exhibidor, resultaba gratis escamotear a los productores parte de sus ganancias. Y ahora, el reciente control de taquilla –puesto en marcha por Fraga– sólo era virtual y poco efectivo en la explotación de provincias o en las salas de sesión continua de las grandes capitales. Cosa que sólo cambiaría mucho después, allá por los años ochenta, cuando se impusieron las expendedoras oficiales, cuyos boletos primero acompañaron y luego sustituyeron a las clásicas entradas de taco  –las cuales, hasta entonces, se recontaban al libre antojo empresarial.    

El venenillo del juego corría por las venas de Malena Comas ya desde la infancia. Organizaba en su casa, al menos, una pequeña timba cada semana: los sábados, también algún domingo como hoy, y todas las vísperas de fiesta. Sesiones a las que casi nunca se sumaba su marido. Aunque alguna vez hiciera acto de presencia para saludar a los presentes y ausentarse enseguida, con la excusa de estudiar algún papel o de preparar el ensayo del día siguiente, lo que hacía recluyéndose en su despacho. Cuando trabajaba, volvía tras la función o se demoraba por ahí, en Mayte o en Chicote; pero al llegar, el actor se iba derecho a la cama. Si acaso alguna vez ocupaba un sitio en la mesa de juego, era para cubrir, momentáneamente, el hueco de algún rezagado mientras llegaba.

Malena siempre recibía a los jugadores en su amplio salón de paredes enteladas, antigüedades, mobiliario, cortinajes y alfombras muy finos, cuadros de firma, algunos antiguos, otros modernos, suelo de mármol y varios ambientes, uno de los cuales lo ocupaba una mesa hexagonal inglesa con tapete de fieltro y sillas acordes, muy cómodas, para seis jugadores. Estaba situada bajo una lámpara art decó colgante del techo y la rodeaban tres mesitas bajas con ceniceros y posavasos. Muy cerca de la silla de la anfitriona se hallaba una primorosa credencia de iglesia, donde ya no se guardaban patenas, hisopos, campanillas, corporales y palias, vinajeras o navetas, sino licores, cajas de habanos, cajetillas de cigarrillos americanos e ingleses, un despertador, las barajas y un estuche de madera bien nutrido de fichas de nácar para apostar.

Cuando sonó el timbre de la puerta principal, las doncellas habían recogido ya los platos, vasos y cubiertos de la cena, y preparado una mesita bar con sandwiches variados, coca-colas, tónicas, vasos de tubo y de coñac, algunas tazas, así como una hielera a rebosar y un termo con café a la americana. Mientras tanto, Malena y sus amigos Aurelio de Alcaraz y Venancio Parra charlaban animadamente a la espera de mi padre y del tío Hugo, riéndole alguna ocurrencia a Parra, hombre muy sarcástico y dicharachero del que manaba, inagotable, un caudal de chistes, anécdotas, maldades y habladurías, pues tenía el don de las relaciones públicas, que era una de sus ocupaciones más bien misteriosas. Eso sí, conocía las debilidades y los secretos de todos los protagonistas y comparsas del mundo del espectáculo –y podía ser mordaz, hasta feroz, cuando alguien le desairaba.

Acabaron los cafés y se levantaron cuando los recién llegados entraron en el salón, para saludarles con alguna familiaridad pues, aunque no se frecuentaban, todos se conocían por haber coincidido en estrenos, cócteles, galas y otros eventos, ya que compartían, además del futbol, aficiones como el boxeo y las carreras de caballos.

Enseguida se acercaron a la mesa de juego mientras Malena abría la credencia y situaba sobre ella las botellas de brandy, whisky, ron y ginebra en una bandeja. Luego sacó una caja de puros Montecristo, un mazo de cartas sin estrenar y el estuche de fichas. Enseguida, Hugo y mi padre se sirvieron un Chivas; Alcaraz se preparó un cuba libre; Parra llenó una copita de Cardenal de Mendoza para acompañar el habano (era el único que los gustaba); y Malena optó por un gin tonic.

Cuando se acomodaron, fijaron la hora de fin de la partida a las tres de la madrugada. Acordaron cambiar de baraja a la hora y media; jugar primero al póquer cerrado y luego alternarlo con variantes del abierto al gusto de cada cual, siempre que todos estuvieran conformes. Y se fijaron las reglas habituales: color gana a full, full gana a escalera...

La anfitriona repartió fichas: todos pidieron diez mil pesetas; luego puso hora en el despertador y le dio cuerda:

–Cuando suene, las tres de últimas.

Comenzó la partida.

Alcaraz y Parra era asiduos a estas timbas y ya se habían tomado las hechuras. Nunca habían compartido mesa con mi padre y con Hugo, así que todos dedicaron la primera hora a escudriñar las tácticas de los demás, para saber cuándo atacar y cuánto retroceder, al igual que hacen los púgiles mientras se estudian y miden durante los asaltos iniciales de un combate de boxeo.

Comoquiera que Malena había corrido las cortinas del gran ventanal que daba a la terraza, y también había apagado las luces del salón, el haz cenital que provenía de la lámpara colgante caía rotundo sobre el tapete de juego. Y proyectaba fuertes claroscuros y contrastes que dejaban en sombra los ojos de los contendientes, quienes jugaban y conversaban envueltos en una densa nube de humo, por lo que apenas se adivinaban sus reacciones y emociones.
    
Mi padre no solía jugar a las cartas y el póquer le parecía muy agresivo  –prefería la canasta, variante uruguaya del rummy–, pero había aceptado la invitación porque necesitaba distraerse. Acababa de mezclar su última película: Desafío en Río Bravo (1964), un western rodado en Almería aquel verano y que estaba protagonizado por un añoso y hierático Guy Madison, célebre actor de la televisión y la radio americanas (protagonista de Las aventuras de Wild Bill Hickok  que estuvieron en el aire y en la pequeña pantalla entre 1951 y 1956). Aquí, interpretaba a un Wyatt Earp crepuscular, tiempo después del legendario duelo de OK Corral, y le acompañaban Madeleine Lebeau, Massimo Serato, Gérard Tichy y Fernando Sancho (quien niquelaba sus bandidos mexicanos), filme de mediano presupuesto que habría de dar a lo largo de los años mucho dinero.

Estaba cansado: había tenido que correr en el montaje, el doblaje y la sonorización, pues la cinta, calificada para todos los públicos, iba a estrenarse a finales de noviembre en campaña de Navidad (por entonces los niños adorábamos las películas del Oeste y sus vaqueros, indios, soldados y bandoleros). En fin, consciente de su falta de experiencia, mi padre jugaba con gran cautela, perdía siempre los faroles porque los adornaba, y pasaba con frecuencia, sólo aumentando las apuestas cuando las cartas le aseguraban la mano.   

El juego revela la personalidad de las personas. Aurelio de Alcaraz era un compositor con gran olfato para el éxito popular pero de talento mediano, que había logrado grandes ventas con canciones “tradicionales” para Paquita Rico o para su esposa, Concha Esmeralda; y más “modernas” para Marisol, el Dúo Dinámico, Jaime Morey, Los Brincos o Rocío Dúrcal. Arreglista orquestal muy del gusto de la audiencia de la televisión, amenizaba los grandes programas de variedades Gran parada y Noches del sábado, compitiendo con los campeones del momento, como Waldo de los Ríos o Augusto Algueró.

Cierto, ganaba buen dinero cuando le contrataban y percibía cuantiosas sumas de derechos musicales, pero con frecuencia atravesaba por dificultades económicas a causa de su caprichoso tren de vida. Aunque rara vez salían a la luz sus devaneos en la prensa rosa de aquellos tiempos: Hola, Garbo, Lecturas, Diez Minutos, Miss…,  le podía su vanidad de artista conquistador y ejercía casi de playboy…

Y digo “casi” porque en aquella España, aún pía y timorata, tales conductas podían acarrearle desagradables consecuencias incluso a un varón, sobre todo si estaba casado, por famoso que fuera. Aunque es verdad que el Generalísimo y su señora, Carmen Polo, quienes le tenían en gran estima; y su condescendiente y sufrida mujer, desenvuelta actriz, cantante queridísima por público y gobernantes, siempre venerada por sus inmensos ojos verdes que le daban nombre, eran los pilares y la garantía de su posición. Ya después, cuando haya pasado el tiempo y cambien las partituras con la muerte del Caudillo, todos le olvidarán –o si acaso, se referirán a él como “el organillero del Régimen”.

En fin, Alcaraz era jugador impulsivo y a veces temerario: subestimaba a los rivales y le soltaba riendas al prepotente caballito que llevaba dentro. No lo retenía y se desfogaba al refichar: nadie picaba, nunca le seguían los faroles, ni tampoco se alimentaban grandes pozos así todos contasen con buenas cartas. No pintaba que fuera a salir ganando aquella noche: era una manera de jugar a la vez desconcertante y previsible,  poco inteligente o miope –como él.

Parra tenía otro talante. Hombre de ascendencia aristocrática, fue una de las grandes promesas falangistas. Al acabar la guerra, publicó su primera novela, que suscitó algo de interés por la juventud del autor. Le siguieron algunas más, una de ellas con gran éxito por su alegre desparpajo costumbrista y un par de obras teatrales. También colaboró en unos cuantos guiones de cine, sin continuidad… Pudo haber cuajado, pero era un diletante que prefería vivir la vida a tomarse la molestia de escribir.

Por supuesto, siempre conservó y mantuvo espléndidos contactos en las élites del Movimiento, así que no le fue difícil abrirse camino en el periodismo. Y Parra fue serio pero, con el tiempo, se sintió cada vez más atraído por la frivolidad, mucho más rentable, algo que también ocurre hoy día. Y así: poco a poco, fue tejiendo una red de complicidad alrededor del gran productor y distribuidor Cesáreo González. Él no vivía con tanto desahogo por sus ingresos como escritor o como periodista, ni como abogado, carrera que había estudiado, quién sabe por qué, en Santiago de Compostela; sino por haberse desenvuelto con gracia y habilidad como publicista y conseguidor del sultán del cine nacional.

Aunque era insignificante de físico: más bien de talla baja, sin cintura, pelo lacio, ralo y cano, piel meliflua como de cura casto, voz altisonante y unos ojitos escrutadores, que se encendían o apagaban según estuvieran seduciendo o maquinando, le gustaba pavonearse junto a lindas starlets que aspiraban a situarse en el cine, el teatro o las variedades a cualquier precio. Era el campeón del Riscal, restaurante postinero y casa de citas de la burguesía, aunque los destinatarios de tan agradables “favores” fueran el productor y sus agasajados  –porque él solo ejercía de alcahuete fino y elegante.

En la partida, Parra siempre se descartaba con una sutil pero descompensada sonrisilla, más bien indefinida o ambivalente, pues era difícil discernir si sólo tenía una pareja o un ambicioso proyecto de escalera o de full. Astuto pero muy conservador, cuando acumulaba fichas de más, las defendía con mañas de gato acorralado y el puro sin moverse de la boca. Sabía jugar, no cabe duda, y era certero cuando atacaba, pues no parecía temible –aunque le faltaba coraje para rematar la faena.

Por eso, su juego no brillaba tanto como el de Hugo. Desde muy joven, le habían fascinado el póquer y las carreras de caballos (provenía de una familia que criaba y entrenaba purasangres y que dio a uno de los mejores jockeys de Argentina: José Fregonese). No sólo entusiasta, también un jugador con experiencia aquilatada en las mejores mesas de Hollywood y Los Ángeles, frente a durísimos contrincantes aficionados y profesionales. Impenetrable, nunca dejaba que un gesto o sólo un tic nervioso delataran sus cartas o sus intenciones. Además, era un maestro a la hora de fichar y refichar, y cuando faroleaba, lo hacía con sabio desdén. Hueso duro de roer, sabía retenerse y sabía atacar, no alardeaba de sus victorias y jamás se escudaba en la “mala suerte” cuando perdía –cosa rara si los adversarios no daban la talla.

Y Malena sí la daba.

Ágil, sagaz, intuitiva, nada hacía pensar que aquella dama de educación esmerada en realidad fuera una camelia asesina con naipes entre los dedos. Imposible adivinar a qué punto tejía. Ya fuera una escalera real o un farol, incluso con cinco cartas que no concertaran ni una vulgar pareja, Malena Comas era capaz de llevarse una mano gloriosa sin perder la compostura, la mirada así dulce y maliciosa junto a un mohín inocente, si no pícaro, según las circunstancias y el destinatario. Nunca alardeaba en la victoria, ni humillaba a sus contrincantes con apuestas imposibles de igualar para que se arrugaran cuando el tapete verde ya era una dorada alcancía. Si Hugo y Malena se encaraban por un buen pozo, el termómetro se disparaba –y al explotar, allí granizaba mercurio.

(…)


lunes, 28 de noviembre de 2016

"¡Es la empatía...!" o el Pazo de marfil (y II)




Además de la corrupción y de la falta de autocrítica y arrepentimiento, esa otra tercera causa añadida que determina el descalabro electoral del bipartidismo afecta especialmente al PP, o más bien dicho: a su presidente. ¿Cómo explicar que un partido que había cosechado en 2011 una holgada mayoría absoluta (186 diputados) –equiparable a las obtenidas por González en 1986 (184 diputados) o por Aznar en 2000 (183 diputados) o a la mínima de González en 1989 (175 diputados)– pueda haber perdido, en solo cuatro años, nada menos que 63 escaños en las elecciones del 20 de diciembre? ¿Y algunos menos, pero no pocos: 49, en las del pasado 26 de junio? ¿Tantos y a pesar de la tan voceada recuperación económica?

Ha sido un derrumbe casi inédito en la democracia española posterior a 1982. A pesar del escándalo de los GAL, que llevó a la cárcel al ministro del Interior José Barrionuevo Peña por terrorismo de Estado. A pesar de escucharse ya tonantes los inmundos bramidos de la corrupción, como fueron los casos Flick, Filesa/Ave/Seat, Juan Guerra, Urralburu, Luis Roldán o PSV, por sólo citar algunas jaranas de naturaleza económica en las que el PSOE se vio señalado. A pesar de la asfixiante pinza con la que atenazó al presidente socialista el por entonces aspirante popular: José María Aznar –quien había reaccionado con valor y sangre fría ante un espectacular atentado de ETA– y que se había confabulado con el secretario general de un Partido Comunista ya encubierto tras las siglas de IU: el honorable califa de Córdoba, Julio Anguita González. A pesar del apoyo de artillería brindado a esa pinza por algunos medios de Comunicación (destacadamente los diarios ABC y El Mundo, a la sazón dirigidos por Luis María Anson Oliart y Pedro José Ramírez Codina). Todos ellos: políticos opositores y buena parte de la opinión pública muy irritados –unos y otra con razones disímiles si no antagónicas– por la deriva de la gobernanza socialista y la imparable corrupción. A pesar de todo ello, el PSOE de Felipe González sólo perdió 18 diputados entre 1993 y 1996, obteniendo 15 menos que el ganador: el PP de Aznar, quien necesitaba la asistencia de los 16 congresistas de Ci’U para hacerse con La Moncloa. A su vez IU, pese al esfuerzo invertido y a la gallardía moral demostrada por Anguita, sólo obtuvo 21 diputados –decepcionante pero la mejor marca de la izquierda tradicional desde 1977.

Aun así, el ilustre presidente sevillano –desde luego el de mayor talla durante la democracia: al César lo que es del César, no en vano se le deben la modernización fiscal, la seguridad social universal, la entrada en Europa, una gran proyección de la incipiente marca España y el rodaje institucional de la Constitución del 78– confiaba en que encabezaría otra vez el Ejecutivo, pues nunca creyó que Aznar pudiera sumar apoyos y lograr su investidura. Algo que le enfureció cuando aquella derecha, a su juicio montaraz y ultramontana, supo pactar  –como él mismo había hecho en 1993– con los nacionalistas catalanes de Convergencia i Unió, antaño autonomistas y moderados, muy demócrata-cristianos.

Inolvidables el enfado y los malos modos de su abandono del Poder; así como la zozobra en la que, poco después, sumió al PSOE su agitada sucesión, un psicodrama protagonizado por los ex ministros Josep Borrell Fontelles y José Joaquín Almunia Almann, hasta la sinuosa elección en primarias de un sonriente desconocido: el leonés José Luis R. Zapatero… Un viraje guerrista, según cuentan, ocurrido cuando se supo que la candidata de esa corriente, Matilde Fernández Sanz, no ganaría las primarias del PSOE (proceso que había ideado Almunia y que tan mal le salió en su día). Viraje final para que José Bono Martínez –presidente autonómico de Castilla-La Mancha, político solvente, influyente barón socialdemócrata cabe sagaz comunicador, pero cristiano confeso y amigo de obispos– no cruzara el Tajo (a quien González, al parecer, primero apoyó y luego dejó en la estacada).

Sólo la caída electoral del candidato socialista en 2011 puede compararse a la sufrida, ahora, por  Rajoy: el PSOE perdió 59 diputados, aunque las circunstancias fueran, como es sabido, mucho más dramáticas que las actuales. El incombustible por florentino Alfredo Pérez Rubalcaba no supo y no pudo  –porque era políticamente imposible–  rescatar del pozo a un PSOE perplejo y paralizado por la inepcia económica de Zapatero (quien confesó haber recibido un par de lecciones magistrales sobre Economía para gobernantes que Solbes le impartió, de urgencia, cuando en 2004 aterrizó por sorpresa en el sillón de la Moncloa).

Aunque Rubalcaba, hay que decirlo, fue y sigue siendo, más allá de cualquier duda razonable, un político de altura: astuto, hábil, lúcido y brillante polemista, incansable y muy capaz negociador, de larguísimas trayectoria y experiencia, pues dirigió los ministerios de Educación y Ciencia (1992-1993), de Presidencia y Relaciones con las Cortes (1993-1996) con González. Y ya luego, a las órdenes del bisoño sucesor de Aznar (a quien llamaban Bambi, dulce caricatura, antes que el Cejas, apelativo más solemne y que compartía con su batallón sagrado de artistas como santo y seña gestual), fue portavoz socialista en el Congreso (2004-2006), ministro del Interior (2006-2011), ministro interino de Defensa durante el embarazo de la titular, Carme Chacón (quién sabe si hoy una lideresa sólo durmiente). Y además, vicepresidente primero y portavoz del Gobierno entre 2008 y 2011. Si este laureado atleta y profesor universitario de Química Orgánica no hubiera tirado la toalla, quizá  hoy otro gallo cantaría con más cresta en el PSOE.




Y es que Mariano Rajoy no ganó la Moncloa (usado aquí el verbo ganar  en su quinta acepción transitiva: “Llegar al sitio o lugar que se pretende”) por sus méritos y gracias, o por su capacidad de seducción, o de forjar alianzas, o de alimentar sueño alguno, sino por causa de un mal mayor sobrevenido: la crisis económica, de la que también era culpable como campeón del ladrillo, pues fue miembro solidario de varios consejos de Ministros de Aznar con las carteras de Administraciones Públicas (1996-1999), Educación y Cultura (1999-2000) e Interior y vicepresidente primero (2000-2003). Perdedor en dos convocatorias electorales sucesivas, aun así Rajoy nunca dimitió de su cargo como lo hicieron Almunia o Rubalcaba tras perder las suyas, dicho sea en su honra hasta salir victorioso de las celebradas el 20 de noviembre de 2011 aunque fuese elegido, más bien, por desesperación: como un insidioso pero inapelable… mal menor. Lo cual también le pone en relación con la novena acepción del Diccionario, muy marina y transitiva: “Avanzar, acercándose a un objeto o a un rumbo determinados”, aunque sea la coruñesa Costa de la Muerte.


EN SU PAZO DE MARFIL 
Jamás un candidato ni siquiera Aznar ha despertado menor simpatía entre los ciudadanos que este distante y desdeñoso inquilino del actual Pazo de la Moncloa. Y así, pese a la insistente letanía que alaba su gestión económica por acertada: contención del gasto, crecimiento económico, creación de empleo, reducción del paro, el investido presidente no ha conseguido ganarse el favor ni la inclinación mayoritaria del electorado si se utiliza el verbo en su infinitivo y según su séptima acepción transitiva: “Lograr o adquirir algo”.

Mas al revés: quizá haya empujado a muchos votantes ­algunos simpatizantes de sus propias siglas y numerosos indecisos social-liberales– a la abstención o a los brazos del atractivo partido del catalán Albert(o) Carlos Rivera Díaz: Ciudadanos. Gran revelación –como el neonato Podemos, éste animado por el irreverente, radical neocomunista y “socialdemócrata” sacrílego, por mentir en pública confesión, Pablo Manuel Iglesias Turrión de la “nueva política española.

Y es que la gente cada vez es más suspicaz. Puede que hoy la economía crezca por encima del tres por ciento y mucho más que en la zona Euro datos macroeconómicos lo confirman pero, así sea demagogia populista, váyale emparejado este mínimo ojeo del memorial de cuitas ciudadanas: ¿Acaso le ha servido ese lento despegue a los autónomos, empresarios de sí mismos, cuya cuota mínima es la más alta de la Unión Europea: algo superior a 3.000 euros anuales, pagadera mensualmente aunque no hayan ingresado, siquiera, el salario mínimo interprofesional? ¿Y a los ciudadanos dependientes por minusvalías, vejez o enfermedad? ¿Y a los que necesitan una vivienda de protección social o a muchos de los que han sido desahuciados? ¿Y a los pequeños y medianos empresarios, cuando el grifo del crédito se cerró durante años y tuvieron que echar los cierres o hacer ajustes draconianos mientras las listas del paro se hacían millonarias?  

(Por no hablar de los pañales, que tributan un 21 por ciento de IVA –aunque es normal, porque nuestros políticos, adultos, ya no los usan.)


CAMPANADAS ECONÓMICAS

Puede que el desempleo haya descendido de casi un 27 en 2013, a un 19 por ciento (18’91 a septiembre de este año, según la última Encuesta de Población Activa)6, lo cual le está dando no pocos eslóganes al hoy renovado ministro de Economía, Industria y Competitividad: Luis de Guindos Jurado. Hombre muy respetado en la Comisión Europea, implacable y eficaz gestor, diestro con el bisturí, negociador elusivo y esgrimista, severo pez lucio muy resbaloso con el Parlamento y con los periodistas, De Guindos ha rebatido y rebate una vez y otra inasequible al desaliento algunas evidencias poco campanudas. Así, el mejor de sus logros: la generación de empleo, está mayormente vinculado a las estaciones turísticas y comerciales, incluso las invernales, y a las grandes citas del campo, con contratos temporales de bajo salario.

Es verdad que los contratos indefinidos vigentes ascienden, según las estadísticas, a casi dos tercios del total, pero en buena medida corresponden a los supervivientes del tsunami de Eres y despidos, objetivos o improcedentes, que azotó al mundo laboral con extrema violencia hasta avanzado el año 2013 (cuando la tasa de desempleo llegó a su zenit durante los meses de marzo y abril: 26’94 por ciento y casi 63 millones de ciudadanos en edad de trabajar).

Así pues, a la hora de colegir, importa más la proporción de la nueva contratación que el número de contratos vigentes, pues allí la balanza se inclina generosamente al platillo de la temporalidad y no siempre a tiempo completo. Y en el otro, donde sopesan los indefinidos, la sustancia salarial es tan rala que ya quisiera ser mileurista. Claro como el agua: empleos en su mayoría de baja calidad, por no decir “contratos basura”. Pero son puestos de trabajo, se escucha, muy ufanos, a los empresarios, como las lentejas: Si quieres las comes y si no… Paradoja de la bonanza de Rajoy: por primera vez en décadas los afortunados que disfrutan de un nuevo trabajo fijo y estable han descendido peldaños en la escala social, incluso no llegan a fin de mes: demasiados lindan con los umbrales de la pobreza –que no son los de Jerusalén.




Crece el empleo, es cierto aunque sea precario, pero las cifras del paro juvenil (más del 40 por ciento de los desempleados) y de la emigración de nuestros jóvenes sobradamente preparados (el grueso de los casi 100 mil españoles que marcharon al extranjero en 2015 se concentra entre los 20 y los 35 años, como se desprende de la Estadística de Migraciones 5 que hace pública el INE) siguen siendo crueles y vergonzosas.  


LA BUENA VENTURA

Afortunadamente no hay inflación y los índices de Precios al Consumo 6 han sido muy bajos o negativos durante estos años de desamparo, lo cual algo ha endulzado las estrecheces y la devaluación salarial  con la que se compensó el no poder intervenir la moneda los bancos centrales de la Zona euro, ni activar la máquina de imprimir billetes, como se acostumbraba en tiempos de la peseta.

En cambio, al otro lado del Atlántico, la Reserva Federal norteamericana enseguida reaccionó a su crisis y facilitó la circulación de enormes sumas entre los grandes agentes económicos y financieros, a intereses muy bajos o sin ellos, engrasando y acelerando su maquinaria. Una medida acertada a la que el Banco Central Europeo recurrió, más luego y tarde, con éxito pero a remolque, por no decir a regañadientes, quizá por la renuencia alemana y de otras naciones acreedoras. Así como también hubo de aceptar la compra, por fin y si fuere preciso, de deuda soberana a los países socios del euro, aliviando las turbulencias de la “prima de riesgo” que tuvieron a los españoles en un sin vivir constante durante varios años.

Afortunadamente, los precios del petróleo han tocado mínimos (quién sabe por cuánto tiempo, ya que vuelven a elevarse). Ha sido una suerte de agradecer, pues la dependencia energética española de los combustibles fósiles es absoluta –aunque de esa buenaventura no se hayan beneficiado proporcionalmente los conductores y transportistas en las gasolineras–. Cuesta creer, en fin, que un país forzado a importar gas y petróleo castigue por la vía fiscal el aprovechamiento de fuentes de energía alternativas –como la solar– para el consumo particular, si el usuario está conectado a la red comercial y puede distribuir excedentes: lo llaman el impuesto al Sol.  

En fin, puede que la economía nacional crezca más del tres por ciento y lo haga muy por encima de la media comunitaria, pero eso apenas lo han percibido las clases medias (aunque el crédito vuelva a fluir, el consumo haya remontado y se estén animando otra vez los mercados automovilístico e inmobiliario). Y en absoluto las más desfavorecidas. Los personas que las habitan, es decir: la inmensa mayoría de los españoles, lo que sí perciben en la vida cotidiana es una humillante desigualdad.




PAGANOS DEL COTILLÓN

Porque son las clases medias las que acarrean con el mayor sacrificio, no sólo por haber tenido que rebajarse sus salarios o estar siendo contratadas con sueldos muy bajos, sino porque también cargan con el mayor fardo de la demanda fiscal y del paro. Las nóminas de los trabajadores por cuenta ajena y de los empleados y funcionarios públicos, así como las cuotas de los autónomos, son la fuente casi única  que alimenta, junto con la subasta de deuda, los gastos corrientes del Estado y la Seguridad Social (cuya caja de imprevistos a punto está de vaciarse, cuando aún rebosaba de caudales en 20117). A ellos les afecta más que a los privilegiados el incremento del IVA (algo que no estimula el consumo, pese a contentar a Bruselas y al FMI, y que es una promesa traicionada del programa de Rajoy). Y del IRPF (hace poco suavizado pro campaña electoral).

Los jubilados, que también son contribuyentes, han visto casi congeladas sus pensiones, con revalorizaciones del 025 por ciento (800 euros suben a 802: un litro y medio de leche, dos o tres barras de pan y unas cuantas gominolas al mes), cosa que no desmerece a lo que ya hiciera Zapatero. Al menos, los funcionarios y empleados públicos han recuperado las pagas extraordinarias perdidas. Sin embargo, la contención salarial fue absoluta en 2014: los sueldos no aumentaron nada; y en 2015, un 1’7 por ciento. Nuevos datos publicados el pasado 16 de noviembre no desdicen, sino que aclaran –por las aportaciones de otras variables en el nuevo Índice de Precios del Trabajo (IPT)9  inaugurado por el INE­– que el impacto de la crisis (entre 2008 y 2014) fue mayor que el mostrado oficialmente hasta ahora. Todos los medios de comunicación, escritos y audiovisuales, coincidieron al sacar unas pocas conclusiones de este “artefacto” de los estadísticos que es muy complejo y alambicado:

A) Esos “precios del trabajo” se redujeron un 0’7 por ciento entre esos años; cayendo al -1’5% en 2011; al -1’6% en 2012; y al -0’3% en 2013.
B) Durante ese periodo de tiempo: 2008-2014, la “bolsa de la compra” se encareció un 10’7%.
Ergo C) El poder adquisitivo de la mayoría de los españoles se vio reducido en un 10%  durante la crisis.

Puede que sean deducciones muy simplonas –van dirigidas a la gente, que es muy simple, ya se sabe– pero son muy elocuentes. Mientras tanto, la deuda nacional10 ha ido superando al PIB, algo más de un billón de euros, y al paso que vamos, se tardará décadas en reducirla a un razonable 30 por ciento.

Poco importa que subir los impuestos al patrimonio, las sucesiones y donaciones, las rentas del capital y a las grandes empresas/fortunas no vaya a proporcionar  fabulosos tributos a la Hacienda pública (a fin de cuentas, los más ricos disponen de un ejército de alquimistas fiscales que prospera convirtiendo el oro en tinta invisible). Importa, no económica sino política y moralmente, que la gran mayoría de contribuyentes deje de sentirse la gran pagana del cotillón; o por ser más contemporáneos: la pagafantas del aquelarre… Cuando no la víctima propiciatoria a Mammon (príncipe de los dineros en el Pandemonium de John Milton). ¿Cómo explicarle a un parado mayor que el “rescate” de su plan de pensiones no cotiza como un fondo de inversiones a largo plazo, sino como renta del trabajo, con un tipo marginal que puede engullirse hasta la mitad de lo atesorado con esfuerzo y trabajo… cuando, al mismo tiempo, los afortunados socios de una Sicav tributan el 2 por ciento por sus ahorrillos millonarios? Y eso que los planes de pensiones son, para los neoliberales, la gran alternativa a la miseria en la vejez –y ya todos asumimos que el sistema de pensiones, tal y como ahora se financia, está exangüe y en agonía.   

Pues bien, el también renovado ministro de Hacienda y Función Pública: Cristóbal Ricardo Montoro Romero, está no menos orgulloso que su colega de Economía, –como él, bien relacionado en la Comisión Europea; como él, hábil cirujano y negociador consumado, más simpático y dado al chascarrillo, pero tan correoso ante los periodistas y parlamentarios– de los logros conseguidos. Buen encajador, casi todas las mañanas el buen Montoro se desayuna, junto con su cuenco de yogur griego con cereales, una buena taza de wikileaks sobre grandes evasores en paraísos fiscales. Y se le alebrestan los somormujos, dicho sea por mérito y a la manera de don Luis Sánchez Polack (Tip), porque mucho más no puede hacerse con la exigua plantilla de inspectores, serios y muy profesionales, de su abnegado Ministerio… excepto grandes aspavientos de indignación ante las cámaras.

Aún así, Montoro repite su coletilla preferida por si cuela o cuaja: “Recaudamos mejor que nunca, hoy más que ayer pero menos que mañana” –tal cual rezaba la famosa Medalla del amor que se anunciaba en la tele de Franco–. Ocurre que todavía nos situamos un seis por ciento por debajo de la media europea. Y eso que damos ejemplo y lecciones. Incluso a la hora de las amnistías fiscales, algo no exclusivo del PP, pues los socialistas también las legislaron: un delincuente fiscal ni siquiera paga el 10% estipulado (sino un 3 por ciento), mientras que el Estado se embolsa automáticamente porcentajes mucho mayores gracias al IVA y el IRPF que pagan religiosamente las clases medias y los más desfavorecidos. Seguramente De Guindos y Montoro acompañan a Rajoy y a los amnistiados a oír Misa y todos comulgan felices, muy contentos, con sus salvadoras y muy pías ruedas de molino. 


          

La ciudadanía, imprevisible y caprichosa, siempre desagradecida, se ha vuelto muy desconsiderada con los próceres del bipartidismo imperfecto y ha multiplicado los participantes del juego. Al parecer, su regla principal ha sido: “¡Pónganse de acuerdo!”, lo cual resulta subjetivamente claro y rotundo pero, objetivamente, ya parece ambiguo y poco explícito: ¿Quiénes? ¿Y en qué? El problema se plantea porque unas son las motivaciones del que vota; y otras son las de los jugadores que viven o disfrutan de ello. Y la estrategia. En realidad, los electores no la tienen ni cuando aplican el voto de castigo, tampoco si se abstienen, porque la estrategia gobierna el juego que unos pocos juegan en nombre de todos. Y es suya, de cada jugador.

Lo único cierto es que los contendientes están condenados a “ponerse de acuerdo” para seguir en la partida. Porque ésa es la regla. ¿Y a qué se juega, o a qué se ha estado jugando?  Eso ha dependido de cada uno de los concursantes y al menos dos escogieron, primero, el milenario de damas, y después, un póquer mestizo de mus: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no el ajedrez ni el escondite, como Rajoy.


EL “GANA GANA” Y EL “GANAPIERDE”
Cuenta el Diccionario en su entrada del verbo ganar una manera que tiene el jugador de plantearse una partida a las damas: “Procurando ganar  ‘todas’ las piezas del contrario” (es decir: sin tablas, lo cual sería un empate; y sin derrotar al otro por contar mayor número de piezas tras forzarle a la inmovilidad). Esta locución verbal explica, en buena medida, la estrategia del joven profesor de Ciencias Políticas11 si se considera que en las dos últimas convocatorias y primeras en las que participa a nivel de gobierno nacional, tras haberse colado en la Eurocámara ha tomado como adversario de la partida a Sánchez y no al entonces presidente en funciones.

Y al hacerlo, se incluye en la cuarta y muy transitiva acepción del Diccionario: “Conquistar o tomar una plaza, ciudad, territorio o fuerte”. El mayor empeño del líder de los indignados, capitán insurgente de una justa y emotiva revuelta juvenil y asamblearia en contra de la corrupción, la “vieja política” y la gestión económica de la crisis, desde luego populista, era y sigue siendo el de convertirse, como primer paso, en el referente de la izquierda española. Plaza fuerte que el PSOE ha dominado desde el comienzo de la democracia (siempre muy por encima del PCE y luego, de IU) y que podría no recuperarse de la noche a la mañana.
 
El líder de Unidos Podemos ha jugado al “gana gana” con un confuso secretario general del PSOE, pues éste se creía que el lance obedecía a otra versión de las damas y del tute por la cual: “el que pierde… gana”. Segunda locución verbal, en este caso adversativa: el “ganapierde”, que explica  así sea de forma oblicua por qué Sánchez dijo: “Hemos vuelto a hacer Historia”, nada más saberse los catastróficos resultados electorales de su partido en diciembre, cuando aún obtuvo noventa diputados, veinte menos que Rubalcaba (quien ya había perdido 59 en 2011, como se recordará).

Aunque su adversario real  más que una amenaza fuera Pablo Iglesias, él no sólo pensaba que estaba jugando al “ganapierde”, sino que también lo hacía contra el presidente en funciones, quien durante la legislatura fallida no se había acercado al tablero… porque lo suyo era el escondite, no las damas. O quizás una apertura que llaman “Defensa india de Rey” (la cursiva porque nunca sabremos si el galaico Rajoy sabe jugar al ajedrez… aunque se suponga, como el valor a los reclutas). Y por eso el pobre Sánchez confió toda su estrategia a un “No es no, y qué parte del no es la que no entiende, señor Rajoy”,  en la creencia de que ese fatal enroque como desafío le expulsaría del anhelado sillón por el arte de su magia cuando él mismo era la pieza sitiada desde dentro y desde fuera del tablero.

¿Acaso él: jugador de baloncesto en el Estudiantes; hincha del Atlético de Madrid; alumno de Ciencias Económicas en la prestigiosa universidad privada Real Centro Universitario María Cristina del Escorial (época en la que se afilió al PSOE, allá por 1993)… Máster en Política Económica de la CE por la Universidad Libre de Bruselas; diplomado en el Programa de Liderazgo para Gestión Pública del IESE-Universidad de Navarra. Y luego profesor asociado de Estructura Económica e Historia del Pensamiento Jurídico en la privada Universidad Camilo José Cela de Madrid… Acaso él, un hombre joven, tan apuesto y deportista, decente y místico de la militancia como ducho en Economía, no podía concitar a su alrededor el consenso de toda la oposición, para así desalojar a Rajoy del pazo de marfil desde donde cavila y gobierna… tan a solas?

Pero Iglesias se negó a apoyarle a no ser que formara gobierno con él de vicepresidente y tutor del CNI. Y que además pusiera algunos ministerios muy sensibles bajo control de Podemos, IU y En comú: Economía, Interior, Educación, Sanidad, Defensa, Asuntos Sociales y uno de nuevo cuño un poco estrafalario de Plurinacionalidad, así como la dirección de RTVE (finta escenificada en la primera rueda de contactos con un Rey que no es el suyo, porque “nadie le ha votado”).

Pablo siempre fue transparente; y aún más rotundo después de que Pedro ya con el susto en el cuerpo hubiera alcanzado un extenso acuerdo con Albert Rivera, acuerdo que firmaron ambos dirigentes al alimón (cosa que Rivera no hará tras el 26-J con Rajoy, al sellar otro pacto de signo parecido, pero más moderado, con los resabiados populares). Pues bien, el joven profesor de Ciencias Políticas12, la coletilla bien sujeta, apuntilló a Sánchez en su capea de investidura. Había cambiado damero por tapete, fichas por cartas y, muy crecido por las espectaculares predicciones de los sondeos demoscópicos, Iglesias creyó tener la mano definitiva de la partida: elecciones y sorpasso al PSOE  algo así como zarpazo político por sorpresa, que dicen los italianos.




Pero no fue ése el veredicto de las urnas y eso que las filas de los votantes estaban bien nutridas de los que “no ganan ni para comer” (la locución verbal más “social” del Diccionario, pues se refiere a “sustentarse con el producto del trabajo”). Al coaligarse con IU, quizá se desvaneció el embrujo o trampantojo de la transversalidad  de Podemos: ¿Un neocomunismo interclasista? Además, los carroñeros de la “canallesca” les estaban destapando a los fundadores del movimiento algunos vicios nefandos de la “vieja política” (pellizcos en contratos dudosos, contrataciones y negociados familiares, recientes patrocinadores en Irán y Venezuela). Es decir, a medio plazo el tiempo empezaría a jugar en su contra por la exposición a la realidad de algunas medianías procaces; por la agitación interna de ambiciones particulares o regionalistas; y por la erosión de sus gobiernos en aquellas grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Cádiz, donde encabezan los ayuntamientos o apoyan. 

Por no espantar a los indecisos, Iglesias primero se había arropado bajo la sacrílega capa de la socialdemocracia histórica (olvidando las lindezas con las que Lenin había despachado a la II Internacional en La revolución proletaria y el renegado Kaustky, opúsculo que Ulianov escribió en 1918 y que él ha leído, como todo politólogo que se precie… tanto como ahora finge olvidarse de La enfermedad del izquierdismo en el comunismo, escrito en 1920). Para luego ir en coalición con Alberto Carlos Garzón Espinosa, camarada de militancia antisistema y nuevo líder de los comunistas de toda la vida; quien había cosechado los peores resultados de la izquierda  tradicional desde 1977: apenas dos diputados, con algo más de novecientos mil votos (muy devaluados por la Ley D’Hont).


SUMAS, RESTAS Y OTRO REVOLCÓN
Unidos Podemos no “sumaron” en junio, como así lo anticipó  Iñigo Errejón Galván, el quisquilloso colega universitario de Iglesias (y que además compite con él siendo más lampiño y juguetón, pero inteligente y pragmático). Aún así, quedaron exactamente igual que el 20 de diciembre: 69+2, aunque el PSOE aún se dejara otros cinco diputados en la partida y Ciudadanos algunos más –pero menos.

En efecto, porque entre esa gresca o barullo ha querido mediar Albert Rivera con sus treinta y dos diputados, a quien puede aplicársele en justicia la sexta acepción, transitiva, que el Diccionario aplica al verbo ganar y que parece la más empática: “Captar la voluntad de alguien”. Y se dirán: ¿Para qué? A lo mejor, para cumplir la supuesta regla de la partida: “¡Pónganse de acuerdo!”.

Rivera, joven abogado con algo de experiencia profesional en La Caixa, prefirió dedicarse al waterpolo durante ocho años, pero sí amplió sus estudios universitarios en Helsinki y Washington, contando con un posgrado en Derecho Constitucional. Aunque se le haya atribuido alguna simpatía o militancia con el PP, tal opción no resulta creíble, pues se lanzó a la arena política, justamente, por la creciente insignificancia de ese partido en Cataluña y por la deriva nacionalista de la sucursal catalana del PSOE (deriva que lo ha ido alejando del electorado tras las arriesgadas y no muy acertadas apuestas de Pasqual Maragall Mira y de José Montilla Aguilera). Cuando el lance de Pedro Sánchez fracasó por la negativa de Podemos, Rivera repitió el intento, ahora con el PP tras las elecciones de junio, aunque lo haya hecho sin ocultar su recelo por Rajoy, como tapándose las fosillas nasales por su alergia a la corrupción.     

Al final, Pedro Sánchez, en la alevosa compaña de los socialistas catalanes y de algún que otro barón emboscado tramó un órdago  –máximo envite del mus que sólo era un típico farol de póquer: ligar una hipotética escalera de color “progresista” con Unidos Podemos y Asociados (Compromís, Mareas, En comú, etc.) y los nacionalistas vascos y catalanes (PNV, Bildu, PDC antes CDC, ERC, CUP). O los 180 noes contra la investidura de Rajoy en plena ebullición soberanista. Jugada que le haría ganar la Moncloa.

Y, así fuese entre cortinas, envidó sin contar para ello, cosa suicida, con la sultana de Andalucía: Susana Díaz Pacheco; ni con otros poderosos barones de su partido, pretéritos y presentes, quienes consideraban que por esa vía el PSOE llegaría al final de su historia, fagocitado por Iglesias y sus hordas populistas, tanto como por el “derecho a decidir” de los nacionalistas –ya desbocados. 


        

COROLARIO
En fin, de lo corrido durante los últimos meses quizá pueden deducirse algunas conclusiones:

1) La cultura política española, al parecer, nunca contempla una Gran Coalición (fórmula que puede prosperar en Alemania, por su acrisolada obediencia, o en Suecia y otras monarquías nórdicas. Pero no en Inglaterra, donde laboristas y conservadores sólo se sentarían juntos a gobernar en caso de invasión; ni en la Francia republicana, pues socialistas y democristianos o gaullistas tampoco lo han hecho nunca. En España, la tradición política del PP y del PSOE y su razón de ser es gobernar siendo uno la opción alternativa y complementaria del otro. Así pues, la opción PP-PSOE-C’s había quedado desechada por mucho que la regla del juego hipotéticamente fuera: “¡Pónganse de acuerdo!”

2) Más réditos habrían obtenido, ahora, Sánchez y los socialistas si hubieran podido forzar un pacto de investidura de Rajoy u otro candidato popular que garantizara las reformas, incluso constitucionales, que demanda la sociedad española. El sagaz Santos Juliá ya advertía, poco antes del desastre, que el “no” suele ser un buen principio para negociar, ¿por qué no?, una tregua forzosa que posibilitara afrontar muchas tareas. Entre otras: Crecimiento económico, sí, pero no a cualquier precio. Mejoras en la contratación con sueldos de mayor calidad. Recuperación de la negociación colectiva y de los balances y contrapesos efectivos entre empleadores y asalariados. Seguridad en el trabajo. Bálsamo y ayuda para los más abatidos por la crisis. Un nuevo pacto fiscal y de financiación autonómica que sea justo, equitativo y responda al criterio de solidaridad entre los territorios, no sólo a demandas forales (que son una supervivencia del medioevo).  Ese  necesario pacto educativo que garantice una enseñanza pública de calidad. El reflote de la sanidad universal y un acuerdo que oxigene y reavive el sistema de pensiones. Así como la preparación de una reforma constitucional que ponga al día, no que destruya o debilite, el pacto de convivencia que sellaron los españoles en 1978.

3) Por su parte, la cultura tradicional de la izquierda española tampoco ha permitido una, llamémosla así: Coalición Menor entre PSOE y Ciudadanos, con la abstención de Unidos Podemos. Socialistas y comunistas fueron siempre adversarios ideológicos: ya Felipe González ninguneaba a Santiago Carrillo Solares y éste pactaba con Adolfo Suárez… por no recordar, otra vez, la pinza de Anguita con Aznar. Si difícilmente socialistas y comunistas podrían llegar a una coalición electoral, ¿cómo iban Iglesias y Garzón a permitirla entre PSOE y C’s?

4) Y ¿para qué?, si al final el escrutinio de los hechos confirma que el más favorecido en esta partida ha sido el atrevido galán televisivo de La Tuerka: Pablo Iglesias, pues la debilidad política, interna y electoral de un PSOE hoy sin liderazgo (y que es consecuencia de la aventurera y espasmódica gestión de Sánchez), le cede gentilmente la portavocía de la izquierda al profesor de Ciencias Políticas… sin que le haya hecho falta dar el sorpasso en las urnas, ni soltarse la coleta. Es decir: se lleva la mejor tajada y además va a ser el Robin Hood de la película.

5) Por su parte, tampoco Rajoy va a sentirse cómodo en su sillón de la Moncloa y se rebullirá ante las “impertinencias” de Ciudadanos y de los socialistas cuando toque negociar los Presupuestos Generales del Estado, bajo la acechante mirada de los nacionalistas, dispuestos a pescar en río revuelto, hasta que apriete el botón atómico de una nueva convocatoria electoral, culpando a todos de verse obligado a ello.

Y 6) Mariano Rajoy  parece poco o nada dispuesto a aceptar que no ha ganado, en puridad, las elecciones, sino que tiene que pactar y dialogar, lo que significa ceder en temas como la Reforma laboral, la Lomce, los supuestos más represivos y regresivos de la Ley Mordaza, etc. Algo que no le va a resultar aceptable  porque él es un gobernante ermitaño que habita solo y encalmado en su Pazo de la Moncloa. El pontevedrés apenas ha movido ficha y fiel a sí mismo, ni se ha despeinado. Juega tan divinamente al escondite, que hasta parece alta estrategia del sesudo juego de ajedrez.  

Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora tampoco explica cabalmente por qué el PP de Rajoy ha perdido tantos diputados a pesar de la boyante gestión económica y otros logros de su quinquenio. Quién sabe, a lo mejor el ex presidente norteamericano William Jefferson Clinton, quien se hacía llamar Bill, intentó explicarle a Mariano Rajoy esa tercera causa a la que se aludía al principio de estas notas, durante la visita que le hizo el 21 de mayo de 2014.

Quizá Clinton le dijo que su famoso lema: “¡Es la economía, estúpido!” 12  sólo sirve para desasnar a los políticos de vocación estatista, pero no a los conservadores: porque ésa es la prioridad y la panacea de su acción política. El consejo que le dio Clinton a Rajoy aquella linda tarde de primavera quizá fue: “¡Es la empatía, Mariano!”, algo muy válido para la instrucción sociopolítica del PP y de su presidente. Lo cierto es que Rajoy ha gobernado con una psicopática falta de empatía y además ha sido incapaz, por lo menos, de fingirla. Quizá algo imposible. Hasta su mentora, frau Angela Dorothea, le ha piropeado diciendo que tiene piel de elefante”.  Quizá ésta sea la causa de su descalabro, porque ya puede ser bueno el cirujano y haberle salvado la vida a la nación entera, que muchos rechazarán  volverse a poner en sus manos… pues opera y amputa sin anestesia.

A  lo mejor, los españoles expresaban con su “¡Pónganse de acuerdo!” que ya no ganan para desaires ni para sustos y humillaciones de trileros ni matasanos (según la locución verbal coloquial que el Diccionario aplica al verbo cuando expresa: “Padecer con demasiada frecuencia una situación desagradable o que no le compensa”). Y lo hacían con un sonoro: “¡Manda güevos!” de estupefacción y enfado por tener que repetir su orden dos veces en las urnas. Un improperio aprendido de Federico Trillo-Figueroa y Martínez-Conde, el shakespeariano ex ministro de Defensa y actual embajador en Londres, quien lo puso en valor cuando era presidente del Congreso allá en los tiempos de Aznar.      




NOTAS
 5 Ver este enlace con la Encuesta de Población Activa del INE (Nota de Prensa del tercer trimestre 2016) que desglosa los datos por edades, autonomías y otras variables. Y hace gráficos comparativos con los años anteriores. 
6  Exactamente emigraron 98.934 personas (64.136 nacidas en España y 34.798 fuera de ella). Ver este enlace con la Estadística de Migraciones 2015 del INE (Nota de Prensa), que desglosa los datos y hace comparativas.
7 La inflación ha sido muy baja, el Índice de Precios de Consumo nunca ha superado el 3% anual: 1,4% en 2008; 0’8% en 2009; 3% en 2010; 2’4% en 2011; 2’9% en 2012; 0’3% en 2013; -0’1% en 2014; 0% en 2015; y 0’6% hasta octubre de 2016.  El acumulado sería un 11’3% (desde diciembre de 2008 hasta octubre de 2016); y la media de 1’255 por ciento interanual.
8 El Fondo de Reserva de la Seguridad Social (más conocido como “Hucha de las pensiones” y que fue creado por el Pacto de Toledo en tiempos de Aznar), rozaba los 67.000 millones de euros en noviembre de 2011, cuando el PP volvió al poder. En junio de 2016 apenas quedaban 25.176. Vale decir: este fondo se consumirá con las pagas extraordinarias de los pensionistas de diciembre de este año y acaso de julio de 2017, si el actual Gobierno tiene que volver a recurrir a él (como es lo previsible).
9 Véase este enlace con el IPT del INE (Nota de Prensa que desglosa los datos y hace comparativas).
10 La Deuda Pública española alcanzó la cifra de 1’095 billones de pesetas en marzo de 2016, lo que se hizo público en mayo.
11 Pablo Iglesias es el político español que hoy combina mejor currículo con pedigrí. Su madre, María Luisa Turrión Santa Maria,  ha sido abogada del sindicato comunista Comisiones Obreras (CC.OO.) y era nieta de uno de los fundadores de la Unión General de Trabajadores (UGT) socialista. Su padre, Francisco Javier Iglesias Peláez, fue militante de la organización terrorista Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y a su vez, era hijo de Manuel Iglesias Ramírez, socialista-humanista que fue condenado a muerte por los franquistas (pena luego conmutada) tras la Guerra Civil. Uno y otro han mostrado su admiración y orgullo porque Pablo Manuel no sólo lleva la “lucha obrera” en la sangre (militó en la Unión de Juventudes Comunistas del PCE hasta los veintiún años); sino porque también ha sido un chico aplicado, trabajador y tenaz, un alumno muy brillante: estudió Derecho en la Universidad Complutense con media de notable alto: 7’3, y luego Ciencias Políticas y de la Administración, su vocación, obteniendo al licenciarse el premio extraordinario (media de 9’22). Perfecciona sus estudios en el Centre of Latin American Studies de Cambridge; se doctora en la UCM; hace un posgrado de Humanidades en la U. Carlos III de Madrid y en Suiza obtiene otro en Artes y Comunicación en la European Graduate School. Siempre con resultados sobresalientes. Además, ha sido uno de los profesores interinos más populares y carismáticos de la facultad de Ciencias Políticas de la UCM. Chico muy activo, ha formado parte de la fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), cuya aportación a la sustentación ideológica del régimen político del general venezolano Hugo Chávez fue muy bien recompensada en lo económico. Y también ha presentado y dirigido programas de televisión como La Tuerka (Tele K, Canal 33) y Fort Apache (Hispan TV, presuntamente patrocinada por el régimen teocrático de Irán). Iglesias ha manifestado que hoy “la gente no milita en los partidos, sino en los medios de Comunicación”, por lo cual ha fundado su empresa Producciones Con Mano Izquierda.          

12   En realidad, Clinton no acuñó ese lema, que tampoco lo era, sino una indicación de las prioridades de su jefe de campaña: James Carville, cuando luchaba contra un casi imbatible George Herbert Walter Bush.  Carville prendía tres cartelitos con alfileres en su tablero de corcho: “Cambio vs  más de lo mismo”, “No olvidar el Sistema de Salud” y algo impensable para un político del Partido Demócrata: “¡Es la economía, estúpido!”. Ganaron las elecciones presidenciales en 1992.