domingo, 21 de octubre de 2012

John H. Elliott: "Cataluña no era más 'democrática' antes que después de Felipe IV o Felipe V"


En los ensayos de Haciendo historia, libro que acaba de publicar la editorial Taurus, Sir John. H. Elliott (Reading, Inglaterra, 1930, profesor emérito de la Universidad de Oxford) explica por qué se hizo hispanista (La España Imperial, La Guerra de los Segadores), biógrafo (El Conde Duque de Olivares), historiador del Arte y la Cultura (Un palacio para el Rey, con Jonathan Brown) o escribió historia comparada (Los imperios atlánticos) para iluminar un mundo casi contemporáneo, pues Cataluña y Escocia hoy nos devuelven a los siglos XVII y XVIII.



–¿Por qué decidió ser historiador? 

–Yo leía mucho de niño y tenía varias historias de Gran Bretaña muy ilustradas. Estudiaba lenguas clásicas: latín, griego. Además, vivía en Inglaterra rodeado de vetustos edificios. Siempre había algo del pasado que me llamaba. Tras la victoria en la II Guerra Mundial, fue época de euforia pero también de graves problemas económicos y de ocaso imperial. Quizá vi algún paralelismo entre las aspiraciones reformistas del Conde Duque de Olivares con los desafíos a los que se enfrentaba el sucesor de Churchill, Clement Atlee, y por eso, consciente o inconscientemente, me sentí atraído por aquel periodo histórico.


–Durante esos años trabó grandes amistades.


–Fui muy amigo de Antonio Domínguez Ortiz. Inauguramos la residencia de Simancas, compartimos aquellas pésimas comidas y hablamos mucho de historia de España y de Franco. Luego fue el gran conocedor del Antiguo Régimen. Nunca tuvo un puesto universitario. Es una vergüenza. El reconocimiento le vino de fuera. A Ramón Carande, que fue un gran rompedor de mitos, lo conocí y admiré, pero apenas lo traté. Sí a José María Maravall, cuyas aportaciones a la historia cultural española son muy importantes. Y a Gonzalo Anes, actual director de la Real Academia de la Historia, o a Felipe Ruiz Martín, pionero de la historia económica.


–¿Cómo se sentía un joven estudiante británico en aquella España?


–Yo no estaba acostumbrado a la falta de libertades y en Cataluña además había prohibiciones que afectaban al idioma y a sus tradiciones. Era tan sofocante que a veces sentía la necesidad de escapar para poder respirar de nuevo. Yo gravitaba alrededor del círculo de Jaume Vicens Vives. Mucho me temo que hoy se haya perdido la lección que él quería dar a su sociedad desmitificando los tópicos nacionalistas heredados de la Renaixença. Vicens Vives quería eliminar las categorías de “agravio” o “expolio” a la relación de España con Cataluña, un continuo “victimismo” desde el Compromiso de Caspe que es un reduccionismo. Esos tópicos respondían más a los rencores que la arrogancia castellana había provocado en la sociedad catalana que a la realidad histórica, porque no es verdad que hubieran “perdido libertades” en 1714, ni que el Principado fuera “más democrático” antes que después de Felipe IV o Felipe V.


–El Descubrimiento de América, ¿cambió los equilibrios pactados para la boda de Isabel y Fernando?


–Quizá la relación hubiera sido distinta de no haberse producido ese “accidente” histórico, pues inclinó más un balance desde el principio favorable a la primera, pues Castilla estaba más poblada y era más rica. También hubiera sido distinto si Isabel se hubiera casado con el rey portugués. Pero, quizá, habría que preguntarse: ¿Qué hubiera ocurrido si el príncipe Miguel, hijo de la princesa Isabel (heredera de los Reyes Católicos) y de Manuel I de Portugal, hubiera sobrevivido? Porque él habría reinado sobre toda la Hispania romana y visigoda: Portugal, Castilla, Aragón y Navarra.


–En Aragón y Valencia no ha prendido el nacionalismo, pero históricamente constituían un mismo territorio con Cataluña. Tampoco reaccionaban igual en los siglos XVII y XVIII. Aragón no abrazó al principio la causa austracista en la Guerra de Sucesión, ni Valencia se alzó contra Felipe IV en la de los Segadores. ¿Por qué?


–Hace años dirigí la tesis de James Casey, un joven estudiante norirlandés que se hacía esa pregunta, y que luego publicó en libro: El Reino de Valencia en el siglo XVII. Él advertía que allí existían unos “lazos de pertenencia personal” que cruzaban la línea divisoria e impedían la ruptura entre gobernantes y gobernados. Eran hilos de cohesión que estaban presentes allí y mucho menos en Cataluña. Por otra parte, nunca hubo gran cohesión entre Aragón, Valencia y Cataluña.      


–Habla del “síndrome de víctima inocente” catalán, pero también del “síndrome de nación elegida” de Castilla o Inglaterra… que hereda EE.UU.


–El primero lo desmontó Vicens Vives, quien decía que era corrosivo. En cuanto al segundo, los castellanos y luego los ingleses en el siglo XIX, se han sentido una raza elegida por Dios. Es la arrogancia del Poder, del éxito tras haber levantado un imperio. Sin embargo, al final, siempre falla Dios o hay que explicar los fallos. Castilla se quedó con el tópico tan arraigado del esencialismo centralista, un carácter de proyección nacional que no cambia y que ha perdurado hasta mediado el siglo XX. Así lo expresa la polémica entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, un debate que hoy está caduco.


–¿Puede hablarse de un “síndrome de atraso y decadencia” entre nuestros intelectuales, aun antes de la generación del 98, al abordar el pasado?


–Ese síndrome empezaba a desaparecer con la Transición. Ya no se veían tanto los fracasos como los éxitos, y los historiadores se admiran de que el Imperio español hubiera durado mucho más que el británico. Ya no dominaba el pesimismo del siglo XIX que veía a España tan “atrasada” cuando en realidad no lo estaba; un pesimismo alentado por asumir la Leyenda Negra que tanto ha cundido.


–¿Tenían los hombres del siglo XVII algún sentido de pertenencia a una nación, o este se produjo después, cuando todos, los catalanes a la cabeza, batallaron contra Napoleón en la Guerra de la Independencia, primero llamada Revolución Española?


Más bien reforzó el sentido de España como nación que inventarlo, igual que ocurrió en Francia después de la suya, tanto, que Napoleón quiso hacerla universal. La invasión provocó una fuerte reacción nacionalista pero también antimoderna.            


–Alguna vez dijo que si España hubiera seguido el modelo de “monarquía compartida” de los Austrias, parecido al británico, y no el centralista de los Borbones, nuestra historia hubiera sido distinta. Pero hoy Escocia plantea romper la Unión de Reinos…


–En fin, los escoceses ahora quieren ser más escoceses que británicos, pero siempre desempeñaron con orgullo un papel protagonista en nuestra historia política moderna, fundamental durante el Imperio, del que obtuvieron grandes beneficios; y hasta hace nada, como, por ejemplo, Harold MacMillan, que fue primer ministro entre 1957 y 1963. Como los catalanes, que a partir del siglo XVIII se beneficiaron del comercio con América y en el siglo XIX fueron muy importantes en Cuba.


–En Escocia, ¿aprenden los escolares una historia nacionalista como en el País Vasco o Cataluña?


–Los modelos educativos son muy distintos. Hoy en mi país hay mucha preocupación porque los estudiantes de Enseñanza Media dominan algunos pocos tópicos, como Enrique VIII y los Tudor, la Revolución Industrial, o Hitler y la II Guerra Mundial, pero les falta conocer los hilos que recorren la Historia británica. Aunque no sé qué pasa exactamente en Escocia, si es que allí se les presenta una historia nacionalista y deformada como en Cataluña, algo que es terrible y preocupante, pero no lo creo. Lo cierto es que el Gobierno de Cameron quiere proponer un temario, digamos, biográfico, que incluya a doscientos personajes que conecten los hilos conductores de nuestra Historia.


–Nos dicen a diario que hacer esto o aquello, incluso protestar, es malo para la “reputación” de España. Usted ha estudiado la importancia que aquellos reyes y gobernantes le daban a la literatura y el arte en la propaganda y contrapropaganda.


–El Conde Duque intentaba mover la opinión a través de las imágenes, los libros, los panfletos, utilizando en beneficio de la “reputación” española a artistas e intelectuales. El Salón de Reinos mostraba al mundo la estima que la Monarquía Hispánica tenía de sí misma. Por eso, la política cultural española ha sido muy inteligente desde la Transición: ha proyectado una “imagen” distinta de los clásicos estereotipos. Espero que los gobiernos sigan con esa política, uno de cuyos mejores exponentes ha sido el Prado.    


–Hoy… ¿qué le preocupa?


–Me preocupan los recortes que Cameron y otros gobernantes hacen en Cultura, Educación, museos… Abandonando las Humanidades, creo que empobrecerán a nuestras sociedades.

Nota: Hoy ABC publica una versión algo más breve de esta entrevista. 

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