lunes, 18 de febrero de 2013

BUÑUEL bajo la lupa del FBI

Buñuel en Nueva York, a principios de los años 40

El 23 de mayo de 1988, cinco años después de la muerte de Luis Buñuel, el FBI desclasificó la mayoría de los documentos relacionados con el seguimiento y estrecha vigilancia a los que estuvo sometido no sólo durante los años en que residió en Nueva York y Los Ángeles (1938-1946), sino después, porque siempre que solicitaba un visado para visitar Estados Unidos, así fuera como turista y por unos pocos días, se requería la aprobación de ese organismo que dirigió Edgar Hoover desde 1924 hasta la Presidencia de Richard Nixon.

Buñuel visita a J. R. Barcia en Los Ángeles, años 50
El dossier de Luis Buñuel, poco conocido, abarca 30 años, desde 1941 hasta 1971, y contiene, al menos, 31 informes de vigilancia, así como peticiones y resoluciones, algunas firmadas por el todopoderoso y temible responsable de la policía federal estadounidense; y de muy diversa naturaleza, pues, aunque el cineasta no era realmente considerado como un sujeto peligroso, la lupa del FBI escrutaba con ávida curiosidad a su círculo de amistades. Muy en especial, al catedrático, poeta, narrador y ensayista gallego José Rubia Barcia, amigo entrañable y colaborador (con el que el cineasta mantuvo una estable relación epistolar, publicada junto con el guión que escribieron juntos: «La novia de los ojos deslumbrados», en el libro Con Luis Buñuel en Hollywood y después, Coruña, Ediciós do Castro, 1992). Todos los nombres están borrados, excepto el de Buñuel, pero sólo el de Barcia se identifica con absoluta certeza en estos reveladores documentos.

El primero de ellos está fechado el 1 de diciembre de 1941 y llega al FBI por conducto del Departamento de Estado, pues el cineasta había solicitado sin éxito el permiso de residencia, paso previo para tramitar su nacionalización como ciudadano estadounidense. Por entonces Buñuel ya vivía en Nueva York y estaba empleado, gracias a los buenos oficios de su amiga Iris Barry, como montador y documentalista en la Filmoteca del Museo de Arte Moderno,desde el 14 de enero de ese año (concretamente en la Coordinación de Asuntos Interamericanos que patrocinaba Nelson Rockefeller), donde montará una versión reducida de El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, para demostrar que el cine es un arma importantísima de propaganda, como señala Agustín Sánchez Vidal en su cuidada biografía Luis Buñuel (Cátedra, 2004).

Buñuel recurrió esa decisión y un Comité de Revisión de la Junta de Apelaciones le da la razón, algo que disgusta al mismísimo Hoover, pues remite un memorandum a un tal «Mr. Alden»,  en el que critica que «el representante del USIS (US Information Service) votó la aprobación del caso sólo sobre la base de que el demandante ha declarado que no tenía afiliaciones políticas previas o posteriores a la Revolución española (sic). Él menciona otros factores, en su opinión, sin importancia, pero la base fundamental de su aprobación ha sido que el recurrente declaró no ser un comunista. En otras palabras, sin tener en cuenta las muy cercanas vinculaciones, así como su conexión con el Gobierno de la República, el representante de la USIS creyó que la palabra del apelante era más sólida y convincente —ironiza Hoover— que otros factores. Aparentemente, la Junta de Apelaciones compartió esa postura, pues también aprobó la apelación sin escribir ni una opinión».

¿Era Buñuel comunista?

Más bien, eso que por entonces se llamaba «un compañero de viaje». Es cierto que en 1932 el cineasta le dirige una carta a André Breton para desligarse del grupo surrealista alegando que se había afiliado al Partido. Y también, que fue comisionado por el Gobierno de la República durante la Guerra Civil, vía Luis Araquistáin, que no era del PCE, para supervisar, primero, en París, documentales como España leal en armas (1937), de Jean Paul Le Chanois; y luego, en Nueva York y Los Ángeles, allá por 1938 (viaje que paga de su bolsillo porque, en realidad, busca nuevos horizontes profesionales), los proyectos cinematográficos simpatizantes con la causa republicana, como Blockade (1938), de William Dieterle, o la nunca rodada Cargo of Innocence (1939). Sin embargo, al acabar la contienda se prohibió toda referencia política a España en las películas norteamericanas, ya fuera en favor de la República o de Franco.

Buñuel quizá fuera un pequeño burgués de simpatías izquierdistas que nunca afloraron en su obra, pues sólo podrían hallarse en Las Hurdes, tierra sin pan, como han explicado Román Gubern y Paul Hammond en Los años rojos (Cátedra, 2009). Pero necesitaba el imprescindible paraguas crítico de los comunistas para poder llevar su cine adelante (recuérdese la gran ofensiva para reclutar intelectuales y artistas en los años 30, que va de Louis Aragon a André Gide). Aún así, ellos le fueron siempre reticentes y le recriminaron, por ejemplo, alguna secuencia de Los olvidados; y él, por su parte, se fue alejando de ese paraguas a fines de los años 50.


Un agente eficaz

 Buñuel y Dalí en Cadaqués (1924)
El FBI no volvió a interesarse por él hasta 1945, dos años después de que tuviera que renunciar a su puesto en el MoMA tras el infame incidente con Salvador Dalí. El agente especial R. B. Hood, a cargo de la oficina de Los Ángeles, adonde se había trasladado con su familia (la francesa Jeanne Rucal y su hijo recién nacido, Juan Luis) desde Nueva York, se tomó muy en serio investigar a Buñuel, por entonces jefe de los dobladores de películas al español de la Warner, y sobre todo, a sus amigos y colaboradores, algunos refugiados españoles. Y envía nada menos que siete informes directamente a Edgar Hoover durante ese año y otros ocho en 1946.

Así, el 31 de julio de 1945 el «confidente A» acusa al cineasta de querer viajar a Moscú para «estudiar la situación y lograr que se le comisione indefinidamente en los países ocupados» y que está «enteramente vinculado con izquierdistas en el mundo latinoamericano» y antes, con el «Gobierno socialista-comunista de León Blum en Francia».  También señala, por primera vez, a José Rubia Barcia, que «emigró a La Habana para escapar de Franco, donde vivió cuatro años»; que luego  «entró en EE.UU. por Miami el 3/8/43», estuvo  «nueve meses en la Universidad de Princetown», y más tarde  «trabajó durante nueve meses en la Oficina de Información de Guerra» y quien «desde el 20/7/44, trabaja para el Departamento de Doblaje al español de la Warner», datos curriculares que informes posteriores amplían y detallan con pormenor.

Asimismo se señala la edad, peso, talla, color de pelo y domicilio de ambos, se les califica de «apátridas» y da, como señas particulares de Buñuel, que «cojea y a veces usa muletas porque sufre de reumatismo», en realidad, ciática. El confidente, supuesto amigo del cineasta, también afirma que durante meses ha mantenido discusiones en los almuerzos «sobre capitalismo vs comunismo», y que Buñuel les atacó por «defender el sistema democrático y capitalista de EE.UU.». En ese mismo informe se delata a otras dos personas, imposibles de identificar, una «descendiente de una familia aristocrática rusa, sin embargo simpatizante del Soviet», de quien un «confidente B» aporta sus señas particulares; la otra es irrelevante. Y un tercer confidente, el «C», simplemente confirma la filiación de Buñuel y observa que «tiene una cicatriz en el dedo índice izquierdo».

Sin embargo, un informe posterior detalla, a través del «confidente C», la animosidad de los confidentes «A» y «B» contra Buñuel y Barcia. Así, «“B” perdió su empleo en Warner debido a las acusaciones que les dirigió por razones políticas» y a una «pelea a puñetazos» con uno de ellos (seguramente, Buñuel, que dominaba el arte del boxeo); y además reconoce que Buñuel «jamás reclutó a nadie para ir a Moscú» y que las «manifestaciones antisemitas» que se les achacan a los dos «son inconsistentes».


Hoover interviene

La persecución arrecia. El 22 de octubre y el 21 de noviembre de 1945 el agente Hood, que ya había enviado fotografías y huellas dactilares de los investigados, solicita permiso a Edgar Hoover para intervenir la correspondencia de Buñuel, Barcia y otros, solicitud que este concede personalmente el 28 de febrero de 1946. Luego, Hood pide una prórroga de otros treinta días y Hoover  la aprueba el 11 de marzo… ¡por 60 días! Esta vigilancia perjudicó más a Barcia que a Buñuel, pues le achacaron haberse casado con una norteamericana para afincarse en EE.UU. y le hicieron la vida imposible; aunque al segundo se le atribuyó estar en contacto con españoles al servicio de la Embajada Soviética en México DF (hasta 1989, la mayor de Occidente, conocida como la Casa Verde de Tacubaya).

Siguen los informes. El 19 de marzo, una confidente asegura que Buñuel y otro  nombre borrado, quizá Barcia asistieron a la proyección de la película Hotel Berlín, de Peter Godfrey; y que el segundo había manifestado que «era propaganda americana y que Alemania jamás habría cometido semejantes atrocidades». Aunque a renglón seguido, la informante afirma que los dos «esperan que Franco sea derrocado para poder regresar a su país». La misma sutil confidente declara que «aunque son muy antiamericanos», está «confusa», porque le parece que unas veces son ¡«pro-alemanes y otras pro-rusos»!, cosa que, por otra parte, podría deberse a la socarronería de Buñuel, quien disfrutaba confundiendo a sus interlocutores por simple humor surrealista.

Entre 1945 y 1946, la Warner suspende los doblajes al español a causa de las medidas proteccionistas que Argentina y México ponen en marcha para defender a sus cinematografías. En 1946, Buñuel coincide con Dennise Tual viuda del actor ruso Pierre Batcheff, protagonista de Un perro andaluz durante una cena en casa del director francés René Clair, quien le propone rodar en México una adaptación de La casa de Bernarda Alba, proyecto que se frustra. Poco después, el productor Oscar Dancigers también de origen ruso, a quien conoció en París, y que lleva años en la capital azteca— le ofrece dirigir su primera película mexicana: Gran Casino, que protagonizarán Jorge Negrete y Libertad Lamarque. Todavía en 1947, cuando Buñuel ya había emprendido a trompicones su carrera cinematográfica en México, el FBI siguió investigándole y relacionándole con refugiados españoles a los que se califica de prosoviéticos.

Doce años después

Aún tendrán que pasar 12 años para que el cineasta llame nuevamente la atención del FBI, cuando vuelve a pisar territorio norteamericano en 1959: dos memorandos recogen, uno, su llegada a Nueva York el 22 de septiembre de 1959 con un visado válido hasta el 10 de octubre; y otro, su llegada el 28 de octubre de 1960, con permiso hasta el 10 de noviembre. Siempre se señala que se le conceden, pese a sus antecedentes, por su gran prestigio internacional como director de cine.

En 1967 vuelve a viajar desde París para asistir a un homenaje que le brinda el MoMA, y se ve obligado a comunicar un pequeño cambio de fechas en su plan de viaje. Los informes detallan no sólo la concesión del visado sino también su apoyo a la reunión del Comité Mundial por la Paz, tachado de «movimiento pacifista comunista», asamblea celebrada en Estocolmo ¡en 1950! y considerada por el FBI como «la más grande ofensiva psicológica mundial jamás realizada», y «una cortina de humo» previa a la «agresión comunista contra Corea del Sur», pues tuvo lugar tres meses antes de que ocurriera. Asimismo se le imputa una fugaz visita a Cuba, ya gobernada por Fidel Castro.


Feliz invención francesa

A pesar de ello se autorizan a Buñuel otros dos visados: uno en 1968, y otro en 1971 (para un viaje en abril de 1972), fecha esta del último informe del FBI. En 1973 la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concede el Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa por El discreto encanto de la burguesía.


Cena en Hollywood (1972) Robert Mulligan, William Wyler,
George Cukor, Robert Wise, Jean-Claude Carriere, Serge Silberman,
Billy Wilder, George Stevens, LB, Alfred Hitchcock y Ruben Mamoulian 

«Cuando me preguntan si no lamento no haberme convertido en un director hollywoodense, como muchos otros directores llegados de Europa —dicta Buñuel en Mi último suspiro (Plaza y Janés, 1982) a su amanuense Jean-Claude Carriere—, respondo que no lo sé. El azar no actúa más que una vez y no rectifica nunca. Me parece, sin embargo, que en Hollywood, atrapado en el sistema americano, y aun disponiendo de medios sin comparación posible con los exiguos presupuestos con los que habría de desenvolverme en México, mis películas hubieran sido completamente distintas. ¿Qué películas? No lo sé. No las he hecho. En consecuencia, no lamento nada».  

Cabe pensar que Buñuel no hubiera sido el Buñuel que conocemos ni siquiera en Nueva York, piénsese que allí no pudieron expresarse cineastas independientes como John Cassavetes, Dennis Hopper o Paul Newman hasta los años sesenta y setenta. Tampoco en México hubiera tenido carrera si Los olvidados, película defendida en el Festival de Cannes por Octavio Paz y sus amigos surrealistas, no le hubiera reportado el premio a la Mejor Dirección, pues había desatado las iras de los nacionalistas-revolucionarios mexicanos, incluido el diplomático y poeta Jaime Torres Bodet, contemporáneo dizque cosmopolita y a la sazón embajador en París... Y es que, a lo mejor, el Buñuel que más conocemos es una feliz invención francesa.

martes, 12 de febrero de 2013

Las pruebas del delito

Esta mañana, mi buen amigo José Méndez me pidió una foto personal para ARN digital, aunque fuera del Bautizo o de la Primera Comunión, "porque... ¿tú estás cristianado, verdad?" Ante la duda, le envié dos que lo prueban.

Bautizo, Parroquia de Santa Micaela, Madrid, abril de 1964

En casa, poco antes de la Primera Comunión, mayo de 1964


Los Papas mueren o abdican

Pablo VI ciñe la Tiara papal sentado en la silla gestatoria (1963)


El Papa no dimite ni renuncia sino que muere como tal o abdica, porque es monarca soberano: un rey absoluto, aunque el Trono de Pedro no cubra su vacante de forma automática con un príncipe heredero por legitimidad de sangre ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey! sino por elección, como los emperadores: el Papado es la última monarquía electiva de Occidente. Su modelo lo obtuvo en el Imperio Romano, ejemplo que seguirán Carlomagno al fundar el Sacro Imperio Romano Germánico o, incluso, Napoleón Bonaparte en tiempos tan recientes, éste dizque como fundación republicana.


¿Monarquías electivas, abdicaciones?  


A Carlos de Habsburgoarchiduque soberano de Austria y rey de Romanos, lo proclamaron Emperador de Alemania (Kaiser, es decir: César) sus electores: el rey de Bohemia, el conde palatino del Rin, el duque de Sajonia, el margrave de Bradenburgo y los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia.  A estos siete electores iniciales muchos años después se añadirán los príncipes electores de Baviera y Hannover… El modelo evoluciona, se transforma acorde con los avatares de la Historia: nuevos reinos, aires, pueblos, ideas, incluso divisiones y bifurcaciones nacionalistas, sublevaciones y guerras, pero concluye al mismo tiempo con la derrota, en 1918, de los imperios centrales: el kaiser Guillermo II de Hohenzollern y Carlos I de Austria-Hungría, sucesor del kaiser Francisco José I de Habsburgo, quien había fallecido en 1916.

Además de emperador electivo, Carlos I de España fue rey de Castilla, Aragón, Navarra, Cerdeña, Sicilia y Nápoles como  heredero de Juana I de Trastámara, la Reina loca, y su consorte Felipe de Habsburgo, el Hermoso, y nieto de los Reyes Católicos; y fue soberano de Austria y de los Países Bajos por ser nieto, también, de Maximiliano I de Habsburgo y de su primera esposa, María de Borgoña. Un día, viejo, cansado y sintiéndose con pocas fuerzas para gobernar un imperio tan extenso como agitado por eternas rencillas y guerras de religión, el emperador abdicó en su heredero, quien luego reinó como Felipe II, aunque no le legara Austria, ni los derechos electivos imperiales, que correspondieron a su hermano el archiduque Fernando de Habsburgo

A la fuerza abdicaron Carlos IV y Fernando VII en Aranjuez y Bayona, el padre en su hijo, y éste en Napoleón. Alfonso XIII, enfermo y abatido por su exilio, pues  había suspendido el Ejercicio Real en 1931, también abdicó el 15 de enero de 1941 en Don Juan de Borbón, por entonces Príncipe de Asturias, tras haber renunciado sus hermanos mayores Alfonso y Jaime —ellos sí, pues no eran soberanos— a los derechos dinásticos, el primero, para contraer matrimonio morganático, y el segundo, por impedimentos de salud: era sordomudo.  Así, la abdicación no sería “costumbre” reciente entre los monarcas españoles, ni sólo holandesa o británica.


Siete Papas huidizos

Menos frecuente ha sido en la Historia de la Iglesia, pues en dos mil años apenas se contabilizan siete casos, dos de los cuales no están documentados y son más bien dudosos: San Clemente (Papa entre los años 91-101) y San Ponciano (230-235), aunque de este último se sabe que fue desterrado y condenado a trabajos forzados en Cerdeña, como hoy señala Fermín Labarga, profesor de la Universidad de Navarra, en el diario ABC. A San Silverio (536-537), el general Belisario le obligó por la fuerza, como a San Martín (649-653) el emperador Constante II. Siglos después, Benedicto IX primero abdicó en 1054 y además fue depuesto por el Sínodo de Sutri acusado de simonía. 

Benedicto XVI reza ante las reliquias de Pietro Angeleri, San Celestino

Pero el caso más parecido al de Benedicto XVI, según Labarga, lo apunta otro santo:  Celestino V (monje elegido tras un cónclave de dos años por disputas entre los Colonna y los Orsini, y cuyo pontificado duró unos pocos meses), quien dejó vacante la sede en 1294 a los 85 años, por sentirse incapaz de sostener el peso de su misión. El último Papa que decidió abdicar fue Gregorio XII (1406-1415), pero él había aceptado la Vicaría de Cristo a condición de dejarla para así resolver el Cisma de Occidente. 

En realidad, durante la Antigüedad y la Edad Media, lo habitual era liberar el Trono de Pedro de pontífices incómodos, ya puros e insobornables, ya ineptos o corruptos, enviándoles prematuramente a la Casa del Padre, como bien pudo ocurrirle mucho después al pobre Albino Luciani, quizá por su decencia e independencia, quien reinó 33 días en 1978 con el nombre de Juan Pablo I.      


Protocolo monárquico

En fin, el protocolo vaticano celebra el poder temporal del Papa como una monarquía. Muchos espectadores se extrañaron durante el funeral de Juan Pablo II cuando vieron compartir a Don Juan Carlos y Doña Sofía lugar de honor con los reyes de Bélgica, Noruega, Suecia, Jordania y los grandes duques de Luxemburgo y más atrás se sentara muy deslucido el presidente de EE.UU., George Bush, entre otros mandatarios europeos, americanos, africanos, asiáticos u oceánicos. Es claro: primero los reyes, casi iguales por inspiración divina, y luego las repúblicas, invención más reciente y mundana. Por eso, Benedicto XVI ni dimite ni renuncia, abdica el séptimo año de su pontificado —léase reinado— casi a los 86 de edad (aunque quizá eso hoy suene subversivo en España, donde abdicar parece verbo tabú o materia inconveniente). Y sus electores, los príncipes de la Iglesia menores de 80 años —sólo esos cardenales— elegirán y jurarán en cónclave para luego proclamar al próximo Pontífice Romano urbi et orbi con la ancestral fórmula del Habemus Papam, aunque ya no se les “corone”.

En efecto, Pablo VI, último Romano Pontífice que fue “coronado”, muy poco después abandonó el uso de la Tiara papal, cuyas tres coronas en principio significaban la soberanía del Papa sobre los Estados de la Iglesia, su supremacía sobre el poder temporal de todos los demás reyes, así como su autoridad moral sobre la Humanidad entera.  Aunque Giovanni Battista Montini no prohibió su uso tras el Concilio Vaticano II, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger aceptaron, cada cual, una, y sólo como regalo privado: nunca la ciñeron. Por último, Juan Pablo II arrumbó la solemne silla gestatoria, originalmente trasportín de los dignatarios egipcios, sustituyéndola por el moderno papamóvil, útil desprovisto de tanta pompa terrenal y manos siervas, los “sediarios”.

“Mi Reino no es de este Mundo

La Tiara y la silla gestatoria en el olvido, ojalá en vez de calzar los nada conciliares zapatitos bermellos del emperador romano o bizantino (sólo él los podía lucir de tal color), y que no son de Prada, el Papa elegido en verdad recupere las perdidas Sandalias del Pescador —las que calzaba un tal Jesús, el Galileo, azote de fariseos, saduceos, escribas, ricos y mercaderes, pero amigo de paralíticos, leprosos, poseídos y ciegos, de pecadores, publicanos, rameras y adúlteras, de los pobres y de todos los desdichados, quien rechazó ser Rey de los Judíos porque Mi Reino no es de este mundo”.