lunes, 4 de noviembre de 2013

Guillermo Cabrera Infante: "Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca"

Guillermo Cabrera Infante y Miriam Gómez vistos por Néstor Almendros

Aunque debió redactarlo poco tiempo después de abandonar Cuba para siempre con sus dos hijas, Guillermo Cabrera Infante apenas volvió sobre este Mapa dibujado por un espía que ahora publica Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, y que permaneció escondido y virgen, sin haber sido elaborado literariamente. Y aun así: desnudo o inacabado, a veces escatológico, procaz y sensual, crónica casi sin música, es un libro de Cabrera Infante por todos sus costados y costuras.

Transcurre en La Habana. Los cuatro meses más tristes de 1965. Agregado cultural de la embajada de Bélgica, el escritor viaja a la isla porque su madre ha muerto repentinamente. Allí también vuela su hermano, el pintor y cineasta Sabá Cabrera, destinado en Madrid después de que su documental PM  fuera prohibido por el mismísimo Fidel Castro. Hecho detonante, además, del cierre del suplemento cultural “Lunes” del diario Revolución –años después el Granma– y del que su hermano Guillermo era subdirector, causa de sus destinos diplomáticos, casi destierros simulados, del ostracismo interno de Carlos Franqui y del exilio de Néstor Almendros. Ahora el editor Antoni Munné pone en manos de los lectores este volumen póstumo que pudo ser una novela y que hoy es testimonio: desolación de la quimera en primera persona.  
   
–¿Por qué ha tardado tanto en aparecer?

–Cuando Cabrera falleció en febrero de 2005, la editorial me encargó la edición de sus obras póstumas y de las Completas. En su casa, Miriam Gómez y yo fuimos desempolvando miles de papeles y había cuatro novelas, dos de las cuales ya se han publicado: La ninfa inconstante (2008) y Cuerpos divinos (2010). Un cuarto texto aparecerá más adelante y es la novelización de la película La ciudad perdida (2005), cuyo guión redactó Cabrera y que dirigió y protagonizó Andy García.

–¿Y éste?

–Era el único texto que ella jamás había leído, aunque sabía de él, pero temía que su lectura pudiera perturbarla, por lo que no me dejó leerlo sino hasta haber trabajado la edición de aquellas dos novelas y del primer volumen de las Completas. A mí me impresionó y le dije: “Miriam, es de justicia que la gente lo conozca”. Y ella aceptó. La edición era compleja. Cabrera había hablado en varias entrevistas sobre él y variaban en el título, éste que finalmente lo ilustra: Mapa dibujado…, y otro muy sugerente: Ítaca vuelta a visitar. Hubo que revisar otros cientos de papeles, notas y artículos afines, pero ninguno estructurado como éste, que estaba –tal cual ahora aparece– de principio a fin, completo y en un sobre, incluso con un prólogo que a mí me parece un poco extraño.


Todo el poder para los Castro

Año 1965. Aunque no lo cita, hace poco tiempo Jruschov ha sido defenestrado del poder soviético y sus sucesores han segado ya los tímidos brotes verdes de aquel deshielo político y cultural. En Cuba, ya nadie puede hacer sombra a los hermanos Castro: ni Huber Matos, primer auto de fe; ni Camilo Cienfuegos, desaparecido en vuelo; ni el romántico y extremoso Che Guevara, trágico excursionista revolucionario por África y Suramérica, cuyos amigos y partidarios han sido relegados. El presidente Osvaldo Dorticós baila su música. Una casta burocrática ligada al Ejército y al Partido no sólo está arrinconando a la vieja guardia idealista, sino que vence todos los equilibrios internos hacia el ministerio del Interior, el ojo y el brazo ejecutor del Gran Hermano. Ya en 1961, Fidel había proclamado: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”.

A Cabrera Infante casi lo bajan directamente del avión que lo devolvía a Bruselas, donde aguardaba su esposa; y su hermano Sabá tampoco puede regresar a España, tras despedir los dos a su madre muerta. Y no saben por qué. Jamás han hecho o dicho nada contra la Revolución, sino todo lo contrario: asumieron las pérdidas, trabajaron duro, creyeron, nunca han fallado ni en la desilusión. Nadie les dice nada si lo sabe, cuidado a quién se pregunta, cuidado con quién se sinceran, en quién buscan apoyo o caricias.

En Cuba todos los signos auguran malos tiempos. Hay mercado negro, escasez de alimentos, cartilla de racionamiento, no se construye, la ciudad se deteriora, las granjas son improductivas, hay juicios asamblearios, arengas y turistas del comunismo, continuo asalto a la libertad de expresión. Y prostitución como no la hubo ni en tiempos de Fulgencio Batista: por unas medias de nailon, por una cama donde dormir, algo que comer, incluso putas casi niñas que eran agentes de la inteligencia.

–También hay una obsesiva caza de brujas homosexuales, la homofobia como seña de la mentalidad criolla y militar.

–Los casos de Virgilio Piñera, Antón Arrufat y otros homosexuales es muy evidente. Estaba ese recién creado Departamento de Lacras Sociales cuyos agentes los “identificaban” pidiendo la hora en la calle. Si extendían la muñeca firmemente, no lo eran; y si lo hacían lánguidamente, seguro que sí. Había miedo, mucho miedo. Otros agentes de inteligencia “identificaban” a los culposos contrarrevolucionarios analizando sus manos cuando los interrogaban o solo hablaban con ellos sibilinamente… Es como un esperpento kafkiano. Lo fantástico de este libro es que transmite el pulso de los grandes anatemas de aquel momento: los homosexuales…

–La música moderna…

–Una tierra tan musical llevaba años sin inventar un son desde la Revolución, cuando antes siempre ponía de moda alguno en todo el mundo. Y además, se impedía que los jóvenes escucharan rock o pop. El teatro, el cine, la poesía, la pintura o la literatura ambiguos que pretendían ser revolucionarios y no “de la Revolución”. Y los horrores de la delación. Incluso en los escarceos amorosos que Cabrera mantiene, siempre tiene la sospecha de que sus amantes puedan ser confidentes de la Seguridad del Estado. En fin, la médula del libro es la enorme decepción que el gran escritor siente cuando ve con lucidez qué es lo que está pasando en Cuba. A mí me parece que está a la altura de los testimonios que escribieron André Gide (Regreso de la URSS, 1936) o Arthur Koestler, entre otros grandes desencantados del estalinismo.

–Por esta páginas deambulan personajes como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Walterio Carbonell, Edmundo Desnoes, César Leante, Pablo Armando Fernández, Roberto Fernández Retamar, Tomás Gutiérrez Alea “Titón”, algunos de los cuales luego lo traicionaron, y a los que trata con benevolencia y hasta sentido del humor.

–Miriam Gómez no sabe la fecha en que Cabrera lo redactó. Por eso creo que fue escrito hasta, aproximadamente, 1968, tras sus declaraciones en Primera Plana, primeras críticas al castrismo; y cuando Heberto Padilla empezó a tener problemas con la Revolución, antes de su “retractación” en 1971, lo que ha venido llamándose el “Caso Padilla”. Personajes como Pablo Armando, Lisandro Otero, Retamar y otros que terminarían convirtiéndose en enemigos acérrimos, aquí los trata bien, por lo que deduzco que se fraguó antes de que se distanciaran. Y no lo volvió a tocar, a la espera de darle forma literaria, de ahí su carácter descarnado, con choteo pero sin juegos de palabras, citas cultas o populares, juicios, y casi sin música, señas literarias de su autor.  

El suicidio en Cuba

–Este libro también anuncia otro tabú de la Revolución cubana: el suicidio. En 1983 causó escándalo un ensayo de Cabrera publicado en la revista Vuelta de Octavio Paz: “Entre la historia y la nada. Notas sobre una ideología del suicidio”. Así, algunos de los personajes que ya aparecen en Mapa dibujado…, como la inefable Haydeé Santamaría, lo cometerían. Así también el presidente Dorticós… después de haber leído aquel ensayo, según dicen. 

–La sombra del suicidio como única salida decente en Cuba ya planeaba aquí, como Miriam Gómez me iba señalando a medida que avanzábamos, y como se ve oblicuamente en la lista de personajes que lo cierra. Eso le da una dimensión humana trágica. Cuando me dio el original, lo leí en una noche y salí tocado: es triste, muy triste… Y no sólo por eso, sino por el enorme tráfico de personajes, unos que se rindieron ante lo que les caía encima, otros que fueron arrasados; y la enorme quiebra de amistades. Todas aquellas traiciones quizá tuvieron mucho que ver con el colapso mental que Cabrera Infante sufrió en 1972.

–Para él, ya “era evidente que entre las cosas que destruyó la Revolución en Cuba, una de ellas fueron los lazos familiares”. ¿Cómo es posible que aún pueda alguien sentir simpatía por la dictadura más longeva de Iberoamérica?

–Yo tampoco entiendo cómo todavía hay gente que pueda seguir justificando, por muchos años que pasen y puedan pasar, todo lo que ha estado y sigue pasando en Cuba.


Una versión más breve de este texto se publica en el diario ABC, en cuya web además puede leerse un anticipo de este Mapa dibujado por un espía. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario