sábado, 19 de mayo de 2012

Celan recita "Todesfuge" y Valente le traduce





FUGA DE MUERTE


Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza


Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no se                         yace estrechamente en él


Gritad cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza


Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes

Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro venido                  de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el            aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido de Alemania

tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de oro Sulamita 

jueves, 17 de mayo de 2012

Carlos Fuentes (1928-2012) o el novelista adolescente


Carlos Fuentes falleció el 15 de mayo en la Ciudad de México a los 83 años

Un joven escritor rompió en 1958 los moldes ya petrificados y petrificantes de la Novela de la Revolución equivalente literario del muralismo pictórico con un relato urbano que tomaba su título del entonces patriarca de las letras nacionales, Alfonso Reyes: La región más transparente –título que aludía a una extraña e inaccesible cualidad de la Ciudad de México, pues esta “región más transparente” lo había sido “del aire” y, a finales de esa década, éste empezaba a ser irrespirable. Se llamaba Carlos Fuentes, un mexicano de “otra forma” pues había nacido en Panamá y vivido su infancia entre Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Montevideo y Washington: era hijo de un diplomático y hasta los dieciséis años sólo había pisado el solar patrio durante las vacaciones estivales. Un chico agringado en un país donde el nacionalismo y el populismo constituían, por así decirlo, la religión de un Estado regido por un partido único  –aunque tuviera algunos comparsas y que había logrado la cuadratura del círculo: serlo de la Revolución Institucionalizada.

Mario Vargas Llosa, su esposa Patricia, Carlos Fuentes,
Juan Carlos Onetti, Emir Rodríguez Monegal y Pablo Neruda 
A desentrañar ese enigma o a escarbar en la herida de esa paradoja y de sus supuraciones: la violencia cainita, el autoritarismo paternalista y patrimonialista, la corrupción política, sindical y económica, el clientelismo burocrático, el petropoder y el narcopoder,  aquel joven narrador –tan elegante, culto y cosmopolita–­ dedicará buena parte de su vida creadora. Ya con su tercera obra: La muerte de Artemio Cruz (1962), trascenderá fronteras y se situará a la cabeza del quién sabe si bien llamado boom de la literatura hispanoamericana, junto con sus grandes amigos el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa (me resisto a incluir temática y generacionalmente al tercer gran nombre de ese momento, Julio Cortázar, pues era coetáneo de Octavio Paz, los dos catorce años mayores que Fuentes, y porque la historia está más bien ausente de su obra).

Julio Cortázar, Fuentes y Luis Buñuel
          El sistema político instaurado por el PRI daba ya muestras de agotamiento por aquel entonces (sus contradicciones estallarán poco después, en 1968, aunque el régimen priista aún se perpetuará hasta el año 2000), pero muy pocas voces se atrevían a sugerir que entraba en lenta agonía. Así lo hizo Fuentes desde sus comienzos literarios (que fueron saludados por Paz, su mentor y amigo, con quien mantendría una contradictoria relación que desembocará en una dolorosa ruptura); y así lo seguirá haciendo hasta el final, para certificar su defunción, en novelas tan recientes como La voluntad y la fortuna (2008) o Adán en Edén (2009), donde aborda sin misericordia las causas morales pendientes y las consecuencias de esa dictadura de partido casi perfecta por su cuidado disfraz democrático, hoy tan visibles y sangrantes, y que aun tuvieron un tercer gran título en su producción novelística: La cabeza de la hidra (1978), ficción que transcurría en el escenario del auge petrolero que condujo a la catástrofe económica del sexenio de López Portillo.

Fuentes, Marie-José y Octavio Paz
(México, Navidad de 1968) 

          ¿Era Fuentes enemigo del PRI? No exactamente. Tras los trágicos incidentes ocurridos en junio de 1971 apoyó al presidente y dijo su célebre “O Echeverría o el fascismo”. Fuentes más bien era enemigo del sistema de partido príncipe, concepto por otra parte muy gramsciano, y buen amigo de figuras como Víctor Flores Olea o Porfirio Muñoz Ledo, próximos a publicaciones como Nexos y La Jornada; y el segundo, parte de la escisión priista que fundó el PRD, partido que agrupó a la izquierda mexicana a partir de 1988-89.    

Pero la obra de Fuentes no sólo muestra ese doloroso conflicto entre el pasado reciente y el presente, sino también otro de los laberintos de la soledad del mexicano contemporáneo: la difícil asunción de la herencia hispánica, que él abordó con radical ironía cervantina en otra de sus novelas mayores: Terra nostra (1975) y aun en Cristóbal nonato (1987), de manera oblicua pero apocalíptica, y también en no pocos de sus brillantes ensayos, género en el que también se prodigó con maestría. Lengua y religión, caudillismo hispano árabe, y cierto quijotismo irredento alimentan la personalidad del México moderno, tan melancólicamente marcado por la pérdida de un mundo arcaico poblado de dioses terribles y liturgias sanguinarias, a los que el mestizaje cultural con Occidente nunca logró enterrar del todo.

Con Gabriel García Márquez, amigo y compañero de aventuras cinematográficas

Fue un escritor caudaloso y desbordante, cuya extensa producción casi limita con la grafomanía, pecado que supo bordear airosamente pues estaba dotado de una poderosa inventiva verbal y narrativa, y porque brilló en la distancia corta del cuento tanto como en la media distancia de la novela breve (ahí esta su prodigiosa Aura de 1962) y del teatro, o en la extenuante maratón de la novela río. 

Sin embargo, su bien merecido éxito literario también debe vincularse a otra característica de su narrativa, que no sólo fue crítica e histórica, sino cinematográfica. Más allá de sus incursiones en el cine (escribió los guiones de El gallo de oro y de Pedro Páramo con García Márquez, a partir de textos de Juan Rulfo; y el de Los caifanes, una película de culto entre los jóvenes de los años 60 y 70 y que significó algo así como el aterrizaje en la anquilosada cinematografía mexicana de la Nouvelle vague francesa y del británico Free cinema). 

Más allá de haber vivido una aventura sentimental con Jean Seberg (la joven musa de Jean Luc Godard en À bout de souffle); más allá de todo esto y de su amistad con Luis Buñuel, puede decirse que Fuentes concebía sus obras como trepidantes películas experimentales, escritas según las reglas del montaje paralelo y sus alternancias temporales, la superposición y contraste de poderosas imágenes, muchas veces irracionales, y los diálogos recogidos aquí y allá, incesantemente, por un guionista que supo escuchar mucho y muy bien, y que además fue un gran conversador.

La semblanza del escritor quedaría incompleta si no añadiéramos, entre otras características, su vena erótica (muy poderosa en toda su obra), la humorística y paródica, pero también su faceta de periodista social y político, entendido aquí el periodismo como la virtud de enfrentarse con ojo crítico a las realidades del presente y a pie de calle, virtud que le mereció la admiración de los jóvenes de varias generaciones, quienes han sido, desde el primero hasta el último de sus días literarios, su público más fiel. 

Bien es verdad que es aquí donde las luces se ven acompañadas de mayores sombras, pues resulta legítimo criticarle su condescendencia con dictaduras mucho más perfectas que la mexicana, utilizando la polémica terminología de Vargas Llosa, como la de Fidel Castro, esta sí pluscuamperfecta y cuasi eterna; o la afortunadamente breve del sandinismo nicaragüense. Entre sus luces periodísticas, Fuentes ha sabido ser crítico de Estados Unidos sin caer en el rampante antiamericanismo del establishment político, literario y artístico mexicano; y también ha sido generoso con las generaciones de escritores más jóvenes, señalando la aparición de nuevos valores que incluso discutían con arrogancia parricida la vigencia de su propia generación. 

El autor de Aura en su juventud
En fin, Carlos Fuentes entró en la cacharrería de la Novela de la Revolución, tan reverenciada e institucional como el partido gobernante en México durante más de 70 años, y lo hizo como un joven elefante a finales de los años cincuenta. Y allí permaneció, escribiendo hasta ayer mismo con furor adolescente, pues esa fue, quizá, su cualidad más definitiva: nunca dejó de inventarse a sí mismo como novelista y de experimentar con la escritura. Nunca se permitió el lujo de apostar por el acierto, ni siquiera cuando, tras una imponente cadena de ensayos, ya sabía por dónde iban los tiros hacia la diana. Ávido de experiencias y emociones literarias nuevas, así quedará entre nosotros: como un novelista siempre adolescente.