martes, 12 de febrero de 2013

Los Papas mueren o abdican

Pablo VI ciñe la Tiara papal sentado en la silla gestatoria (1963)


El Papa no dimite ni renuncia sino que muere como tal o abdica, porque es monarca soberano: un rey absoluto, aunque el Trono de Pedro no cubra su vacante de forma automática con un príncipe heredero por legitimidad de sangre ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey! sino por elección, como los emperadores: el Papado es la última monarquía electiva de Occidente. Su modelo lo obtuvo en el Imperio Romano, ejemplo que seguirán Carlomagno al fundar el Sacro Imperio Romano Germánico o, incluso, Napoleón Bonaparte en tiempos tan recientes, éste dizque como fundación republicana.


¿Monarquías electivas, abdicaciones?  


A Carlos de Habsburgoarchiduque soberano de Austria y rey de Romanos, lo proclamaron Emperador de Alemania (Kaiser, es decir: César) sus electores: el rey de Bohemia, el conde palatino del Rin, el duque de Sajonia, el margrave de Bradenburgo y los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia.  A estos siete electores iniciales muchos años después se añadirán los príncipes electores de Baviera y Hannover… El modelo evoluciona, se transforma acorde con los avatares de la Historia: nuevos reinos, aires, pueblos, ideas, incluso divisiones y bifurcaciones nacionalistas, sublevaciones y guerras, pero concluye al mismo tiempo con la derrota, en 1918, de los imperios centrales: el kaiser Guillermo II de Hohenzollern y Carlos I de Austria-Hungría, sucesor del kaiser Francisco José I de Habsburgo, quien había fallecido en 1916.

Además de emperador electivo, Carlos I de España fue rey de Castilla, Aragón, Navarra, Cerdeña, Sicilia y Nápoles como  heredero de Juana I de Trastámara, la Reina loca, y su consorte Felipe de Habsburgo, el Hermoso, y nieto de los Reyes Católicos; y fue soberano de Austria y de los Países Bajos por ser nieto, también, de Maximiliano I de Habsburgo y de su primera esposa, María de Borgoña. Un día, viejo, cansado y sintiéndose con pocas fuerzas para gobernar un imperio tan extenso como agitado por eternas rencillas y guerras de religión, el emperador abdicó en su heredero, quien luego reinó como Felipe II, aunque no le legara Austria, ni los derechos electivos imperiales, que correspondieron a su hermano el archiduque Fernando de Habsburgo

A la fuerza abdicaron Carlos IV y Fernando VII en Aranjuez y Bayona, el padre en su hijo, y éste en Napoleón. Alfonso XIII, enfermo y abatido por su exilio, pues  había suspendido el Ejercicio Real en 1931, también abdicó el 15 de enero de 1941 en Don Juan de Borbón, por entonces Príncipe de Asturias, tras haber renunciado sus hermanos mayores Alfonso y Jaime —ellos sí, pues no eran soberanos— a los derechos dinásticos, el primero, para contraer matrimonio morganático, y el segundo, por impedimentos de salud: era sordomudo.  Así, la abdicación no sería “costumbre” reciente entre los monarcas españoles, ni sólo holandesa o británica.


Siete Papas huidizos

Menos frecuente ha sido en la Historia de la Iglesia, pues en dos mil años apenas se contabilizan siete casos, dos de los cuales no están documentados y son más bien dudosos: San Clemente (Papa entre los años 91-101) y San Ponciano (230-235), aunque de este último se sabe que fue desterrado y condenado a trabajos forzados en Cerdeña, como hoy señala Fermín Labarga, profesor de la Universidad de Navarra, en el diario ABC. A San Silverio (536-537), el general Belisario le obligó por la fuerza, como a San Martín (649-653) el emperador Constante II. Siglos después, Benedicto IX primero abdicó en 1054 y además fue depuesto por el Sínodo de Sutri acusado de simonía. 

Benedicto XVI reza ante las reliquias de Pietro Angeleri, San Celestino

Pero el caso más parecido al de Benedicto XVI, según Labarga, lo apunta otro santo:  Celestino V (monje elegido tras un cónclave de dos años por disputas entre los Colonna y los Orsini, y cuyo pontificado duró unos pocos meses), quien dejó vacante la sede en 1294 a los 85 años, por sentirse incapaz de sostener el peso de su misión. El último Papa que decidió abdicar fue Gregorio XII (1406-1415), pero él había aceptado la Vicaría de Cristo a condición de dejarla para así resolver el Cisma de Occidente. 

En realidad, durante la Antigüedad y la Edad Media, lo habitual era liberar el Trono de Pedro de pontífices incómodos, ya puros e insobornables, ya ineptos o corruptos, enviándoles prematuramente a la Casa del Padre, como bien pudo ocurrirle mucho después al pobre Albino Luciani, quizá por su decencia e independencia, quien reinó 33 días en 1978 con el nombre de Juan Pablo I.      


Protocolo monárquico

En fin, el protocolo vaticano celebra el poder temporal del Papa como una monarquía. Muchos espectadores se extrañaron durante el funeral de Juan Pablo II cuando vieron compartir a Don Juan Carlos y Doña Sofía lugar de honor con los reyes de Bélgica, Noruega, Suecia, Jordania y los grandes duques de Luxemburgo y más atrás se sentara muy deslucido el presidente de EE.UU., George Bush, entre otros mandatarios europeos, americanos, africanos, asiáticos u oceánicos. Es claro: primero los reyes, casi iguales por inspiración divina, y luego las repúblicas, invención más reciente y mundana. Por eso, Benedicto XVI ni dimite ni renuncia, abdica el séptimo año de su pontificado —léase reinado— casi a los 86 de edad (aunque quizá eso hoy suene subversivo en España, donde abdicar parece verbo tabú o materia inconveniente). Y sus electores, los príncipes de la Iglesia menores de 80 años —sólo esos cardenales— elegirán y jurarán en cónclave para luego proclamar al próximo Pontífice Romano urbi et orbi con la ancestral fórmula del Habemus Papam, aunque ya no se les “corone”.

En efecto, Pablo VI, último Romano Pontífice que fue “coronado”, muy poco después abandonó el uso de la Tiara papal, cuyas tres coronas en principio significaban la soberanía del Papa sobre los Estados de la Iglesia, su supremacía sobre el poder temporal de todos los demás reyes, así como su autoridad moral sobre la Humanidad entera.  Aunque Giovanni Battista Montini no prohibió su uso tras el Concilio Vaticano II, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger aceptaron, cada cual, una, y sólo como regalo privado: nunca la ciñeron. Por último, Juan Pablo II arrumbó la solemne silla gestatoria, originalmente trasportín de los dignatarios egipcios, sustituyéndola por el moderno papamóvil, útil desprovisto de tanta pompa terrenal y manos siervas, los “sediarios”.

“Mi Reino no es de este Mundo

La Tiara y la silla gestatoria en el olvido, ojalá en vez de calzar los nada conciliares zapatitos bermellos del emperador romano o bizantino (sólo él los podía lucir de tal color), y que no son de Prada, el Papa elegido en verdad recupere las perdidas Sandalias del Pescador —las que calzaba un tal Jesús, el Galileo, azote de fariseos, saduceos, escribas, ricos y mercaderes, pero amigo de paralíticos, leprosos, poseídos y ciegos, de pecadores, publicanos, rameras y adúlteras, de los pobres y de todos los desdichados, quien rechazó ser Rey de los Judíos porque Mi Reino no es de este mundo”.


Notas:

Abdicar, según la RAE: "Dicho de un rey o un príncipe: Ceder su soberanía o renunciar a ella".

Una versión más breve de este artículo se publicó hoy en ARN digital con el título Mi Reino no es de este mundo.  

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