lunes, 5 de diciembre de 2011

I - TRES PESADILLAS Y UN RESPONSO / Qui se castronno maravigliosamente i puti!



Adolescentes inmolados a Mammón
                                       muñequitas     
                     putas ínfimas
castrados niños por la aguja
de un venal espejismo
cuyas venas la noche alimenta
en los escaparates de la carne
el semen y el sudor con la saliva
de la muerte

deambulan y galopan
cerúleo el semblante
contra la luna nueva
oscuro ancestro de la gran moneda
en un desierto de farolas

las ilusiones rotas tan temprano
en las olas primeras de sus días
oleaje de almendras en las sábanas
de una pensión barata de Almirante
estatuas corrompidas en las ruinas
                                 de Túnez     
                   en los antros de Bankog
o en la playa de Ipanema

infantiles sudarios que amortajan
el rampante despojo de un anciano
que atusa su conciencia en el bidé
con una ristra de papel higiénico

¿Acaso no castraban por placer
los romanos y los persas?
¿No molían el áureo anillo
las ávidas matronas enviudadas
a sus infibulados?
¡Legiones de espadones contentaban
                                       a sus amos     
                legiones de castrati
cantaron como seises y también
arias inmortales
por la melancolía de los reyes!
Los barberos pregonaban por las calles

Qui se castronno maravigliosamente i puti!

y hendían sus navajas
en el reblandecido escroto del cordero
tras un baño de leche
y una feroz ingesta de opio y aguardiente

¡Vivan los escalpelos! le gritaban
en Nápoles y en todos sus estados
                                      al  Papa     
                y aún segaron en secreto
centenares de frutos inmaduros

¿No lapidan los niños a los niños
y están ungidos de la misma culpa?

                    Un caramelo    
                                          el móvil  
                                                          una camiseta   
                                                                                ese videojuego
bastan y huelga la inocencia


¡Basta!  yo sólo evito que se orinen
en la cama









Notas


Adolescentes inmolados a Mammón
Mateo, el evangelista, transcribe esta afirmación de Jesús: “No se puede servir a Dios y a Mammón” (6:24), cuando pone en duda la entrada de los ricos en su Reino. Según cuenta Milton en su Paraíso perdido —poema que los colegiales británicos leyeron por fuerza hasta el siglo XX— durante el consejo celebrado un día después de la caída en Pandemonium, la gran capital de Satanás,  Mammón —el príncipe de la codicia, el menos elevado de los espíritus caídos, abatido por Josías— contradice los discursos de Moloc (quien pretendía asaltar los cielos con todos los ejércitos infernales) y de Belial (que pedía prudencia y disimulo); proponía él, en su turno, la construcción de grandes obras en el infierno, tan esplendorosas que les harían olvidar el bien perdido: “Como [el cielo] imita nuestra noche, ¿no podremos imitar su luz cuando nos plazca?”. Mammón, dios asirio de las minas y de las riquezas, al que Roma llamó Pluto, como guardián del oro y del hierro era protector de comerciantes, herreros, mineros, ingenieros y banqueros. Puede ser considerado, bajo licencia poética, el demonio del capitalismo, como ironiza Octavio Paz en Tiempo nublado.

Eunucos, espadones, infibulados, castrati, seises...
La castración fue una costumbre habitual entre los persas y otros pueblos de la Antigüedad, incluso los helenos. Eunucos, palabra que el latín engulló del griego, significa “los guardianes del dormitorio”. Eran esclavos muy apreciados en Roma. De tan varia procedencia: Nilo, Oriente egipcio, Centroeuropa, Eslavia, Irán, Cuerno y Norte de África o del Occidente; como variados color de piel y rasgos de ojos, los spatalocinaedi recibían, cada quien, un apelativo según fuera el alcance de su herida: a los castrati se les habría cercenado totalmente los genitales; a los thlibae se les habría mortificado los testículos por torsión o aplastamiento. En su mayoría eran transformados antes o al principio de la pubertad. Todos ellos se dedicaban al cuidado de las mujeres; a satisfacer a los adolescentes bajo el techo familiar (y a algún que otro padre, por lo que se les guardaba con pintorescos cinturones de castidad de cuero negro); a agasajar a los invitados en los banquetes y en los dormitorios... o a los prostíbulos. Pero también en tareas muy elevadas al servicio de sus señores y del Estado.
Por su parte, los spadones podían ser emasculados en plena pubertad o incluso muy avanzada la adolescencia. A este grupo también pertenecían algunos afortunados que no requerían intervención alguna; eran los “eunucos naturales, de nacimiento”, muchachos que padecían criptorquidia —las gónadas no les habían descendido del vientre— lo cual no siempre les privaba de barba, voz grave, musculatura o pilosidad corporal, ni perdían la erección ni la capacidad copulativa, aunque felizmente la naturaleza los mantenía estériles. Ni que decir tiene que los spadones hacían las delicias de sus amas, pues podían contentar sexualmente sin riesgo de un embarazo indeseable.
Por último, aunque no fueran propiamente mutilados, a los “infibulados” se les practicaba, precisamente con una pequeña fibula (aguja para abrochar túnicas y vestidos), algo así como un piercing en el cuerpo del pene o en el prepucio, que algunas veces se obturaban con un anillo de oro, metal precioso que evita las infecciones; todo lo cual hacía muy dolorosa la erección, lo que ahuyentaba las fantasías húmedas, y hacía imposibles la ipsación o el coito. Músicos, actores, deportistas, jóvenes dedicados por sus amos al estudio eran infibulados muy pronto, con la creencia de que la virginidad así inducida concentraba todas sus energías y por ello rendían mejores frutos. También es cierto que en el climaterio las matronas enviudadas los apreciaban sumamente, y gustaban de molerles el áureo anillo —como ha observado Pierre Klossowski— porque la abstinencia los convertía en garañones insaciables, no importa que estos jóvenes sí fueran fértiles.
La Iglesia cristiana, por su parte, prohibió enseguida la castración religiosa para atajar el ejemplo de Orígenes, y ya en Nicea condenó por impía su práctica, aunque sin gran empeño, pues Bizancio la admitía, y aun la favorecía para así dotarse de aplicados funcionarios: médicos, letrados, chambelanes, ingenieros, militares (como en China, donde los eunucos sirvieron en la Ciudad Prohibida hasta el siglo XX). Pese a la doctrina y a los edictos condenatorios, muchos patriarcas de la Iglesia oriental eran vírgenes, por no citar a los monjes del monasterio mariano de Athos en el que, incluso hoy día, las mujeres y los animales hembra: mulas, gallinas..., tienen vetada la entrada.
Aunque impracticable entre los musulmanes, en sus dominios se importaban de fuera, o se hacían eunucos entre los esclavillos de otras religiones, claro que por manos no islámicas, casi siempre cirujanos judíos. En nuestro mundo, la castración ritual se practica en la India por los adoradores de la diosa Bharuchara Mata, los hijras, secta que se dedica a la prostitución, la mendicidad o a bendecir bodas y nacimientos.
En cuanto a su destino musical, el capón de iglesia español tiene primacía sobre los castrati italianos, pues los hubo antes de que el Papa Paulo IV (1554-1559) prohibiera que las mujeres cantaran en las iglesias y en los teatros de los Estados Pontificios, bula que alentó el uso alegre de los escalpelos. Y es que en España abundaron los capones hasta muy avanzado el siglo XVIII, porque así se reducían las hernias inguinales y escrotales, una patología asombrosamente frecuente; y así se curaban otros males, como la locura, la tisis o la epilepsia.  La iglesia no ejecutaba ni incitaba a tal operación, pero sí prefería a los capones para cubrir el cuerpo de voces blancas —entre ellos, los seis tiples de los coros catedralicios: los seises—, como en  otras instituciones por ella gobernadas.
A finales del siglo XVIII, urgido por el avance napoleónico y por las críticas de pensadores ilustrados como Voltaire y Goethe, Benedicto XIV condenó en nombre de la Iglesia Católica todo tipo de amputación, como castigo penal o como práctica social tolerada, incluida, claro está, la castración por motivos artísticos. Entonces, muchos italianos se mostraron contrarios y gritaban por las calles: Evviva il coltello!  Pese a la prohibición, los coros de la Capilla Sixtina siguieron surtiéndose de ángeles hasta que fueron jubilados por León XIII en 1902. Bien es verdad que Alessandro Moreschi —el “último castrato”— continuó cantando allí hasta su retirada en 1913. De este cantante, que falleció en 1922, existen grabaciones realizadas entre 1902 y 1904. 


Un caramelo, un... bastan y huelga la inocencia 
En Último tango en París (1972) Bernardo Bertolucci se pregunta por boca de Paul (o Marlon Brando improvisa) cómo puede fiarse nadie de un niño, ser sin moral capaz de venderse por un caramelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario