Aunque las diferencias entre la dictadura del general Franco y la Polonia comunista sean enormes (Leszek Kolakowski no tuvo empacho en señalarlas en los años 60 y
70), España y Polonia afrontaron dos
procesos de Transición ejemplares.
Pero hoy, tantos años después, españoles y polacos parecemos sentir una cierta
decepción ante la democracia, quizá
porque tales procesos fueron resultado de una enorme “ilusión histórica”
colectiva, mientras que la democracia solo implica diálogo y negociación, un sistema
imperfecto donde nadie pierde o gana pero se defiende a las minorías; un cauce aburrido
y nada mágico: nunca llega a ser la panacea que resuelve el futuro a golpe de varita.
–Usted se considera hoy, en
cierto sentido, un “idealista sin ilusiones”.
–Yo sé que España y Polonia atraviesan por serias dificultades,
pero ni los polacos cambiaríamos la situación actual para volver a la dictadura comunista, ni los
españoles al régimen de Franco. Y aquí estamos todos de acuerdo: hoy los
nostálgicos franquistas, si alguien les votara, podrían beneficiarse del orden
democrático; de la misma forma que los viejos comunistas pueden estar hoy en la
política de Polonia.
–Cuando el movimiento sindicalista Solidaridad comienza sus
actividades en 1979, aún estaban recientes dos grandes heridas. Los tanques
soviéticos habían aplastado la Rebelión de Hungría en 1956, lo mismo que las
tropas del Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga en 1968. ¿Por qué
fracasaron?
–En Hungría
hubo exceso de confianza en las propias fuerzas y en el apoyo occidental, y mucho
romanticismo, pero aún gobernaba Nikita Jruschov
y había estalinismo puro y duro,
pese al XX Congreso del PCUS (donde
se hizo la primera crítica al estalinismo y al culto de la personalidad). En Checoslovaquia, la causa principal fue
la Doctrina Breznev, que daba
“autonomía limitada” a los países satélites; es decir: siempre que se
sometieran a los intereses de la URSS.
Polonia tuvo un proceso específico, se actuó con coraje y astucia, con
prudencia, y además fue decisivo que Mijail
Gorbachov decidiera romper con esa doctrina. Nosotros nos dimos cuenta de
que podíamos conseguir mucho de lo que soñábamos, aunque el poder comunista lo
controlaba todo: el Gobierno, la Administración, la propaganda, los medios, la
policía. Para mí fue muy importante el modelo de la Transición española, sobre
el que he escrito y hablado mucho. Había que alcanzar un compromiso entre la
oposición y el ala reformista del partido en el poder: el POU (Partido Obrero Unificado). Los españoles nos habían
dado una gran lección con aquel proceso transformador sin revancha, como si las
dos partes se dijeran: “La guerra civil ha terminado, avanzaremos juntos sin
matarnos los unos a los otros”.
–Tras la legalización de Solidaridad, la situación se complica y el general Wojciech Jaruzelski
impone la Ley Marcial durante ocho largos
años. Usted no le ha condenado sino que hoy, incluso, le defiende de cualquier
linchamiento histórico, aunque con matices, claro.
General Wojciech Jaruzelski |
–En 1965, durante el Concilio
Vaticano II, los obispos polacos encabezados por el cardenal primado
Stefan Wyszynski y el arzobispo
metropolitano de Cracovia, Karol Wojtyla, se reconciliaron con los alemanes, lo
que desencadenó una gran “batida” en Polonia contra ellos y la Iglesia
Católica.
–El régimen comunista reaccionó con una brutal
campaña de propaganda. Los obispos fueron acusados de actuar contra el Estado y
la consigna fue: “Ni olvidaremos ni perdonaremos”. Y estalló el sentimiento de
agravio silenciado durante mucho tiempo. El objeto del odio popular eran,
naturalmente, los alemanes, pero las autoridades comunistas lo manipularon y lo
dirigieron hacia los obispos. Los comunistas de Cracovia, por conducto de un
comité de obreros de Solvay, enviaron una carta al arzobispo Wojtyla en la que mostraban su indignación, reprochando
que nadie les había autorizado a tomar esa postura, pues concernía a todos los
polacos y sólo el Gobierno tenía la potestad de hacerlo. Wyszynski (que era un
hombre con mentalidad de principios de siglo, cuando el primado se convertía en
regente en ausencia del presidente, y al que habían inducido a adoptar esa
defensa de los derechos humanos, cosa de masones) se excusó a sí mismo. Mientras
que el futuro Juan Pablo II hizo una
profunda defensa de aquella declaración en la que desarrollaba cuáles eran las
motivaciones del diálogo, el perdón y la reconciliación con los alemanes.
–Durante la dictadura comunista
hubo muchos “ojeadores” y “batidas” contra los disidentes. Entre las figuras
que fueron objeto de persecución destaca Ceszlaw Milosz, el gran poeta polaco,
premio Nobel en 1980, que primero simpatizó con el comunismo, pero se
desengañó, exiliándose muy pronto.
–Milosz nunca simpatizó realmente con el comunismo,
aunque al principio sí creyó que se podía vivir y hacer cosas positivas en la
Polonia gobernada por ellos. Cuando vio cómo se obligaba a los poetas a
escribir himnos de alabanza a Stalin
en 1949, él se negó. Milosz asumía que el acuerdo de reparto alcanzado por Roosevelt, Churchill y Stalin en Yalta había entregado Polonia a la URSS.
Y tenía que seguir viviendo. Cuando a mí me arrestaron y estuve preso, yo
también intenté seguir con vida y no me arrojé contra las alambradas, lo cual tampoco
significa que me haya gustado nunca la cárcel.
–Otro gran intelectual polaco que
tuvo que optar por el exilio fue Leszek Kolakowski. Su libro El hombre sin alternativa, donde aparece
el ensayo “Historia y responsabilidad”, ayudó a muchos simpatizantes comunistas de los
años 70 y 80 a repudiar el totalitarismo y abrazar la democracia.
–Aunque no lo cito en este libro, eso es una
casualidad, porque yo he escrito mucho sobre él: fue mi maestro, mi gurú y
también mi amigo. Soy alumno suyo. Creo que ha sido el príncipe de los hombres
de Letras de Polonia.
Adam Michnik durante esta conversación (foto ABC) |
–Los “ojeadores” y “lustradores” también lo
intentaron conmigo. Y sólo encontraron algo en los archivos de la policía
política. En una ocasión, los secretas me habían interrogado –ya no
recuerdo exactamente por qué– y yo les había contestado como evasiva que no
callaba ni ocultaba nada, y que si me enteraba de que alguien iba a ponerle una
bomba a una estatua de Lenin, por
supuesto, que se lo comunicaría, porque estaba en contra de la violencia. ¡Eso
fue todo lo que encontraron! A Lech
Walesa también le buscaron secretos inconfesables y tampoco le hallaron
nada, por supuesto. Así es Polonia.
–En España, la Ley de la Memoria
Histórica denunció los pactos de la reconciliación, que no fueron de silencio
ni de olvido: la Guerra Civil está muy bien historiada, sino de perdón. El juez
Baltasar Garzón ha querido abrir recientemente causa judicial al franquismo,
cuando el Congreso aprobó una ley que amnistiaba todos los delitos políticos
cometidos antes de 1977, incluidos los actos terroristas de ETA, GRAPO y FRAP.
Hoy está apartado. ¿Qué opinión le merece este juez de fama internacional?
–Garzón es un juez muy importante, aunque me temo
que le gustan mucho la publicidad y las cámaras. Creo que se equivoca, como
también creí en su día que se equivocaba cuando intentó que la Justicia
británica extraditara al dictador Augusto
Pinochet para juzgarle en España tras su detención en Londres. Y lo creo porque hubiera puesto en grave peligro el
proceso de reconciliación que había devuelto la democracia a Chile.
Nota:
Esta entrevista se publicó en el diario ABC el viernes 15 de noviembre.
Nota:
Esta entrevista se publicó en el diario ABC el viernes 15 de noviembre.
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