![]() |
Buñuel en Nueva York, a principios de los años 40 |
El 23 de mayo de 1988, cinco años después de la muerte de Luis Buñuel, el FBI desclasificó la mayoría de los documentos relacionados con el seguimiento y estrecha vigilancia a los que estuvo sometido no sólo durante los años en que residió en Nueva York y Los Ángeles (1938-1946), sino después, porque siempre que solicitaba un visado para visitar Estados Unidos, así fuera como turista y por unos pocos días, se requería la aprobación de ese organismo que dirigió Edgar Hoover desde 1924 hasta la Presidencia de Richard Nixon.
![]() |
Buñuel visita a J. R. Barcia en Los Ángeles, años 50 |
El primero de ellos está fechado el 1 de diciembre
de 1941 y llega al FBI por conducto del Departamento de
Estado, pues el cineasta había solicitado sin éxito el permiso de
residencia, paso previo para tramitar su nacionalización como ciudadano
estadounidense. Por entonces Buñuel ya vivía en Nueva York y estaba empleado,
gracias a los buenos oficios de su amiga Iris Barry, como montador y documentalista
en la Filmoteca del Museo de Arte
Moderno,desde el 14 de enero de ese año (concretamente en la Coordinación
de Asuntos Interamericanos que patrocinaba Nelson Rockefeller),
donde montará una versión reducida de El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, para demostrar que el cine es un arma
importantísima de propaganda, como señala Agustín Sánchez
Vidal en su cuidada biografía Luis Buñuel (Cátedra,
2004).
Buñuel recurrió esa decisión y un Comité de Revisión de la Junta de Apelaciones
le da la razón, algo que disgusta al mismísimo Hoover, pues remite un
memorandum a un tal «Mr. Alden», en el que critica que «el representante del USIS (US Information Service) votó la aprobación del caso
sólo sobre la base de que el demandante ha declarado que no tenía afiliaciones
políticas previas o posteriores a la Revolución española (sic). Él menciona
otros factores, en su opinión, sin importancia, pero la base fundamental de su
aprobación ha sido que el recurrente declaró no ser un comunista. En otras palabras,
sin tener en cuenta las muy cercanas vinculaciones, así como su conexión con el
Gobierno de la República, el representante
de la USIS creyó que la palabra del apelante era más sólida y convincente —ironiza
Hoover— que otros factores. Aparentemente, la Junta de Apelaciones compartió
esa postura, pues también aprobó la apelación sin escribir ni una opinión».
¿Era Buñuel comunista?
Más bien, eso que por entonces se llamaba «un compañero de
viaje». Es cierto que
en 1932 el cineasta le dirige una carta a André Breton para desligarse del grupo
surrealista alegando que se había afiliado al Partido. Y también, que fue
comisionado por el Gobierno de la República durante la Guerra Civil, vía Luis Araquistáin, que no era del
PCE, para supervisar,
primero, en París, documentales como España leal en armas (1937), de Jean Paul Le
Chanois; y luego, en Nueva York y Los Ángeles, allá por 1938 (viaje
que paga de su bolsillo porque, en realidad, busca nuevos horizontes profesionales), los proyectos cinematográficos simpatizantes con la causa republicana, como Blockade (1938), de William Dieterle, o la nunca
rodada Cargo of Innocence (1939). Sin embargo, al
acabar la contienda se prohibió toda referencia política a España en las
películas norteamericanas, ya fuera en favor de la República o de Franco.
Buñuel quizá fuera un pequeño burgués de simpatías izquierdistas que nunca afloraron en su
obra, pues sólo podrían hallarse en Las Hurdes, tierra sin pan, como han
explicado Román Gubern y Paul Hammond en Los años rojos (Cátedra, 2009). Pero
necesitaba el imprescindible paraguas crítico de los comunistas para poder
llevar su cine adelante (recuérdese la gran ofensiva para reclutar
intelectuales y artistas en los años 30, que va de Louis Aragon a André Gide). Aún así,
ellos le fueron siempre reticentes y le recriminaron, por ejemplo, alguna
secuencia de Los olvidados; y él, por su
parte, se fue alejando de ese paraguas a fines de los años 50.
Un agente eficaz
![]() |
Buñuel y Dalí en Cadaqués (1924) |
El FBI no volvió
a interesarse por él hasta 1945, dos años después de que tuviera que renunciar a
su puesto en el MoMA tras el infame incidente con Salvador Dalí. El agente
especial R. B. Hood, a cargo de la
oficina de Los Ángeles, adonde se había trasladado con su familia (la francesa Jeanne Rucal y su hijo recién nacido, Juan Luis) desde Nueva
York, se tomó muy en serio investigar a Buñuel, por entonces jefe de los dobladores
de películas al español de la Warner, y sobre todo, a
sus amigos y colaboradores, algunos refugiados españoles. Y envía nada menos
que siete informes directamente a Edgar Hoover durante ese año y otros ocho en 1946.
Así, el 31 de
julio de 1945 el «confidente A» acusa al
cineasta de querer viajar a Moscú para «estudiar la situación
y lograr que se le comisione indefinidamente en los países ocupados» y que está «enteramente
vinculado con izquierdistas en el mundo latinoamericano» y antes, con el
«Gobierno socialista-comunista
de León Blum en Francia». También señala, por primera vez, a José Rubia
Barcia, que «emigró a La Habana para escapar de Franco, donde vivió
cuatro años»; que luego «entró en EE.UU. por Miami el 3/8/43»,
estuvo «nueve meses en la Universidad de Princetown», y más tarde «trabajó durante
nueve meses en la Oficina de Información de Guerra» y quien «desde el 20/7/44, trabaja para el Departamento de Doblaje al español de la Warner», datos curriculares
que informes posteriores amplían y detallan con pormenor.
Asimismo se
señala la edad, peso, talla, color de pelo y domicilio de ambos, se les califica
de «apátridas» y da, como
señas particulares de Buñuel, que «cojea y a veces
usa muletas porque sufre de reumatismo», en realidad,
ciática. El confidente, supuesto amigo del cineasta, también afirma que durante
meses ha mantenido discusiones en los almuerzos «sobre
capitalismo vs comunismo», y que Buñuel les atacó por «defender el sistema democrático y capitalista de EE.UU.». En ese mismo
informe se delata a otras dos personas, imposibles de identificar, una «descendiente de
una familia aristocrática rusa, sin embargo simpatizante del Soviet», de quien un «confidente B» aporta sus
señas particulares; la otra es irrelevante. Y un tercer confidente, el «C», simplemente confirma
la filiación de Buñuel y observa que «tiene una
cicatriz en el dedo índice izquierdo».
Sin embargo, un
informe posterior detalla, a través del «confidente C», la animosidad
de los confidentes «A» y «B» contra Buñuel y
Barcia. Así, «“B” perdió su empleo en Warner debido a las acusaciones
que les dirigió por razones políticas» y a una «pelea a
puñetazos» con uno de
ellos (seguramente, Buñuel, que dominaba el arte del boxeo); y además reconoce
que Buñuel «jamás reclutó a nadie para ir a Moscú» y que las «manifestaciones
antisemitas» que se les achacan a los dos «son inconsistentes».
Hoover interviene
La persecución
arrecia. El 22 de octubre y el 21 de noviembre de 1945 el agente Hood, que ya había
enviado fotografías y huellas dactilares de los investigados, solicita permiso a Edgar
Hoover para intervenir la correspondencia de Buñuel, Barcia y otros, solicitud que este concede personalmente el 28 de febrero de 1946. Luego, Hood pide una prórroga de
otros treinta días y Hoover la aprueba el 11 de marzo… ¡por 60 días! Esta
vigilancia perjudicó más a Barcia que a Buñuel, pues le achacaron haberse
casado con una norteamericana para afincarse en EE.UU. y le hicieron la vida
imposible; aunque al segundo se le atribuyó estar en contacto con españoles al
servicio de la Embajada Soviética en México DF (hasta
1989, la mayor de Occidente, conocida como la Casa Verde de
Tacubaya).
Siguen los
informes. El 19 de marzo, una confidente asegura que Buñuel y otro — nombre
borrado, quizá Barcia— asistieron a la proyección de la película Hotel Berlín, de Peter Godfrey; y que el
segundo había manifestado que «era propaganda
americana y que Alemania jamás habría cometido semejantes atrocidades». Aunque a
renglón seguido, la informante afirma que los dos «esperan que
Franco sea derrocado para poder regresar a su país». La misma sutil confidente
declara que «aunque son muy antiamericanos», está «confusa», porque le
parece que unas veces son ¡«pro-alemanes y
otras pro-rusos»!, cosa que, por otra parte,
podría deberse a la socarronería de Buñuel, quien disfrutaba confundiendo a sus
interlocutores por simple humor surrealista.
Entre 1945 y
1946, la Warner suspende los
doblajes al español a causa de las medidas proteccionistas que Argentina y
México ponen en marcha para defender a sus cinematografías. En 1946, Buñuel
coincide con Dennise Tual —viuda del actor ruso Pierre Batcheff, protagonista de Un perro andaluz— durante una cena en casa del director francés René Clair, quien le propone rodar en México una adaptación
de La casa de Bernarda
Alba, proyecto que se frustra. Poco después, el productor Oscar Dancigers —también de origen ruso, a quien conoció en París, y
que lleva años en la capital azteca— le ofrece dirigir
su primera película mexicana: Gran Casino, que
protagonizarán Jorge Negrete y Libertad Lamarque. Todavía en
1947, cuando Buñuel ya había emprendido a trompicones su carrera cinematográfica en México,
el FBI siguió investigándole y relacionándole con refugiados españoles a los
que se califica de prosoviéticos.
Doce años después
Aún
tendrán que pasar 12 años para que el cineasta llame nuevamente la atención del
FBI, cuando vuelve a pisar territorio norteamericano en 1959: dos memorandos
recogen, uno, su llegada a Nueva York el 22 de septiembre de 1959 con un visado
válido hasta el 10 de octubre; y otro, su llegada el 28 de octubre de
1960, con permiso hasta el 10 de noviembre. Siempre se señala que se le conceden,
pese a sus antecedentes, por su gran prestigio internacional como director de
cine.
En 1967 vuelve a
viajar desde París para asistir a un homenaje que le brinda el MoMA, y se ve
obligado a comunicar un pequeño cambio de fechas en su plan de viaje. Los
informes detallan no sólo la concesión del visado sino también su apoyo a la
reunión del Comité Mundial por la Paz, tachado de «movimiento
pacifista comunista», asamblea celebrada en Estocolmo ¡en
1950! y considerada por el FBI como «la más grande
ofensiva psicológica mundial jamás realizada», y «una cortina de
humo» previa a la «agresión
comunista contra Corea del Sur», pues tuvo
lugar tres meses antes de que ocurriera. Asimismo se le imputa una fugaz visita
a Cuba, ya gobernada por Fidel Castro.
Feliz invención francesa
A pesar
de ello se autorizan a Buñuel otros dos visados: uno en 1968, y otro en 1971 (para un viaje en abril de 1972), fecha esta del último informe del
FBI. En 1973 la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le
concede el Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa por El discreto encanto de la burguesía.
«Cuando me preguntan si no lamento no haberme convertido en un director hollywoodense, como muchos otros directores llegados de Europa —dicta Buñuel en Mi último suspiro (Plaza y Janés, 1982) a su amanuense Jean-Claude Carriere—, respondo que no lo sé. El azar no actúa más que una vez y no rectifica nunca. Me parece, sin embargo, que en Hollywood, atrapado en el sistema americano, y aun disponiendo de medios sin comparación posible con los exiguos presupuestos con los que habría de desenvolverme en México, mis películas hubieran sido completamente distintas. ¿Qué películas? No lo sé. No las he hecho. En consecuencia, no lamento nada».
Cabe pensar que Buñuel no hubiera sido el Buñuel que conocemos ni siquiera en Nueva York, piénsese que allí no pudieron expresarse cineastas independientes como John Cassavetes, Dennis Hopper o Paul Newman hasta los años sesenta y setenta. Tampoco en México hubiera tenido carrera si Los olvidados, película defendida en el Festival de Cannes por Octavio Paz y sus amigos surrealistas, no le hubiera reportado el premio a la Mejor Dirección, pues había desatado las iras de los nacionalistas-revolucionarios mexicanos, incluido el diplomático y poeta Jaime Torres Bodet, contemporáneo dizque cosmopolita y a la sazón embajador en París... Y es que, a lo mejor, el Buñuel que más conocemos es una feliz invención francesa.
![]() |
Cena en Hollywood (1972) Robert Mulligan, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean-Claude Carriere, Serge Silberman, Billy Wilder, George Stevens, LB, Alfred Hitchcock y Ruben Mamoulian |
«Cuando me preguntan si no lamento no haberme convertido en un director hollywoodense, como muchos otros directores llegados de Europa —dicta Buñuel en Mi último suspiro (Plaza y Janés, 1982) a su amanuense Jean-Claude Carriere—, respondo que no lo sé. El azar no actúa más que una vez y no rectifica nunca. Me parece, sin embargo, que en Hollywood, atrapado en el sistema americano, y aun disponiendo de medios sin comparación posible con los exiguos presupuestos con los que habría de desenvolverme en México, mis películas hubieran sido completamente distintas. ¿Qué películas? No lo sé. No las he hecho. En consecuencia, no lamento nada».
Cabe pensar que Buñuel no hubiera sido el Buñuel que conocemos ni siquiera en Nueva York, piénsese que allí no pudieron expresarse cineastas independientes como John Cassavetes, Dennis Hopper o Paul Newman hasta los años sesenta y setenta. Tampoco en México hubiera tenido carrera si Los olvidados, película defendida en el Festival de Cannes por Octavio Paz y sus amigos surrealistas, no le hubiera reportado el premio a la Mejor Dirección, pues había desatado las iras de los nacionalistas-revolucionarios mexicanos, incluido el diplomático y poeta Jaime Torres Bodet, contemporáneo dizque cosmopolita y a la sazón embajador en París... Y es que, a lo mejor, el Buñuel que más conocemos es una feliz invención francesa.
Notas
Una versión más breve de
este reportaje se publicó ayer domingo en el diario ABC. El lector curioso puede descargar de la web del FBI el dossier de Luis Buñuel en PDF.
Un amable lector me informa de que «el tema también ha sido
tratado ampliamente por Fernando Gabriel Martín,
catedrático de la Universidad de La Laguna, en El ermitaño errante. Buñuel
en Estados Unidos (Murcia, Filmoteca Regional y Ediciones Tres
Fronteras, 2010), ensayo que obtuvo el premio a la Mejor Monografía de la Asociación Española de Historiadores de Cine, aunque por
desgracia no ha tenido la distribución que exigía ni el reconocimiento que merece, pues, aunque excepcional, es un libro prácticamente desconocido. A lo largo de sus páginas, el historiador maneja una documentación exhaustiva, muy
rigurosa y además analiza en profundidad ese dossier
desclasificado del FBI».
Militancia comunista
En un diálogo mantenido por Román Gubern y Xenaro Talens en el
Círculo de Bellas Artes, con motivo del centenario del cineasta, el primero
afirma:
«Aunque
no se sabe a ciencia cierta cuándo ingresó Buñuel en el Partido Comunista, es
probable que fuera a través del Ateneo de Madrid,
del que era miembro desde octubre de 1923, y que se convirtió en uno de los
principales centros de agitación ideológica filocomunista durante los primeros
meses de la República. El primer documento que da cuenta de su afiliación es
una carta del escritor surrealista y comunista Pierre Unik a Maurice Thorez,
secretario general del Partido Comunista
Francés, del 30 de enero de 1932. Dalí había publicado en Le Surréalisme au Service de la Révolution, la
revista de los surrealistas, un artículo muy brillante titulado “Rêverie” (Ensueño), de carácter pornográfico y pedófilo.
Algunos miembros del grupo surrealista que eran ya militantes comunistas fueron
convocados por el comité central del Partido en París para ser amonestados por
esa publicación. A la reunión acuden, entre otros, Louis Aragon, Pierre Unik y Luis Buñuel, y se les
conmina a que firmen un documento de rechazo a ese texto pornográfico que, según
el comunicado del Partido Comunista Francés, “complica las sanas relaciones
entre hombres y mujeres”. Ellos se niegan y, a la mañana siguiente, Pierre Unik
escribe a Maurice Thorez quejándose de la regañina, y es ahí donde afirma que
entre los presentes estaba Luis Buñuel, del Partido Comunista Español. Hay un segundo documento
valioso para la indagación acerca de la militancia comunista de Buñuel: una
carta de Dalí de marzo de 1932, en la que reprocha a Buñuel agriamente que haya
ingresado en el Partido Comunista –traicionando el ideal del sujeto libre del
surrealismo– y se despacha contra el cine soviético afirmando que es un pésimo
cine de propaganda. El tercer documento es una carta de Buñuel a André Breton
del 6 de mayo de 1932 en la que le explica que abandona la militancia
surrealista porque ha ingresado en el Partido Comunista Español, aunque hay que
tener en cuenta que en aquella época la militancia comunista era territorial,
de modo que cuando Buñuel residía en Francia estaba sujeto a la obediencia del
Partido Comunista Francés. Naturalmente, abandonó esta militancia cuando se refugió
en Estados Unidos en 1938».
El infame incidente
con Dalí
Buñuel debe renunciar a su trabajo en el MoMA cuando
en 1943 se publica La vida secreta de Salvador Dalí, obra en la que
el pintor lo tilda de blasfemo e izquierdista, causando un gran revuelo. Buñuel
se enfrenta con acritud a su viejo amigo y colaborador en Un perro andaluz y La Edad de Oro, aunque éste le responde que ha escrito
el libro para «levantarme
un pedestal a mí mismo y no a ti». Jamás recuperarán
su amistad aunque muchos años después volverán a verse, alguna vez, en España.
Carta de dimisión
30 de junio, 1943
Querida
Miss Barry:
A la
vista de las continuadas referencias hechas por el Motion Pictures Herald de naturaleza perjudicial para mí, y como consecuencia
de mi conversación con usted en esta fecha, creo que no tengo más alternativa
que renunciar a mi cargo como jefe de montaje y jefe de guionistas del
Departamento de adaptación de filmes del Museo para la oficina del Coordinador
de los Asuntos Interamericanos.
Parece
evidente para mí que alguna persona, o un grupo de personas, está determinada a
crearme problemas, presumiblemente con la intención de crear una situación
embarazosa o desacreditar al coordinador y al trabajo de la división
cinematográfica, usando para tales propósitos los contenidos representados en
uno de mis filmes, hecho en 1931 en París, y titulado La edad de oro.
Como
usted es una de las pocas personas en este país que ha visto la película,
usted
comprenderá, no lo dudo, que ésta jamás puede ser vista como un filme
anti-religioso. Ciertamente, en él se simbolizan algunos enfrentamientos con la
religión, al igual que con la sociedad, opuestos al logro del amor. El filme
era un poema surrealista. En aquella época intentaba usar las palabras poético
y amor en el mismo sentido en que lo hacían los surrealistas, porque yo era uno
de ellos. El surrealismo, a mi parecer, nunca ha sido irregular o ilegal.
En
cuanto a la referencia hecha a mis creencias izquierdistas, déjeme llamar su
atención hacia el siguiente hecho: después de ser investigado por diferentes
agencias del Gobierno, el 18 de junio de 1942 comparecí ante un tribunal del
Departamento de Estado de Washington. Este tribunal estaba compuesto por
representantes de diferentes Departamentos del Gobierno y agencias, por ejemplo:
Departamento de Estado, Trabajo, Justicia, Armada, Ejército y FBI.
Como resultado de esta investigación, que fue enteramente satisfactoria, me fue
posible obtener los primeros papeles para mi nacionalización norteamericana.
Antes de terminar esta carta quiero manifestarle que, dejando el Museo, tras dos años y medio, llevo conmigo agradables recuerdos. Siempre he encontrado aquí un espíritu de sincera cooperación para mi trabajo, junto con la gran comprensión y coordialidad en nuestras relaciones: todo eso, Miss Barry, ha sido posible gracias a usted.
Sinceramente
suyo,
Luis BUÑUEL
No hay comentarios:
Publicar un comentario