martes, 24 de septiembre de 2013

Álvaro Mutis (1925-2013), un “raro” de Rubén Darío



Descendiente lejano del sacerdote, botánico, médico y geógrafo José Celestino Mutis –defensor de las teorías copernicanas, de la física newtoniana y taxonomista de la flora suramericana y que era hermano de su tatarabuelo, este  poeta y narrador colombiano nació en Bogotá el 25 de agosto de 1925, aunque sus primeros nueve años de vida transcurrieron en Bruselas, en donde su padre, el diplomático Santiago Mutis, estuvo destinado, lo que le aportó, además de un absoluto dominio del francés, una especial predilección por la cultura, el arte y la literatura galas. Su  padre muere allí, prematura y repentinamente, en 1934.

              El futuro escritor regresa a su tierra natal con su madre, Carolina Jaramillo, y se instalan en el corregimiento de Coello-Cocora, en la región de Tolima, donde un tío suyo poseía una explotación agraria de café y caña de azúcar. “Tuve siempre un mundo propio que finca sus raíces en algunos parajes de Colombia y de Europa, desde los cañaverales y cafetales de mi infancia y adolescencia en la tierra caliente, hasta el Mar del Norte y el Canal de la Mancha, avistados a veces desde la costa belga. Mi poesía tanto como mi narrativa se deben al paisaje, porque el paisaje –como decía Amiel– a mí me asalta como un estado del alma”. Y se deben, asimismo, a los barcos, pero no a los de las grandes líneas sino a esos otros, más modestos, propiedad de un capitán o de una familia, que me conmueven como las armas de don Quijote. Como él se enfrentan a los imprevisibles molinos del Caribe, a sus huracanes y tempestades, desplegando un esfuerzo titánico, heroico, pero singular”.

Ya desde muy joven, tenía 16 o 17 años, sintió el deseo de embarcarse en la poesía “bajo el fuego de  Baudelaire y de Rimbaud soñando escribir poemas en prosa. La sorpresa fue que habría de convertirme, además, en novelista. Casi niño me enamoré del Quijote, de Garcilaso de la Vega, de Tirso de Molina, de Lope de Vega –el lírico más que el dramaturgo– y finalmente de Antonio Machado. Él ha marcado mi obra con los hierros ardientes de un tono poético entre la melancolía y la nostalgia; y con un aliento musical al aire de Rubén Darío que me ha conmovido siempre”. Y entre los franceses, “me sigue sonando bien Alphonse Lamartine, no Alfred de Musset, algo más Stéphane Mallarmé, a quien admiro por el riesgo de su aventura; un riesgo que Maqroll el Gaviero ha afrontado siempre desde que zarpara. Me gustan las novelas de Ferdinand Cèline; por supuesto: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que periódicamente releo de un tirón. Los escritos de Colette. Y el más importante de todos, junto a Cervantes, Miguel de Montaigne”.

En cambio, siempre mostró su desafecto por la literatura inglesa, quizá porque “me opongo a la utilización instrumental del lenguaje, un vicio anglosajón que es la marca de nuestra más inmediata modernidad”. Si bien es cierto, Mutis admiró, y mucho, a Walt Whitman, el  vate de Norteamérica que cantaba al Yo, faro de otro gran poeta de alma marinera: Pablo Neruda. A Herman Melville y su viaje iniciático en pos del Leviatán. Y sobre todos, a Joseph Conrad, que no era británico pero sí maestro de su lengua: el capitán mercante polaco que, al jubilarse, nos guió hasta El corazón de las tinieblas.  



Los estudios convencionales jamás fueron su fuerte. Matriculado en la Universidad de Rosario para obtener el diploma de bachiller donde asistió a las clases de Literatura Española del poeta Eduardo Carranza, una influencia capital en su vocación literaria, pudieron más el billar y la poesía. Jamás obtuvo el título, como tampoco vivirá de la escritura y apenas del periodismo, y no por prevención ni por aristocratismo: “¡Dios me libre! Casi nunca he escrito en diarios ni revistas, porque me he ganado la vida trabajando para empresas privadas. Algo hice en la radio y escribí algún tiempo para un periódico madrileño, pero nunca me sentí a gusto haciendo periodismo literario”. Sin embargo, tal parquedad se debió también a la suspicacia: “La verdad es que desconfío de la palabra escrita a vuelapluma, sobre todo en los diarios, de los que sólo leo los titulares. Tampoco veo la televisión. No me interesa en absoluto la actualidad, esa manifestación superficial de tragedias humanas muy hondas, tragedias que siempre han sido las mismas, dado el profundo egoísmo de la especie humana”. Y así, primero fue periodista en la emisora de radio Nuevo Mundo, donde ingresó a los 18 años tras casarse por primera vez en 1942; y luego, relaciones públicas en compañías petroleras, como Esso y Standard Oil; líneas aéreas como Panamericana; y distribuidoras cinematográficas, como las divisiones españolas de Twenty Century FoxColumbia Pictures. Muchos recordarán la voz del narrador que abría cada capítulo de la serie Los intocables, que él doblaba al castellano para la televisión de los años 60.  

En 1948 publica su primer poemario, La balanza, junto con Carlos Patiño; y cinco años después, Los elementos del desastre, en el que aparece por primera vez Maqroll el Gaviero, que será protagonista central de su poesía y de su narrativa. “Ha surgido en mis páginas con tanta fuerza que muchas veces me han preguntado si él no era Álvaro Mutis. Tiene mucho de lo que quise ser y no fui, de lo que yo hubiera querido ser y no pude ser. Y tiene mucho de lo que él quiere ser y no puede por estar en mis manos, y porque yo, a veces, no le dejo vivir todo lo que él quisiera. Sin embargo, muy a menudo va por libre y no me hace ningún caso. Pero él no es un aventurero yo rechazo ese adjetivo que muchos le aplican pues este marino, contrabandista y filósofo a tiempo parcial no va en busca de aventuras. Será por su carácter, por su vida o por su temple, pero a él le ocurren las cosas, a él le buscan los conflictos”.

Quizá como a su autor. En 1956 tuvo que huir de Colombia y se instala en la Ciudad de México –en donde ha residido hasta el domingo, día de su muerte– porque la Esso lo denuncia por malversación. Mutis, como el Gaviero, tenía algo de pícaro, pero era un pícaro desinteresado que había despilfarrado fondos de la compañía destinados a hospitales y beneficencia en locas “ayudas culturales”, de las que muchos escritores, artistas y periodistas como su gran amigo Gabriel García Márquez (quien le debe el patrocinio y la atenta lectura, día a día y capítulo a capítulo de Cien años de soledad) se beneficiaron: ¡Salvaba comunistas bajo la dictadura del general Rojas Pinilla
         Trae cartas de presentación para los cineastas Luis Buñuel, quien seguramente le acerca a Manuel Barbachano Ponce, productor de Nazarín; y Luis de Llano; y enseguida entabla amistad con Octavio Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes, amistades que mantendrá toda la vida. Tres años después ingresa en la cárcel, donde pasa quince meses como preso preventivo, pues la Interpol había solicitado su extradición. Tras esa experiencia, que cambia su visión del dolor y el destino humanos, hace su primera incursión en la prosa con su Diario de Lecumberri, libro que aparece en 1960.



No debutará como narrador hasta 1978 con La nieve del almirante, primera novela de la saga del Gaviero que se continuará con Amirbar, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir , La última escala del Tramp Steamer, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra (1993).

Para Mutis, “la escritura es siempre una forma de poiesis. Tiene una sola fuente y un solo propósito: combatir los demonios y las obsesiones que me visitan”. ¿Cuáles? “El primero, es el más terrible: el del tiempo perdido y recobrado, al que queremos mantener intacto y que, muy a pesar nuestro, se transforma y nos cambia hasta impedirnos reconocer en la realidad los sitios que en la memoria nos persiguen. El segundo, la capacidad de destrucción de la vida, las cosas que, al usarse, se gastan: me obsesionan los trenes oxidados que no caminan, las cosas inútiles que se amontonan en un rincón con la cara gris y anónima de las piedras. Y el tercero es amo de ciertas presencias históricas, como las vidas de César Borgia, el cardenal Richelieu, Telleyrand, el espléndido caso de Carlos V o el asombroso de San Francisco de Borja. Estos giros del destino me apasionan porque la historia, al dar una pirueta magnífica, se nos muestra con sorpresa”.


Quizá por ello jamás participó en política ni votó nunca. "El único acontecimiento histórico que me perturba es la Caída de Bizancio ante los infieles turcos en 1453". Por haber nacido el día que se celebra a San Luis, rey de los franceses, quizá forjó una devoción sin límites por la Monarquía: “Soy legitimista y gibelino. Monárquico legitimista, porque niego la validez de todo precepto, orden o ley que sea producto del consenso de los hombres. No acepto bajo ningún pretexto un sistema político elaborado estrictamente con elementos inmanentes, con elementos nacidos de la misma razón humana. Sólo podría acatar de corazón un poder trascendente y ese es la Monarquía absoluta de origen divino que se transmite según ciertas leyes de sucesión. Creo, como lo hacía José Ortega y Gasset, que cuando muchos individuos se ponen de acuerdo es para cometer una bellaquería o una imbecilidad. Me declaro gibelino porque sostengo los ideales que fundamentaron la comunidad europea habida durante el Sacro Imperio Romano Germánico, que se derrumba cuando el emperador Enrique IV, el Sálico, va a humillarse frente a Gregorio VII, el papa soberbio que crea el poder temporal del papado. La Iglesia Estado fue una catástrofe y la fuente original de la inmensa corrupción eclesiástica, contra la que se levantaron los gibelinos; de la Reforma, que fue una reacción contra ella; del calvinismo, padre del racionalismo y del liberalismo…. Y de toda esta farsa por la que los hombres creen que se gobiernan bajo una supuesta mayoría”.   
     
          En fin, si no fuera porque son dos adjetivos que se usan de forma negativa, podría decirse que Álvaro Mutis ha sido un escritor tan excéntrico como extravagante, raro y único por su originalidad y porque su centro no coincide con el de los demás: un raro, pues, a la manera en que Rubén Darío clasificaba a autores como Edgar Allan Poe, Leconte de Lisle, Paul Verlaine, el conde Mathias Auguste Villiers de L’Isle Adam, Isidoro Ducasse (conde de Lautréamont, aunque fuera uruguayo), Henrik Ibsen o José Martí.



Tres notas

Conocí a Álvaro Mutis en la Ciudad de México allá por 1984 o 1985.  A partir de 1986, le entrevisté para el diario ABC –donde hoy se publica una versión más breve de esta necrológica, realizada a partir de esas conversaciones­– cuando visitaba España, la última vez en 2007. Siempre fue buen amigo. Descanse en paz.  

Sería injusto no citar a las mujeres del poeta, un romántico. Con Mireya Durán se casó en 1941 y tuvo tres hijos: María Cristina, Santiago y Miguel. En 1954 reincidió con María Luz Montané, madre de María Teresa. A la tercera fue la vencida, con Carmen Miracle, leal compañera desde 1966, y hoy su viuda.

Sobre su desempeño como relaciones públicas en compañías aéreas, petroleras y cinematográficas, visitad esta divertida entrevista en ABC.

Bibliografía

Poesía: La Balanza, Talleres Prag, Bogotá (1948): Los elementos del desastre, Losada, Buenos Aires (1953); Reseñas de los hospitales de Ultramar, separata de la revista Mito, Bogotá (1955); Los trabajos perdidos, Era, México DF (1965); Summa de Maqroll el Gaviero, Barral Editores, Barcelona (1973); Caravansary, FCE, México DF (1981);L os emisarios, FCE, México (1984); Crónica regia y alabanza del reino, Cátedra, Madrid (1985); y Un homenaje y siete nocturnos, El Equilibrista, Ciudad de México (1986).

Narrativa: Diario de Lecumberri, Universidad Veracruzana (1960) y Ediciones del Mall, Barcelona (1986); La mansión de Auracaíma, Sudamericana, Buenos Aires (1973); La verdadera historia del flautista de Hammelin, Ediciones Penélope (1982) y La nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, La muerte del estratega, Amirbar,  Abdul Bashur, soñador de navíos, Tríptico de mar y tierra, publicados por Mondadori y Siruela entre 1986 y 1993, novelas reunidas, primero por Siruela y luego por Alfaguara, bajo el título de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.

Ensayo: Contextos para Maqroll, Igitur-Cilcultura, De lecturas y algo del mundo, Seix Barral, (1999). Caminos y encuentros de Maqroll el Gaviero, Áltera (2001).

Álvaro Mutis fue merecedor de los premios Príncipe de Asturias de las Letras (1997), Reina Sofía de Poesía (1997), Cervantes de Literatura (2001), Nacional de las Letras y de Poesía (Colombia, 1974 y 1983). Recibió la Orden de las Artes y las Letras y del Mérito (Francia, 1989 y 1993), así como el Medicis (1988). En Italia, el Tonino, entre otros (1990). México le nombró Comendador de la Orden del Águila Azteca (1988) y celebró Ilona viene con la lluvia con el premio Xavier Villaurrutia ese mismo año. 


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