Juan Velarde Fuertes en su casa Ernesto Agudo / ABC |
El economista, catedrático emérito y ensayista Juan Velarde Fuertes, premio Príncipe de Asturias y autor de una extensa obra, ha sido nombrado presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, sucediendo a Marcelino Oreja, quien ocupaba el cargo desde 2010. Hoy, en medio de una enorme crisis, la institución se enfrenta a importantes desafíos que Velarde Fuertes nos explica durante esta entrevista.
–La crisis que atravesamos, ¿es meramente coyuntural, o estamos ante un cambio de paradigma cultural,
social, político y económico tan determinante como lo fue la aparición de la imprenta en el siglo XVI, pues la era digital está cambiando no sólo la forma
en que se produce, conserva y transmiten el conocimiento y las ciencias, sino
también el estudio, las costumbres, el entretenimiento y todas las relaciones entre las personas,
así como la forma de trabajar y comerciar los países?
–Bueno, me parece un poco aventurado expresarlo en
esos términos. El rápido crecimiento genera –como ya contó en Madrid John M.
Keynes (1883-1946), allá por 1930– que la gente abandone ciertos valores
morales y sociales como consecuencia de su rápido enriquecimiento, al que la
siguiente generación ve como cosa fácil. Y entonces vienen los problemas del
endeudamiento y la corrupción, incluso el descenso de la natalidad y otras
desviaciones. Ante ello, esta Academia tiene un doble papel. En primer lugar,
tomar nota de lo que ocurre en la economía. En segundo lugar, tiene que vincular esto a la
ética, como ha venido sosteniendo la profesora y académica Adela Cortina en sus
escritos.
–Las políticas actuales ¿están amenazando la Economía Social de Mercado y el Estado del Bienestar, que son marcas fundacionales de la Unión Europea?
–Sería lamentable. Hagamos un poco de Historia. Tras la II Guerra
Mundial, lo que acabó imponiéndose fueron medidas sencillas basadas en planteamientos
keynesianos. Luego vino la crítica de Milton Friedman (1912-2006) que empujó a
tomar soluciones diferentes. ¿Quiénes acertaron? Aquellos que siguieron una corriente
nacida durante el nacional-socialismo y opuesta a él: la Escuela de Friburgo
(Alfred Müller-Amack, Wilhelm Röpke, Walter Eucken, Leonard Miksch y otros) que
planteaba que el mercado debe tener libertad de actuación, aunque con excepciones
y regulaciones. A saber:
1.- Cuando afecta a la dignidad humana (por ejemplo,
hay que erradicar la explotación laboral infantil).
2.- Ciertos bienes son de interés colectivo (por
ejemplo, nadie puede construir un rascacielos en la Plaza de Oriente).
3.- Sostenimiento del precio de algunos sectores
(por ejemplo: la agricultura, pues una gran cosecha puede empobrecer a los
agricultores al desplomarse los precios del mercado, y la agricultura no puede
desaparecer), según lo que los economistas hoy llamamos la Ley de King.
4.- La compra, producción y venta de armamento (por razones
de Defensa Nacional).
Y 5.- Los sectores que pueden alterar al conjunto de
la economía (por ejemplo, la actividad inmobiliaria).
Todo ello está en la base de lo que se ha venido en
llamar Economía Social de Mercado, y
que está en los fundamentos de la Unión Europea. Y nos recuerda a la Doctrina Social de la Iglesia, como ha
señalado con todas las palabras Jenns Weidmann, presidente del Bundesbank, al
recibir hace unos días el premio Wolfram-Engels.
–Si
no es una nueva era, como la traída por Gutenberg y la imprenta, ¿qué explica
esta crisis tan gigantesca?
–Creo que más bien responde a una recesión de balance, concepto del economista
japonés Richard Koo, quien dijo que la consecuencia del rápido enriquecimiento
de Japón había sido un gran endeudamiento. Como todo va muy bien, los
particulares piden créditos alegremente. Y los estados, por su parte, también
aumentan el déficit público de manera frívola o irresponsable. Y a la postre eso
ha traído el estancamiento de su economía. Tal es el caso de nuestra burbuja
inmobiliaria, que ha venido acompañada de enorme corrupción y otros males. Pero
llega un momento en que hay que pagar esas deudas.
–Entre
otras, las del Estado Autonómico. ¿Por qué hemos llegado hasta aquí?
–Ya Cánovas del Castillo (1828-1897) planteó en el
Parlamento de la Restauración, durante el reinado de Alfonso XII, que “el
bolsillo va a ganar a la Cruz (de los carlistas) y voy a concederles condiciones
económicas especiales (fueros) a las provincias vascas y Navarra”. Luego, Ramón
de la Sota (1857-1936) –que fue quien cambió y modernizó el PNV– consideró que
la industria, las finanzas, etc., tenían que ser la base para conseguir
ventajas especialísimas.
Cataluña
empezó a plantear lo mismo en la Reinaxença,
y recreó un victimismo a partir de la derrota austracista de 1714, olvidando
que el aspirante a ser Carlos III era hijo de la infantita retratada en Las Meninas, esto es: que estaba muy vinculado
a toda España. Y que el ganador, Felipe V, enseguida contribuyó al desarrollo
económico catalán, como ha estudiado en profundidad Carmen Sanz Ayán, premio Nacional
de Historia de este año. Pero aquel desarrollo a los catalanistas les pareció
insuficiente y empezaron a decir: “España nos quita”.
Y todo ese
victimismo, que es una falsedad histórica, hoy se ha aceptado porque la base
cultural es muy baja a causa del control autonómico de la enseñanza que
manipula la Historia. Acto seguido, al calor del “Café para todos”, el resto de
las Autonomías (Galicia, Andalucía… incluso mi querida y natal Asturias) empezaron
a pensar que ellas también podían sentirse históricamente agraviadas y exigir
más y más al poder central.
–Parece
que es necesario acometer una reforma de la Constitución del 78… ¿Cómo
sería posible reconocer los rasgos diferenciales de las llamadas “Autonomías
históricas” sin crear agravios comparativos con el resto?
–La redacción y el desarrollo de la Constitución del
78 han creado un enorme caos financiero y económico. Se ha dividido el mercado
interno español. Cuando avanzamos hacia la unificación fiscal europea, algo
absolutamente necesario, aquí tenemos diecisiete situaciones distintas, más Ceuta y Melilla. Esto es necesario arreglarlo en algún momento.
El gran desafío no es cambiar la base del régimen tributario general, sino
adecuar o armonizar esas diferencias, como sostiene el catedrático de
Hacienda Leopoldo Gonzalo y González.
–La
aparición de fenómenos como el 15M y Podemos parece haber pillado con el pie
cambiado a la clase política… Por encima de que este neopopulismo sea comprensible dada la crisis económica y el paro, ¿no están reclamando los ciudadanos, que hoy están híper-conectados
y súper-informados, fórmulas de participación política acordes con las
posibilidades de las nuevas tecnologías?
–Niego la mayor. Los ciudadanos no están enterados
de nada ni saben lo que está ocurriendo (algo que se debe al lamentable modelo
de enseñanza). Nos encontramos ante una situación típica de esta sociedad de
masas, como ya nos explicó José Ortega y Gasset. En este contexto, la gente se
deja seducir por propuestas demagógicas. Por eso, no sólo la Academia, sino
también los medios de comunicación, los intelectuales y los universitarios
deberíamos estar contando y debatiendo lo que ocurre de verdad para ponerlo en
conocimiento de la gente. Cuando Keynes termina su Teoría general del empleo, el interés y el dinero dice que las
ideas acaban modificando las cosas con mucha más fuerza que los intereses.
–¿Alberga
este neopopulismo el germen de los
viejos totalitarismos?
–En efecto, porque sus fórmulas están basadas en el
“efecto rebaño”, para el cual, el mayor pecado es ser diferente. Todos tenemos
que pensar, decir y hacer lo mismo. Y aún más. Es corruptor. Así justificaba Narcís
Serra, ex vicepresidente y ex ministro socialista, el desastre de Caixa
Catalunya, de la que luego fue presidente, y de otras Cajas de Ahorros: “Sólo
hacíamos lo que hacían los demás”. El “efecto rebaño” alimenta los populismos y
como no admite la diferencia, si alguien se sale del rebaño es malo. Y conduce
a situaciones totalitarias. Y puede volver a pasar lo que ocurría en la Unión
Soviética; por ejemplo: el destino del gran economista Nicolái
Kondrátiev, que estudió los ciclos largos de la actividad económica (“Ondas de
Kondrátiev”) y que contradecía el pensamiento marxista y a Stalin. Acabó en Siberia. Y eso
que fue uno de los creadores de la Nueva Política Económica de Lenin.
Nota:
Una versión más breve de esta entrevista se publica hoy en el diario ABC.
Nota:
Una versión más breve de esta entrevista se publica hoy en el diario ABC.
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