Nadie debe rasgarse las vestiduras porque no haya
una Misa Te Deum laudamus después de
la solemne proclamación y jura en Cortes del Rey Felipe VI. En primer lugar,
porque constitucionalmente es Rey de España pero no Su Católica Majestad. En
segundo lugar, ni hoy España es la misma que en 1975 ni las circunstancias son
comparables.
En 1975, aún vigentes las Leyes Fundamentales del Estado
franquista, nuestro reino no sólo era oficialmente católico sino que, además,
la inmensa mayoría de los españoles era –como no podía ser de otra forma tras cuarenta años de nacional-catolicismo– practicante. En cualquier caso, hay que recordar que aquel Te Deum, celebrado en Los Jerónimos cinco días después de la proclamación de Don Juan Carlos, fue
el marco del aún tímido apoyo internacional al monarca pero, también, del
irrestricto apoyo de la Iglesia a la normalización democrática, gesto
con el que el cardenal Vicente Enrique y Tarancón (*) coronaba una pastoral años atrás muy
polémica, en la que los obispos pedían perdón a los españoles por la nada
evangélica parcialidad de la Iglesia cruzadista durante la Guerra Civil y la Dictadura del general Franco. (Es lástima que la Iglesia de Karol Wojtyla renegara
del Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal de los cardenales Ángel Suquía y Antonio María Rouco
nos devolviera a las catacumbas, o mejor dicho: a la caverna de monseñor Guerra Campos.)
Hoy ya no es así: la Constitución de 1978 consagra a
España como un Estado acofensional, no laico; y por ello, pone en valor y apoya
la aportación de la Iglesia Católica Romana como confesión mayoritaria, pero
también la de cualesquiera otras religiones que profesen los ciudadanos.
Tampoco la práctica del catolicismo –por
mucho que seamos culturalmente
católicos– es mayoritaria. Más bien somos
–quienes lo son– católicos ceremoniales: bautizos, comuniones, bodas y
funerales.
En estos últimos veinte años se ha producido un
fenómeno que nadie hubiera predicho en 1975: hoy los ateos y los agnósticos convivimos
con los católicos romanos y los ortodoxos (rumanos, búlgaros, ucranianos,
rusos), protestantes (muchos iberoamericanos), con los musulmanes (magrebíes y
de otras procedencias), con budistas y taoístas (chinos), con judíos (por
desgracia, muy pocos) y hasta con animistas africanos y santeros caribeños gracias a las
grandes migraciones. Muchos de ellos ya son españoles y poco importan las
proporciones.
Aunque a lo largo del reinado de Juan Carlos I se
han celebrado grandes actos de Estado acompañados de la liturgia católica,
sobre todo bodas reales y funerales, más bien eran un anacronismo a la vez
lógico y sentimental. Y en algunos casos, cuando los homenajeados practicaban
distintos credos, debieron ser multiconfesionales, y no lo fueron. Nadie debe rasgarse las vestiduras porque un
Estado acofensional, a la hora de rendir último tributo a sus héroes, respete
sus creencias. Así lo hace la primera democracia de Occidente, la
norteamericana, nacida de una revolución que separó a la Iglesia del Estado
para defender a las pequeñas confesiones de la mayoritaria. Por algo pone en
sus billetes: “In God we trust”.
Quizá Don Juan Carlos no sea muy practicante, aunque
siempre haya asumido la Tradición, por ejemplo, en la catedral de Santiago de
Compostela y su ofrenda al Apóstol patrono de la vieja España (ya no más Matamoros), cuando alguna
vez la hizo; pero Doña Sofía sí lo es. Quizá Doña Letizia se parezca al Rey,
pero recuérdese que Don Felipe se santiguó, como su augusta madre, al rendir
homenaje en las Cortes al Duque de Suárez. Visita (y solo visita) en sede
parlamentaria, no acto de Estado en la catedral o el hemiciclo, aquellos eran gestos íntimos, más bien privados. Que el futuro rey sea católico no implica que sea Su Católica
Majestad. Aviso para navegantes.
De haberse producido la sucesión del Trono por ley
natural, es decir, por fallecimiento del monarca reinante, España le habría
despedido –como así seguramente se hará cuando llegue el día– con un gran
funeral de Estado según el rito católico. Y eso hubiera aconsejado –sólo
aconsejado– recibir al nuevo rey con una Misa Te Deum. Pero no ha sido así. Hoy, al rey constitucional-parlamentario
no le hace falta: le bastan las Cortes y el Gobierno, la Judicatura, el
Ejército y, por encima de todos: su Pueblo. Ya no es Rey por la gracia de Dios.
Añádase que sí, por supuesto, dada la enorme crisis,
la austeridad sea un ejercicio necesario desde la primera de las instituciones
del Estado. Otra cosa será que los ciudadanos se desborden para mostrarle a los
jóvenes reyes su simpatía –y estén seguros de que lo harán el 19 de junio– en
las calles de Madrid, y eso obligue, sin más,
a algún dispendio ceremonial: desfile militar lucido, saludo público en
coche descubierto y recepción en el Palacio Real.
Y es que los españoles tampoco estamos hoy para muchos bailes (excepto los del Mundial, si gana La Roja).
* Nota:
Aquella misa, celebrada el 27 noviembre de 1975, no fue exactamente un Te Deum, aunque popularmente se la recuerde así, sino la Santa Misa votiva del Espíritu Santo para la Coronación como Rey de España de SM Juan Carlos I. Aquí puede consultarse la Homilia de Tarancón.
Y es que los españoles tampoco estamos hoy para muchos bailes (excepto los del Mundial, si gana La Roja).
* Nota:
Aquella misa, celebrada el 27 noviembre de 1975, no fue exactamente un Te Deum, aunque popularmente se la recuerde así, sino la Santa Misa votiva del Espíritu Santo para la Coronación como Rey de España de SM Juan Carlos I. Aquí puede consultarse la Homilia de Tarancón.
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