–Aunque usted no haya
desembarcado nunca en la arena política, siempre ha sido un ferviente reformista,
quizá porque lo lleva en los genes, ¿verdad?
–Mi abuelo paterno fue diputado del partido Liberal
y ministro con José Canalejas. Quizá
no hubiera habido guerra civil si a Canalejas no lo asesina el anarquista Manuel Pardiñas frente a la librería
San Martín en la Puerta del Sol, en 1912. Alfonso
XIII lo respetaba mucho y quizá él hubiera podido
reconducir aquella Monarquía constitucional hacia una Monarquía parlamentaria moderna
y más democrática, evitando las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco.
Mi abuelo Luis aparece en la famosa foto de Canalejas de cuerpo presente en el
Ministerio de la Gobernación, donde lo llevaron herido de muerte. Por su parte,
mi padre, además de periodista (trabajó en El Heraldo y luego en ABC
muchos años, después de la guerra), fue gobernador civil de Lugo, Cádiz
y Córdoba durante la II República. El
general Emilio Mola llegó a decir
que si lo pilla en caliente, lo habría fusilado, aunque no era de izquierdas.
–También lleva sangre teatral.
–Por parte materna. Mi abuelo fue el dramaturgo y
escultor Francisco Oliver y mi
abuela y mi madre las actrices Carmen
Cobeña y Carmita Oliver. Yo
estudié Derecho para complacer a la familia pero luego empecé a escribir
teatro. Mi primera obra, que se ha perdido, fue una comedia que no se estrenó
nunca y que se titulaba Álvaro no tiene voluntad. Luego
escribí Eva sin manzana, que fue premio Calderón de la Barca en 1953 y
la primera obra que estrené. Luego vino Sinfonía acabada en 1955 y Nuestro
fantasma, que ganó el Lope de
Vega en 1956, estrenándose en el Español. Y a partir de ahí unas cuantas. ¿Que
por qué no me dediqué sólo al teatro? Bueno, yo hice la carrera que podía y
estrené mucho. Todo está en Escelicer.
De Paseo
de la Habana a Historia de la frivolidad
–Enseguida se convirtió en uno de los pioneros de TVE.
–Entré casi por casualidad en los tiempos heroicos
de Paseo de la Habana, allá por
1958. Y fue de “negro”. Habían contratado a mi mujer, Elena Santonja, para hacer una magazín femenino en el que había de
todo: cocina, belleza, actualidad, y que se llamaba Entre nosotras. El jefe
de programas era José Luis Colina y Luis G. Berlanga le dijo: “Lo ideal
sería que Jaime escribiera los guiones, pero sin firmarlos”. Me pagaban 150 pesetas
de entonces por cada uno y 350 a mi mujer por programa. Nos expulsaron, pero enseguida me volvieron
a llamar para hacer una serie infantil: Érase una vez, aunque a los niños no
les gustaba nada mis cuentos, porque las moralejas a lo mejor eran muy particulares.
Pero allí empezaron algunos actores como José
María Prada, Chus Lampreave, Agustín González, María Fernanda D’Ocón y mi
cuñada Carmen Santonja (que luego formaría el gran dúo Vainica Doble con Gloria van Aerssen, que tantas
canciones y melodías han creado para mis programas, como Tres eran tres, Suspiros de España o el fabuloso
pasodoble de Juncal).
–El éxito no se hizo esperar.
–Llegó con una serie para Adolfo Marsillach: Galería de maridos, que se continuó en
otra: Galería de esposas. Yo era muy amigo de Adolfo del Café Gijón y mi padre lo había sido del
suyo, que fue crítico teatral en Barcelona. Y mi abuelo del suyo. En aquellos
programas también trabajaba Amparo Baró,
una actriz maravillosa y una persona fantástica. Y grandes actores como Fernando Rey, Antonio Ferrandis, los
hermanos Gutiérrez Caba: Juliguti, Ireneguti y Emiliguti; o Fernando
Fernán Gómez, a quien luego logré que readmitieran en TVE porque lo habían
echado por apoyar el famoso Contubernio
de Munich en 1962.
–Sería imposible enumerar todas
las series de aquellos años, pero una producción destaca especialmente: Historia de la frivolidad (1968).
–La hice con Narciso
Ibáñez Serrador y ganó la Ninfa de
Oro del Festival de Montecarlo y
además la Rosa de Oro de Montreux. Adolfo Suárez y Juan José
Rosón querían proyectar una imagen de España más moderna en el extranjero:
“¡Queremos algo que sorprenda!”, nos pidieron. “¿Y qué podemos hacer?”, nos
preguntábamos Chicho y yo. Y se nos ocurrió hacer una… ¡Historia de la censura!
Aunque pensábamos que eso no iba a pasar nunca, Adolfo nos dijo que no nos
preocupáramos. Y le cambiamos el título. Aun así al censor de TVE no le gustó
nada aquella sátira y amenazó con dimitir.
En fin, la condición del festival era que el programa se hubiera visto
antes en la televisión de origen, y se las ingeniaron para emitirlo después de
medianoche, sin anunciarlo y tras el Himno Nacional, para que no lo viera nadie
(ni el censor). Será uno de los primeros grandes éxitos de TVE, junto con El
asfalto (Narciso Ibáñez Serrador, 1967), o ya algo después, con La
cabina (Antonio Mercero,
1972).
El discreto encanto de la
pantalla grande
–Debuta en el cine con Carola de día, Carola de noche (1969), película que no funcionó, aunque ya había escrito muchos guiones que se filmaron.
–Yo había hecho seis o siete guiones para José María Forqué (padrino de mi hijo Eduardo, como Marsillach lo era de Álvaro) desde principios de los sesenta;
y otros para Alfonso Balcázar, Germán
Llorente y Luis Lucia. Y
entonces me propusieron que dirigiera mi primer largometraje que protagonizaría
Marisol. Don Manuel Goyanes, el descubridor y productor habitual de sus
películas, quería transformarla de actriz casi infantil a mujercita, pero me
dio mucha lata con el guión y en el rodaje. Ha sido el productor más incómodo
con el que he trabajado en mi vida. Y se equivocó. Yo no era el director más
adecuado para ese proyecto, aunque sí hubiera podido hacer otra película distinta
con Pepa Flores, porque era una gran
actriz, con talento, divertida y además, guapísima. Imposible con un productor,
digamos con piedad, tan anticuado.
–Triunfa poco después con Mi querida señorita (1972). ¿Cómo pudo
torear a la censura una apuesta tan atrevida?
–Eso también me lo pregunto yo, pues aún no me lo
explico. Creo que la censura no se enteró de qué iba esta película que escribí
con José Luis Borau y que produjo Luis
Megino. Nada más sufrió un corte. Mónica
Randall interpretaba a Feli, una vecina, putita lista y sagaz que recibe a José Luis López Vázquez en su casa para
hacer el amor (después de que su personaje, Adela Castro, ya se ha convertido
en Juan). Él se está quitando los zapatos mientras Mónica se desnuda al fondo
del fotograma y se le ve el pecho no más de dos segundos. Bueno, pues eso es
todo lo que cortó la censura. ¡Una tontería!
–López Vázquez cautivó a
Hollywood con ese personaje.
–Fue una interpretación enorme: no sabías si era
hombre o mujer. A George Cukor le
maravilló tanto que le propuso un contrato durante dos años sólo para que
aprendiera inglés. Pero él rechazó la oferta porque trabajaba a destajo y
ganaba mucho dinero en España. Y Cukor le dio un papel en Viajes con mi tía
especialmente escrito para él, pues el personaje no sabía inglés.
–Después realiza El amor del capitán Brando (1974), otra
apuesta de riesgo. Un melancólico triángulo amoroso entre un viejo exiliado
(Fernán Gómez), una modernísima maestra rural (Ana Belén) y un chico de trece años, alumno suyo (Jaime Gamboa), triángulo al que se enfrenta el alcalde
del pueblo (Antonio Ferrandis), muy, pero que muy franquista.
–Ahí sí hubo mucha guerra con la censura. Fernando
interpretaba a un republicano que ha vuelto a España y Antonio al alcalde, que
hablaba como Franco, pues yo había
escogido fragmentos de discursos suyos muy reconocibles, sabiendo que los iban
a quitar. En realidad, Juan Tébar
(coguionista) y yo les poníamos cebos a los censores para que dejaran otras
cosas. La madre de esta película era otro proyecto que nunca llegó a cuajar,
porque trataba de las huelgas estudiantiles de la época. Me dijeron que ni se
me ocurriera escribir ese guion imposible… Como pequeña venganza en El amor del… hay una huelga, pero de
niños, claro.
–A
mediados de los años 70 se hablaba de una Tercera
vía del cine español, que impulsaba el productor José Luis Dibildos y que
representaban directores como Roberto Bodegas (Españolas en París, 1971; Vida conyugal sana, 1974; y Los nuevos españoles, 1975) o José Luis Garci (primero guionista de Mercero, Bodegas y Pedro Olea; y luego director de Asignatura pendiente, 1977 y Las
verdes praderas, 1979). Pero eso, ¿no lo había inventado ya Jaime de
Armiñán?
–Aunque los aprecio a todos
muchísimo y son mis amigos, cuando me hablaban de eso yo decía que no era de
ninguna Tercera vía, algo que me
sienta como un tiro porque mis películas las hago yo.
–Vale. Ha tenido siempre muy mala suerte en Hollywood, porque el año de Mi querida señorita también competía Luis Buñuel con El discreto encanto de la burguesía… Tampoco pudo ser en 1980 con El nido, una película que hoy sería políticamente incorrecta, pues trata del amor crepuscular de un músico retirado y viudo (Héctor Alterio) con una lolita (Ana Torrent) que vive en una Casa Cuartel.
–Bueno, en 1973 yo sabía que si iba Buñuel no había
nada que hacer. Pero fui y me lo pasé divinamente. Conocí a Cukor, a Billy Wilder, a Rouben Mamoulian, a George
Stevens y a Alfred Hitchcock. Fue
maravilloso. Los mismos que le habían hecho un homenaje a don Luis, ya sabe, el
de “Los chicos de la foto”. Pero el caso de El
nido fue muy distinto.
–¿Por
qué?
–Aquel año se presentaban François Truffaut con El
último metro en París y Akira
Kurosawa con Kagemusha. Eran dos filmes que iban con mucho poder y dinero
promocional detrás. Un par de días antes me dijeron que El nido podía ganar porque esas dos grandes películas se anulaban
entre ellas. Al final, el Oscar se lo llevó la soviética Moscú
no cree en las lágrimas. Era un bodrio americanófilo pero a la
Academia le interesaba mucho, por lo visto, que ganara, por las razones
políticas que fueran y porque querían hacer una gran exposición en Los Ángeles de
cine soviético, aunque luego los rusos no permitieron a su director, Vladimir Menshov, que recogiera el
premio.
–Ya no hay censura, sino toda la
libertad para hacer cine o teatro, pero bien parece que sin ayudas del Estado
resulta casi imposible. ¿Qué piensa de las subvenciones?
–Hoy no hay censura política, moral o religiosa,
pero sí económica. ¿Quién va a producir una película que refleje lo español,
cuando cuesta tanto dinero hacerla, y sólo es viable el cine internacional,
espectacular o de género? Creo que defender la excepción cultural de nuestro
cine es una de las obligaciones del Estado.
Proteger el cine y al teatro, porque esta subida que han hecho del IVA, también
lo ha dejado tocado. Y hay una cosa que aclararle a la gente. Las subvenciones
no son un invento de los socialistas, ya las había en la época de Franco: Locura
de amor, El clavo o La
tía Tula (que no era precisamente una película franquista ya en los
años sesenta) fueron subvencionadas, por no hablar de las primeras obras de Carlos Saura. Igual que las de
Berlanga, como la espléndida Plácido, que primero se llamó Siente
a un pobre a su mesa, título que no fue aceptado. En fin, todas estaban
subvencionadas y muy bien subvencionadas.
Juncal y la familia Bienvenida
–En 1989 vuelve otra vez a la televisión y nos regala Juncal, serie de ambiente taurino que protagonizó Paco Rabal y que obtuvo un enorme éxito.
–En 1989 vuelve otra vez a la televisión y nos regala Juncal, serie de ambiente taurino que protagonizó Paco Rabal y que obtuvo un enorme éxito.
–Yo incorporé a esa serie toda
una vida junto a una familia de toreros: los Bienvenida. Yo he oído hablar a Manolo Bienvenida, el Papa Negro,
cientos de veces; y a Antonio,
igual; y a Ángel Luis, últimamente. Sobre todo a Ángel Luis, que era como mi hermano. Me salí de todos los tópicos
del cine taurino. Pero no podía haberlo hecho sin el Papa Negro, aunque el
personaje de Paco Rabal no está inspirado en él. Todo lo contrario. Pero sí en
el lenguaje de Manolo, de Ángel Luis, de Antonio y de Pepe Bienvenida. Juncal
podía haberla escrito cualquiera de ellos. Cuando se fueron marchando, a mí empezó a darme mucha pena y nostalgia ir a las Ventas o a La Maestranza. Y ya no voy.
–¿Qué
piensa del acoso a la Fiesta en Cataluña y el País Vasco?
–Un horror. Aunque en el País
Vasco es distinto, porque los toros en Bilbao están muy arraigados. Y qué pasa
en Navarra, ¿podrán quitarle a Pamplona los sanfermines? Creo que la Fiesta se
acabará quizá porque la afición está desapareciendo en las familias. Ahora bien,
en México, en Perú o en Colombia no va a ser tan fácil. Ni en Andalucía. Yo
tampoco creo que los toros tengan que ver con el arte: no son cine, pintura,
música o literatura. Son otra cosa, pero muy nuestra. Yo nunca los prohibiría
porque sería una traición.