Además de la corrupción y de la falta de autocrítica y arrepentimiento,
esa otra tercera causa añadida que determina el descalabro electoral del
bipartidismo afecta especialmente al PP, o más bien dicho: a su presidente.
¿Cómo explicar que un partido que había cosechado en 2011 una holgada mayoría
absoluta (186 diputados) –equiparable a las obtenidas por González en 1986 (184
diputados) o por Aznar en 2000 (183 diputados) o a la mínima de González en
1989 (175 diputados)– pueda haber perdido, en solo cuatro años, nada menos que
63 escaños en las elecciones del 20 de diciembre? ¿Y algunos menos, pero no
pocos: 49, en las del pasado 26 de junio? ¿Tantos y a pesar de la tan voceada recuperación
económica?
Ha sido un
derrumbe casi inédito en la democracia española posterior a 1982. A pesar del escándalo de los GAL, que llevó a la cárcel al ministro del Interior José
Barrionuevo Peña por terrorismo de Estado. A pesar de escucharse ya tonantes
los inmundos bramidos de la corrupción, como fueron los casos Flick,
Filesa/Ave/Seat, Juan Guerra, Urralburu, Luis Roldán o PSV, por sólo citar algunas jaranas de naturaleza económica en
las que el PSOE se vio señalado. A pesar de la asfixiante pinza con la que atenazó al presidente socialista el por
entonces aspirante popular: José María Aznar –quien había reaccionado con valor
y sangre fría ante un espectacular atentado de ETA– y que se había confabulado con
el secretario general de un Partido Comunista ya encubierto tras
las siglas de IU: el honorable califa de Córdoba, Julio Anguita González. A pesar del apoyo de artillería brindado a esa pinza por algunos medios de
Comunicación (destacadamente los diarios ABC y El Mundo, a la sazón dirigidos
por Luis María Anson Oliart y Pedro José Ramírez Codina). Todos ellos:
políticos opositores y buena parte de la opinión pública muy irritados –unos y otra con razones disímiles si no antagónicas–
por la deriva de la gobernanza socialista y la imparable corrupción. A pesar de
todo ello, el PSOE de Felipe González sólo perdió 18 diputados entre 1993 y 1996,
obteniendo 15 menos que el ganador: el PP de Aznar, quien necesitaba la
asistencia de los 16 congresistas de Ci’U para hacerse con La Moncloa. A su vez
IU, pese al esfuerzo invertido y a la gallardía moral demostrada por Anguita,
sólo obtuvo 21 diputados –decepcionante pero la mejor marca de la izquierda tradicional
desde 1977.
Aun así, el
ilustre presidente sevillano –desde luego el de mayor talla durante la democracia:
al César lo que es del César, no en
vano se le deben la modernización fiscal, la seguridad social universal, la
entrada en Europa, una gran proyección de la incipiente marca España y el rodaje institucional de la Constitución del 78– confiaba
en que encabezaría otra vez el Ejecutivo, pues nunca creyó que Aznar pudiera
sumar apoyos y lograr su investidura. Algo que le enfureció cuando aquella
derecha, a su juicio montaraz y ultramontana, supo pactar –como él mismo había hecho en 1993– con los nacionalistas
catalanes de Convergencia i Unió, antaño autonomistas
y moderados, muy demócrata-cristianos.
Inolvidables el enfado
y los malos modos de su abandono del Poder; así como la zozobra en la que, poco
después, sumió al PSOE su agitada sucesión, un psicodrama protagonizado por los
ex ministros Josep Borrell Fontelles y José
Joaquín Almunia Almann, hasta la sinuosa elección en primarias de un sonriente
desconocido: el leonés José Luis R. Zapatero… Un viraje guerrista, según cuentan,
ocurrido cuando se supo que la candidata de esa corriente, Matilde
Fernández Sanz, no ganaría las primarias del PSOE (proceso que había
ideado Almunia y que tan mal le salió en su día). Viraje final para que José Bono
Martínez –presidente autonómico de Castilla-La
Mancha, político solvente, influyente barón socialdemócrata cabe sagaz
comunicador, pero cristiano confeso y amigo de obispos–
no cruzara el Tajo (a quien González, al parecer, primero apoyó y luego dejó
en la estacada).
Sólo la caída
electoral del candidato socialista en 2011 puede compararse a la sufrida,
ahora, por Rajoy: el PSOE perdió 59
diputados, aunque las circunstancias fueran, como es sabido, mucho más
dramáticas que las actuales. El incombustible por florentino Alfredo
Pérez Rubalcaba no supo y no pudo –porque era políticamente imposible– rescatar del pozo a un PSOE perplejo y paralizado
por la inepcia económica de Zapatero (quien confesó haber recibido un par de
lecciones magistrales sobre Economía para
gobernantes que Solbes le impartió, de urgencia, cuando en 2004 aterrizó
por sorpresa en el sillón de la Moncloa).
Aunque Rubalcaba,
hay que decirlo, fue y sigue siendo, más allá de cualquier duda razonable, un
político de altura: astuto, hábil, lúcido y brillante polemista, incansable y
muy capaz negociador, de larguísimas trayectoria y experiencia, pues dirigió
los ministerios de Educación y Ciencia (1992-1993), de Presidencia y Relaciones
con las Cortes (1993-1996) con González. Y ya luego, a las órdenes del bisoño sucesor
de Aznar (a quien llamaban Bambi,
dulce caricatura, antes que el Cejas, apelativo más solemne y que compartía con su batallón
sagrado de artistas como santo y seña gestual), fue portavoz socialista en el
Congreso (2004-2006), ministro del Interior (2006-2011), ministro interino de
Defensa durante el embarazo de la titular, Carme Chacón
(quién sabe si hoy una lideresa sólo durmiente). Y además, vicepresidente
primero y portavoz del Gobierno entre 2008 y 2011. Si
este laureado atleta y profesor universitario de Química Orgánica no hubiera
tirado la toalla, quizá hoy otro gallo
cantaría con más cresta en el PSOE.
Y es que Mariano
Rajoy no ganó la Moncloa (usado aquí
el verbo ganar en su quinta acepción transitiva: “Llegar al sitio o lugar que se pretende”) por sus méritos
y gracias, o por su capacidad de seducción, o de forjar alianzas, o de
alimentar sueño alguno, sino por causa de un mal mayor sobrevenido: la crisis económica, de la que también era culpable como campeón del ladrillo, pues fue miembro solidario
de varios consejos de Ministros de Aznar con las carteras de Administraciones
Públicas (1996-1999), Educación y Cultura (1999-2000) e Interior y
vicepresidente primero (2000-2003). Perdedor en dos convocatorias electorales sucesivas,
aun así Rajoy nunca dimitió de su cargo –como lo hicieron Almunia o Rubalcaba tras perder las suyas,
dicho sea en su honra– hasta salir victorioso de las celebradas el 20 de noviembre
de 2011 –aunque fuese elegido,
más bien, por desesperación: como un insidioso pero inapelable… mal menor. Lo cual también le pone en
relación con la novena acepción del Diccionario,
muy marina y transitiva: “Avanzar, acercándose a un objeto o a un rumbo
determinados”, aunque sea la coruñesa Costa
de la Muerte.
EN SU PAZO DE MARFIL
Jamás un candidato
–ni siquiera Aznar– ha despertado menor simpatía
entre los ciudadanos que este distante y desdeñoso inquilino del actual Pazo de la Moncloa.
Y así, pese a la insistente letanía que alaba su gestión económica por acertada:
contención del
gasto, crecimiento
económico, creación de empleo, reducción
del paro, el investido presidente
no ha conseguido ganarse el favor ni
la inclinación mayoritaria del electorado –si se utiliza el verbo en su infinitivo y según su séptima
acepción transitiva: “Lograr o adquirir algo”.
Mas al revés: quizá
haya empujado a muchos votantes –algunos simpatizantes de sus propias siglas y numerosos
indecisos social-liberales– a la abstención o a los brazos del atractivo partido
del catalán Albert(o) Carlos Rivera Díaz: Ciudadanos. Gran revelación –como el
neonato Podemos, éste animado
por el irreverente, radical neocomunista y “socialdemócrata” sacrílego, por
mentir en pública confesión, Pablo Manuel Iglesias Turrión– de la “nueva
política” española.
Y es que la gente cada vez es más suspicaz. Puede
que hoy la economía crezca por encima del tres por ciento y mucho más que en la
zona Euro –datos macroeconómicos lo confirman– pero, así sea demagogia populista, váyale emparejado este
mínimo ojeo del memorial de cuitas ciudadanas: ¿Acaso le ha servido ese lento despegue
a los autónomos, empresarios de
sí mismos, cuya cuota mínima es la más alta de la Unión
Europea: algo superior a 3.000 euros anuales, pagadera mensualmente
aunque no hayan ingresado, siquiera, el salario mínimo interprofesional? ¿Y a
los ciudadanos dependientes
por minusvalías, vejez o enfermedad? ¿Y a los que necesitan una vivienda
de protección social o a muchos de los que han sido desahuciados? ¿Y a los
pequeños y medianos empresarios,
cuando el grifo del crédito se cerró durante años y tuvieron que echar los
cierres o hacer ajustes draconianos –mientras las listas del paro se hacían millonarias?
(Por no hablar de
los pañales, que tributan un 21 por ciento de IVA –aunque es
normal, porque nuestros políticos, adultos, ya no los usan.)
CAMPANADAS ECONÓMICAS
Puede que el desempleo
haya descendido de casi un 27 en 2013, a un 19 por ciento (18’91 a septiembre
de este año, según la última Encuesta de
Población Activa)6, lo cual le está dando no pocos eslóganes al hoy renovado ministro de Economía, Industria y
Competitividad: Luis de Guindos Jurado. Hombre
muy respetado en la Comisión Europea, implacable y eficaz gestor, diestro con
el bisturí, negociador elusivo y esgrimista, severo pez lucio muy resbaloso con
el Parlamento y con los periodistas, De Guindos ha rebatido y rebate una vez y
otra –inasequible al desaliento– algunas evidencias poco campanudas. Así, el mejor de sus
logros: la generación de empleo, está
mayormente vinculado a las estaciones turísticas y comerciales, incluso las
invernales, y a las grandes citas del campo, con contratos
temporales de bajo salario.
Es verdad que los contratos indefinidos vigentes
ascienden, según las estadísticas, a casi dos tercios del total, pero en buena
medida corresponden a los supervivientes del tsunami de Eres y
despidos, objetivos o improcedentes, que azotó al mundo laboral con
extrema violencia hasta avanzado el año 2013 (cuando la tasa de desempleo llegó
a su zenit durante los meses de marzo y abril: 26’94 por ciento y casi 6’3
millones de ciudadanos en edad de trabajar).
Así pues, a la
hora de colegir, importa más la proporción de la nueva
contratación que el número de contratos
vigentes, pues allí la balanza se inclina generosamente al platillo
de la temporalidad y no siempre a
tiempo completo. Y en el otro, donde sopesan los indefinidos, la sustancia
salarial es tan rala que ya quisiera ser mileurista. Claro como el agua: empleos
en su mayoría de baja calidad, por no decir “contratos basura”. Pero son puestos de trabajo, se escucha,
muy ufanos, a los empresarios, como las lentejas: Si quieres las comes y si no… Paradoja de la bonanza de Rajoy: por primera vez en décadas los
afortunados que disfrutan de un nuevo trabajo fijo y estable han descendido
peldaños en la escala social, incluso no llegan a fin de mes: demasiados lindan
con los umbrales
de la pobreza –que no son los de Jerusalén.
Crece el empleo,
es cierto aunque sea precario, pero las cifras del paro
juvenil (más del 40 por ciento de los desempleados) y de la emigración
de nuestros jóvenes sobradamente
preparados (el grueso de los casi 100 mil españoles que marcharon al
extranjero en 2015 se concentra entre los 20 y los 35 años, como se desprende
de la Estadística de Migraciones 5
que hace pública el INE) siguen
siendo crueles y vergonzosas.
LA BUENA VENTURA
Afortunadamente no
hay inflación y los índices de Precios al Consumo 6
han sido muy bajos o negativos durante estos años de desamparo, lo cual algo ha
endulzado las estrecheces y la devaluación salarial con la que se compensó el no poder
intervenir la moneda los bancos centrales de la Zona euro, ni activar la máquina de imprimir billetes, como se
acostumbraba en tiempos de la peseta.
En cambio, al otro
lado del Atlántico, la Reserva Federal norteamericana enseguida
reaccionó a su crisis y facilitó la circulación de enormes sumas entre los
grandes agentes económicos y financieros, a intereses muy bajos o sin ellos, engrasando
y acelerando su maquinaria. Una medida acertada a la que el Banco Central Europeo recurrió, más luego
y tarde, con éxito pero a remolque, por no decir a regañadientes, quizá por la renuencia alemana y de otras naciones
acreedoras. Así como también hubo de aceptar la compra, por fin y si fuere
preciso, de deuda soberana a los países socios del euro, aliviando las
turbulencias de la “prima de riesgo” que tuvieron a los españoles en un sin vivir constante durante varios años.
Afortunadamente,
los precios del petróleo han tocado mínimos (quién sabe por cuánto tiempo, ya que
vuelven a elevarse). Ha sido una suerte de agradecer, pues la dependencia energética española de los
combustibles fósiles es absoluta –aunque de esa buenaventura no
se hayan beneficiado proporcionalmente los conductores y transportistas en las
gasolineras–. Cuesta creer, en fin, que un país forzado a importar gas y petróleo castigue por la vía fiscal el aprovechamiento de fuentes de
energía alternativas –como la solar– para el consumo particular, si el usuario
está conectado a la red comercial y puede distribuir excedentes: lo llaman el impuesto al Sol.
En fin, puede
que la economía nacional crezca más del tres por ciento y lo haga muy por
encima de la media comunitaria, pero eso apenas lo han percibido las clases
medias (aunque el crédito vuelva a fluir, el consumo haya remontado y se estén
animando otra vez los mercados automovilístico e inmobiliario). Y en absoluto
las más desfavorecidas. Los personas que las habitan, es decir: la inmensa
mayoría de los españoles, lo que sí perciben en la vida cotidiana es una humillante
desigualdad.
PAGANOS DEL COTILLÓN
Porque son las
clases medias las que acarrean con el mayor sacrificio, no sólo por haber
tenido que rebajarse sus salarios o estar siendo contratadas con sueldos muy
bajos, sino porque también cargan con el mayor fardo de la demanda fiscal y del
paro. Las nóminas de los trabajadores por cuenta ajena y de los empleados y funcionarios
públicos, así como las cuotas de los autónomos, son la fuente casi única que alimenta, junto con la subasta de deuda, los
gastos corrientes del Estado y la Seguridad Social (cuya caja de imprevistos a
punto está de vaciarse, cuando aún rebosaba de caudales en 20117). A
ellos les afecta más que a los privilegiados el incremento del IVA (algo que no
estimula el consumo, pese a contentar a Bruselas y al FMI, y que es una promesa
traicionada del programa de Rajoy). Y del IRPF (hace poco suavizado pro campaña
electoral).
Los jubilados,
que también son contribuyentes, han visto casi congeladas sus pensiones, con
revalorizaciones del 0’25 por ciento (800 euros suben a 802: un
litro y medio de leche, dos o tres barras de pan y unas cuantas gominolas al
mes), cosa que no desmerece a lo que ya hiciera Zapatero. Al menos, los
funcionarios y empleados públicos han recuperado las pagas extraordinarias
perdidas. Sin embargo, la contención salarial fue absoluta en 2014: los sueldos no aumentaron nada;
y en 2015, un 1’7 por ciento. Nuevos datos publicados el pasado 16 de noviembre
no desdicen, sino que aclaran –por las aportaciones de otras variables en el
nuevo Índice de Precios del Trabajo (IPT)9 inaugurado por el INE– que el impacto de la
crisis (entre 2008 y 2014) fue mayor que el mostrado oficialmente hasta ahora. Todos
los medios de comunicación, escritos y audiovisuales, coincidieron al sacar
unas pocas conclusiones de este “artefacto” de los estadísticos que es muy
complejo y alambicado:
A) Esos “precios
del trabajo” se redujeron un 0’7 por ciento entre esos años; cayendo al -1’5%
en 2011; al -1’6% en 2012; y al -0’3% en 2013.
B) Durante ese
periodo de tiempo: 2008-2014, la “bolsa de la compra” se encareció un 10’7%.
Ergo C) El poder
adquisitivo de la mayoría de los españoles se vio reducido en un 10% durante la crisis.
Puede que sean
deducciones muy simplonas –van dirigidas a la gente, que es muy simple, ya se sabe– pero son muy elocuentes. Mientras
tanto, la deuda nacional10 ha ido superando
al PIB, algo más de un
billón de euros, y al paso que vamos, se tardará décadas en reducirla a un
razonable 30 por ciento.
Poco importa que
subir los impuestos al patrimonio, las sucesiones y donaciones, las rentas del
capital y a las grandes empresas/fortunas no vaya a proporcionar fabulosos tributos a la Hacienda pública (a
fin de cuentas, los más ricos disponen de un ejército de alquimistas fiscales
que prospera convirtiendo el oro en tinta invisible). Importa, no económica
sino política y moralmente, que la gran mayoría de contribuyentes deje de sentirse la
gran pagana del cotillón; o por ser más contemporáneos: la pagafantas del aquelarre… Cuando no la víctima propiciatoria a Mammon
(príncipe de los dineros en el Pandemonium
de John Milton). ¿Cómo explicarle a un parado mayor que el “rescate” de
su plan de pensiones no cotiza como un fondo de inversiones a largo plazo, sino
como renta del trabajo, con un tipo marginal que puede engullirse hasta la
mitad de lo atesorado con esfuerzo y trabajo… cuando, al mismo tiempo, los
afortunados socios de una Sicav tributan el 2 por ciento por sus ahorrillos
millonarios? Y eso que los planes de pensiones son, para los neoliberales, la
gran alternativa a la miseria en la vejez –y ya todos asumimos que el sistema
de pensiones, tal y como ahora se financia, está exangüe y en agonía.
Pues bien, el también
renovado ministro de Hacienda y Función Pública: Cristóbal Ricardo Montoro Romero, está
no menos orgulloso que su colega de Economía, –como él, bien relacionado en la
Comisión Europea; como él, hábil cirujano y negociador consumado, más simpático
y dado al chascarrillo, pero tan correoso ante los periodistas y parlamentarios–
de los logros conseguidos. Buen encajador, casi todas las mañanas el buen Montoro
se desayuna, junto con su cuenco de yogur griego con cereales, una buena taza
de wikileaks sobre grandes evasores en paraísos
fiscales. Y se le alebrestan los
somormujos, dicho sea por mérito y a la manera de don Luis Sánchez Polack (Tip), porque mucho más no puede hacerse con la exigua plantilla
de inspectores, serios y muy profesionales, de su abnegado Ministerio… excepto
grandes aspavientos de indignación ante las cámaras.
Aún así, Montoro
repite su coletilla preferida por si cuela o cuaja: “Recaudamos mejor que nunca,
hoy más que ayer pero menos que mañana” –tal cual rezaba la famosa Medalla del amor que se anunciaba en la
tele de Franco–. Ocurre que todavía nos situamos un seis por ciento
por debajo de la media europea. Y eso que damos ejemplo y lecciones. Incluso a
la hora de las amnistías fiscales, algo no exclusivo del PP, pues los
socialistas también las legislaron: un delincuente fiscal ni siquiera paga el
10% estipulado (sino un 3 por ciento), mientras que el Estado se embolsa
automáticamente porcentajes mucho mayores gracias al IVA y el IRPF que pagan
religiosamente las clases medias y los más desfavorecidos. Seguramente De
Guindos y Montoro acompañan a Rajoy y a los amnistiados a oír Misa y todos
comulgan felices, muy contentos, con sus salvadoras y muy pías ruedas de
molino.
La ciudadanía,
imprevisible y caprichosa, siempre desagradecida, se ha vuelto muy
desconsiderada con los próceres del bipartidismo imperfecto y ha multiplicado los
participantes del juego. Al parecer, su regla principal ha sido: “¡Pónganse de
acuerdo!”, lo cual resulta subjetivamente
claro y rotundo pero, objetivamente, ya
parece ambiguo y poco explícito: ¿Quiénes? ¿Y en qué? El problema se plantea
porque unas son las motivaciones del que vota; y otras son las de los jugadores
que viven o disfrutan de ello. Y la estrategia. En realidad, los electores no
la tienen ni cuando aplican el voto de
castigo, tampoco si se abstienen, porque la estrategia gobierna el juego
que unos pocos juegan en nombre de todos. Y es suya, de cada jugador.
Lo único cierto es
que los contendientes están condenados a “ponerse de acuerdo” para seguir en la
partida. Porque ésa es la regla. ¿Y a qué se juega, o a qué se ha estado
jugando? Eso ha dependido de cada uno de
los concursantes y al menos dos escogieron, primero, el milenario de damas, y
después, un póquer mestizo de mus: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias –no el ajedrez ni el escondite, como Rajoy.
EL “GANA GANA” Y EL “GANAPIERDE”
Cuenta
el Diccionario
en su entrada del verbo ganar una
manera que tiene el jugador de plantearse una partida a las damas: “Procurando ganar ‘todas’ las piezas del contrario” (es decir:
sin tablas, lo cual sería un empate; y sin derrotar al otro por contar mayor
número de piezas tras forzarle a la inmovilidad). Esta locución verbal explica,
en buena medida, la estrategia del joven profesor de Ciencias Políticas11 si se
considera que en las dos últimas convocatorias –y primeras en las que participa a nivel de gobierno nacional,
tras haberse colado en la Eurocámara– ha tomado como adversario de la partida a Sánchez y no al
entonces presidente en funciones.
Y al hacerlo, se
incluye en la cuarta y muy transitiva acepción del Diccionario: “Conquistar o tomar una plaza, ciudad, territorio o
fuerte”. El mayor empeño del líder de los indignados, capitán insurgente de una
justa y emotiva revuelta juvenil y asamblearia en contra de la corrupción, la
“vieja política” y la gestión económica de la crisis, desde luego populista, era
y sigue siendo el de convertirse, como primer paso, en el referente de la
izquierda española. Plaza fuerte que el PSOE ha dominado desde el comienzo de
la democracia (siempre muy por encima del PCE y luego, de IU) y que podría no
recuperarse de la noche a la mañana.
El líder de Unidos
Podemos ha jugado al “gana gana” con un confuso secretario general del PSOE, pues
éste se creía que el lance obedecía a otra versión de las damas –y del tute– por la cual: “el
que pierde… gana”. Segunda locución verbal, en este caso adversativa: el
“ganapierde”, que explica –así sea de forma oblicua– por qué Sánchez dijo:
“Hemos vuelto a hacer Historia”, nada más saberse los catastróficos resultados
electorales de su partido en diciembre, cuando aún obtuvo noventa diputados,
veinte menos que Rubalcaba (quien ya había perdido 59 en 2011, como se
recordará).
Aunque su
adversario real –más que una amenaza– fuera Pablo Iglesias, él no sólo pensaba que estaba
jugando al “ganapierde”, sino que también lo hacía contra el presidente en
funciones, quien durante la legislatura fallida no se había acercado al tablero…
porque lo suyo era el escondite, no las damas. O quizás una apertura que llaman “Defensa india de Rey” (la
cursiva porque nunca sabremos si el galaico Rajoy sabe jugar al ajedrez… aunque
se suponga, como el valor a los reclutas). Y por eso el pobre Sánchez confió
toda su estrategia a un “No es no, y qué parte del no es la que no entiende, señor Rajoy”, en la creencia de que ese fatal enroque –como desafío– le expulsaría del anhelado
sillón por el arte de su magia –cuando él mismo
era la pieza sitiada desde dentro y desde fuera del tablero.
¿Acaso él: jugador
de baloncesto en el Estudiantes; hincha del Atlético de Madrid; alumno de
Ciencias Económicas en la prestigiosa universidad privada Real Centro
Universitario María Cristina del Escorial (época en la que se afilió al PSOE,
allá por 1993)… Máster en Política
Económica de la CE por la Universidad Libre de Bruselas; diplomado en el Programa de Liderazgo para Gestión Pública
del IESE-Universidad de Navarra. Y luego profesor asociado de Estructura Económica e Historia del Pensamiento Jurídico en la
privada Universidad Camilo José Cela de Madrid… Acaso él, un hombre joven, tan
apuesto y deportista, decente y místico de la militancia como ducho en
Economía, no podía concitar a su alrededor el consenso de toda la oposición, para así desalojar a Rajoy del pazo de
marfil desde donde cavila y gobierna… tan a solas?
Pero Iglesias se
negó a apoyarle a no ser que formara gobierno con él de vicepresidente y tutor
del CNI. Y que además pusiera algunos ministerios muy sensibles bajo control de
Podemos, IU y En comú: Economía,
Interior, Educación, Sanidad, Defensa, Asuntos Sociales y uno de nuevo cuño –un poco estrafalario– de Plurinacionalidad,
así como la dirección de RTVE (finta escenificada en la primera rueda de
contactos con un Rey que no es el suyo, porque “nadie le ha votado”).
Pablo siempre fue transparente;
y aún más rotundo después de que Pedro –ya con el susto en el cuerpo– hubiera alcanzado
un extenso acuerdo con Albert Rivera, acuerdo que firmaron ambos dirigentes al
alimón (cosa que Rivera no hará tras el 26-J con Rajoy, al sellar otro pacto de
signo parecido, pero más moderado, con los resabiados populares). Pues bien, el
joven profesor de Ciencias Políticas12, la coletilla bien sujeta, apuntilló
a Sánchez en su capea de investidura. Había cambiado damero por tapete, fichas
por cartas y, muy crecido por las espectaculares predicciones de los sondeos
demoscópicos, Iglesias creyó tener la mano definitiva de la partida: elecciones
y sorpasso al PSOE –algo así como zarpazo político por sorpresa, que dicen los
italianos.
Pero no fue ése el
veredicto de las urnas y eso que las filas de los votantes estaban bien
nutridas de los que “no ganan ni para
comer” (la locución verbal más “social” del Diccionario, pues se refiere a “sustentarse
con el producto del trabajo”). Al coaligarse con IU, quizá se desvaneció el
embrujo o trampantojo de la transversalidad de Podemos: ¿Un neocomunismo interclasista? Además,
los carroñeros de la “canallesca” les estaban destapando a los fundadores del movimiento
algunos vicios nefandos de la “vieja política” (pellizcos en contratos dudosos,
contrataciones y negociados familiares, recientes patrocinadores en Irán y Venezuela).
Es decir, a medio plazo el tiempo empezaría a jugar en su contra por la
exposición a la realidad de algunas medianías procaces; por la agitación
interna de ambiciones particulares o regionalistas; y por la erosión de sus gobiernos
en aquellas grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Cádiz, donde
encabezan los ayuntamientos o apoyan.
Por no espantar a
los indecisos, Iglesias primero se había arropado bajo la sacrílega capa de la
socialdemocracia histórica (olvidando las lindezas con las que Lenin había despachado a la II
Internacional en La revolución proletaria
y el renegado Kaustky, opúsculo que Ulianov escribió en 1918 y que él ha
leído, como todo politólogo que se precie… tanto como ahora finge olvidarse de La enfermedad del izquierdismo en el
comunismo, escrito en 1920). Para luego ir en coalición con Alberto Carlos Garzón Espinosa, camarada
de militancia antisistema y nuevo líder de los comunistas de toda la vida;
quien había cosechado los peores resultados de la izquierda tradicional desde 1977: apenas dos diputados,
con algo más de novecientos mil votos (muy devaluados por la Ley D’Hont).
SUMAS, RESTAS Y OTRO REVOLCÓN
Unidos Podemos no
“sumaron” en junio, como así lo anticipó Iñigo Errejón
Galván, el quisquilloso colega universitario de Iglesias (y que además
compite con él siendo más lampiño y juguetón, pero inteligente y pragmático).
Aún así, quedaron exactamente igual que el 20 de diciembre: 69+2, aunque el
PSOE aún se dejara otros cinco diputados en la partida y Ciudadanos algunos más
–pero menos.
En efecto, porque
entre esa gresca o barullo ha querido mediar Albert Rivera con sus treinta y
dos diputados, a quien puede aplicársele en justicia la sexta acepción,
transitiva, que el Diccionario aplica
al verbo ganar y que parece la más
empática: “Captar la voluntad de alguien”. Y se dirán: ¿Para qué? A lo mejor,
para cumplir la supuesta regla de la partida: “¡Pónganse de acuerdo!”.
Rivera, joven
abogado con algo de experiencia profesional en La Caixa, prefirió dedicarse al waterpolo durante ocho años, pero sí
amplió sus estudios universitarios en Helsinki y Washington, contando con un
posgrado en Derecho Constitucional. Aunque
se le haya atribuido alguna simpatía o militancia con el PP, tal opción no resulta
creíble, pues se lanzó a la arena política, justamente, por la creciente
insignificancia de ese partido en Cataluña y por la deriva nacionalista de la
sucursal catalana del PSOE (deriva que lo ha ido alejando del electorado tras
las arriesgadas y no muy acertadas apuestas de Pasqual
Maragall Mira y de José Montilla
Aguilera). Cuando el lance de Pedro Sánchez fracasó por la negativa
de Podemos, Rivera repitió el intento, ahora con el PP tras las elecciones de junio,
aunque lo haya hecho sin ocultar su recelo por Rajoy, como tapándose las
fosillas nasales por su alergia a la corrupción.
Al final, Pedro
Sánchez, en la alevosa compaña de los socialistas catalanes y de algún que otro
barón emboscado tramó un órdago –máximo envite del mus– que sólo era un
típico farol de póquer: ligar una hipotética escalera de color
“progresista” con Unidos Podemos y Asociados (Compromís, Mareas, En comú, etc.) y los nacionalistas vascos y
catalanes (PNV, Bildu, PDC antes CDC, ERC, CUP). O los 180 noes contra la investidura de Rajoy en plena ebullición
soberanista. Jugada que le haría ganar
la Moncloa.
Y, así fuese entre
cortinas, envidó sin contar para ello, cosa suicida, con la sultana de Andalucía: Susana
Díaz Pacheco; ni con otros poderosos barones de su partido, pretéritos
y presentes, quienes consideraban que por esa vía el PSOE llegaría al final de
su historia, fagocitado por Iglesias y sus hordas populistas, tanto como por el
“derecho a decidir” de los nacionalistas –ya desbocados.
COROLARIO
En fin, de lo
corrido durante los últimos meses quizá pueden deducirse algunas conclusiones:
1) La cultura
política española, al parecer, nunca contempla una Gran Coalición (fórmula que puede prosperar en Alemania, por su
acrisolada obediencia, o en Suecia y otras monarquías nórdicas. Pero no en
Inglaterra, donde laboristas y conservadores sólo se sentarían juntos a
gobernar en caso de invasión; ni en la Francia republicana, pues socialistas y
democristianos o gaullistas tampoco lo han hecho nunca. En España, la tradición
política del PP y del PSOE y su razón de ser es gobernar siendo uno la opción
alternativa y complementaria del otro. Así pues, la opción PP-PSOE-C’s había
quedado desechada por mucho que la regla del juego hipotéticamente fuera:
“¡Pónganse de acuerdo!”
2) Más réditos habrían
obtenido, ahora, Sánchez y los socialistas si hubieran podido forzar un pacto
de investidura de Rajoy u otro candidato popular que garantizara las reformas, incluso constitucionales, que
demanda la sociedad española. El sagaz Santos Juliá ya advertía, poco antes del
desastre, que el “no” suele ser un buen principio para negociar, ¿por qué no?,
una tregua forzosa que posibilitara afrontar muchas tareas. Entre otras:
Crecimiento económico, sí, pero no a cualquier precio. Mejoras en la contratación
con sueldos de mayor calidad. Recuperación de la negociación colectiva y de los
balances y contrapesos efectivos entre empleadores y asalariados. Seguridad en
el trabajo. Bálsamo y ayuda para los más abatidos por la crisis. Un nuevo pacto
fiscal y de financiación autonómica que sea justo, equitativo y responda al criterio de solidaridad entre
los territorios, no sólo a demandas forales (que son una supervivencia del
medioevo). Ese necesario pacto educativo que garantice una
enseñanza pública de calidad. El reflote de la sanidad universal y un acuerdo
que oxigene y reavive el sistema de pensiones. Así como la preparación de una
reforma constitucional que ponga al día, no que destruya o debilite, el pacto
de convivencia que sellaron los españoles en 1978.
3) Por su parte,
la cultura tradicional de la izquierda española tampoco ha permitido una,
llamémosla así: Coalición Menor entre
PSOE y Ciudadanos, con la abstención de Unidos Podemos. Socialistas y
comunistas fueron siempre adversarios ideológicos: ya Felipe González
ninguneaba a Santiago Carrillo Solares
y éste pactaba con Adolfo Suárez… por no recordar, otra vez, la pinza de Anguita con Aznar. Si
difícilmente socialistas y comunistas podrían llegar a una coalición electoral,
¿cómo iban Iglesias y Garzón a permitirla entre PSOE y C’s?
4) Y ¿para qué?,
si al final el escrutinio de los hechos confirma que el más favorecido en esta
partida ha sido el atrevido galán televisivo de La Tuerka: Pablo Iglesias, pues la debilidad política, interna y
electoral de un PSOE hoy sin liderazgo (y que es consecuencia de la aventurera
y espasmódica gestión de Sánchez), le cede gentilmente la portavocía de la
izquierda al profesor de Ciencias Políticas… sin que le haya hecho falta dar el
sorpasso en las urnas, ni soltarse la
coleta. Es decir: se lleva la mejor tajada y además va a ser el Robin Hood de
la película.
5) Por su parte, tampoco
Rajoy va a sentirse cómodo en su sillón de la Moncloa y se rebullirá ante las
“impertinencias” de Ciudadanos y de los socialistas cuando toque negociar los
Presupuestos Generales del Estado, bajo la acechante mirada de los
nacionalistas, dispuestos a pescar en río revuelto, hasta que apriete el botón
atómico de una nueva convocatoria electoral, culpando a todos de verse obligado
a ello.
Y 6) Mariano
Rajoy parece poco o nada dispuesto a
aceptar que no ha ganado, en puridad,
las elecciones, sino que tiene que pactar y dialogar, lo que significa ceder en
temas como la Reforma laboral, la Lomce,
los supuestos más represivos y regresivos de la Ley Mordaza, etc. Algo que no le va a resultar aceptable porque él es un gobernante ermitaño que habita
solo y encalmado en su Pazo de la Moncloa. El pontevedrés apenas ha movido
ficha y fiel a sí mismo, ni se ha despeinado. Juega tan divinamente al
escondite, que hasta parece alta estrategia del sesudo juego de ajedrez.
Sin embargo, todo
lo dicho hasta ahora tampoco explica cabalmente por qué el PP de Rajoy ha
perdido tantos diputados a pesar de la boyante gestión económica y otros logros
de su quinquenio. Quién sabe, a lo mejor el ex presidente norteamericano William Jefferson Clinton, quien se
hacía llamar Bill, intentó explicarle a Mariano Rajoy esa tercera causa a la
que se aludía al principio de estas notas, durante la visita que le hizo el 21
de mayo de 2014.
Quizá Clinton le
dijo que su famoso lema: “¡Es la economía, estúpido!” 12 sólo sirve para desasnar a los políticos de
vocación estatista, pero no a los conservadores: porque ésa es la prioridad y la panacea de su acción política. El consejo
que le dio Clinton a Rajoy aquella linda tarde de
primavera quizá fue: “¡Es la empatía, Mariano!”, algo muy válido para la
instrucción sociopolítica del PP y de su presidente. Lo cierto es que Rajoy ha
gobernado con una psicopática falta de empatía y además ha sido incapaz, por lo
menos, de fingirla. Quizá algo imposible. Hasta su mentora, frau Angela Dorothea, le ha piropeado diciendo que “tiene piel de elefante”. Quizá ésta sea la causa de su descalabro, porque ya puede
ser bueno el cirujano y haberle salvado la vida a la nación entera, que muchos
rechazarán volverse a poner en sus manos…
pues opera y amputa sin anestesia.
A lo mejor, los españoles expresaban con su
“¡Pónganse de acuerdo!” que ya no ganan
para desaires ni para sustos y humillaciones de trileros ni matasanos (según la
locución verbal coloquial que el Diccionario
aplica al verbo cuando expresa: “Padecer con demasiada frecuencia una situación
desagradable o que no le compensa”). Y lo hacían con un sonoro: “¡Manda güevos!”
de estupefacción y enfado por tener que repetir su orden dos veces en las
urnas. Un improperio aprendido de Federico
Trillo-Figueroa y Martínez-Conde, el shakespeariano ex ministro de
Defensa y actual embajador en Londres, quien lo puso en valor cuando era
presidente del Congreso allá en los tiempos de Aznar.
NOTAS
5 Ver este enlace con la Encuesta de Población Activa del INE (Nota de Prensa del tercer
trimestre 2016) que desglosa los datos por edades, autonomías y otras variables.
Y hace gráficos comparativos con los años anteriores.
6
Exactamente emigraron 98.934 personas
(64.136 nacidas en España y 34.798 fuera de ella). Ver este enlace con la Estadística de
Migraciones 2015 del INE (Nota de Prensa), que desglosa
los datos y hace comparativas.
7
La inflación
ha sido muy baja, el Índice de Precios de Consumo nunca ha superado el 3% anual: 1,4% en
2008; 0’8% en 2009; 3% en 2010; 2’4% en 2011; 2’9% en 2012; 0’3% en 2013; -0’1%
en 2014; 0% en 2015; y 0’6% hasta octubre de 2016. El acumulado sería un 11’3% (desde diciembre
de 2008 hasta octubre de 2016); y la media de 1’255 por ciento interanual.
8
El Fondo de Reserva de la Seguridad Social (más
conocido como “Hucha de las pensiones” y que fue creado por el Pacto de Toledo
en tiempos de Aznar), rozaba los 67.000 millones de euros en noviembre de 2011,
cuando el PP volvió al poder. En junio de 2016 apenas quedaban 25.176. Vale
decir: este fondo se consumirá con las pagas extraordinarias de los
pensionistas de diciembre de este año y acaso de julio de 2017, si el actual
Gobierno tiene que volver a recurrir a él (como es lo previsible).
9
Véase este enlace con
el IPT
del INE
(Nota de Prensa que desglosa los datos y hace comparativas).
10
La Deuda Pública española alcanzó la cifra
de 1’095 billones de pesetas en marzo de 2016, lo que se hizo público en mayo.
11 Pablo Iglesias es el político
español que hoy combina mejor currículo con pedigrí. Su madre, María Luisa Turrión Santa Maria,
ha sido abogada del sindicato comunista
Comisiones Obreras (CC.OO.) y era nieta de uno de los fundadores de la Unión
General de Trabajadores (UGT) socialista. Su padre, Francisco Javier Iglesias Peláez,
fue militante de la organización terrorista Frente Revolucionario Antifascista
y Patriótico (FRAP) y a su vez, era hijo de Manuel Iglesias Ramírez,
socialista-humanista que fue condenado a muerte por los franquistas (pena luego
conmutada) tras la Guerra Civil. Uno y otro han mostrado su admiración y
orgullo porque Pablo Manuel no sólo lleva la “lucha obrera” en la sangre (militó
en la Unión de Juventudes Comunistas del PCE hasta los veintiún años); sino porque
también ha sido un chico aplicado, trabajador y tenaz, un alumno muy brillante:
estudió Derecho en la Universidad Complutense
con media de notable alto: 7’3, y luego Ciencias
Políticas y de la Administración, su vocación, obteniendo al licenciarse el
premio extraordinario (media de 9’22). Perfecciona sus estudios en el Centre of Latin American Studies de Cambridge;
se doctora en la UCM; hace un posgrado de Humanidades
en la U. Carlos III de Madrid y en Suiza obtiene otro en Artes y Comunicación en la European Graduate School. Siempre con
resultados sobresalientes. Además, ha sido uno de los profesores interinos más
populares y carismáticos de la facultad de Ciencias Políticas de la UCM. Chico
muy activo, ha formado parte de la fundación Centro de Estudios Políticos y
Sociales (CEPS), cuya aportación a la sustentación ideológica del régimen
político del general venezolano Hugo Chávez fue muy bien recompensada en lo
económico. Y también ha presentado y dirigido programas de televisión como La Tuerka (Tele K, Canal 33) y Fort Apache (Hispan TV, presuntamente
patrocinada por el régimen teocrático de Irán). Iglesias ha manifestado que hoy
“la gente no milita en los partidos, sino en los medios de Comunicación”, por
lo cual ha fundado su empresa Producciones Con Mano Izquierda.
12
En realidad, Clinton no acuñó ese lema, que
tampoco lo era, sino una indicación de las prioridades de su jefe de campaña: James Carville, cuando luchaba contra un casi
imbatible George Herbert Walter Bush. Carville prendía tres cartelitos con alfileres
en su tablero de corcho: “Cambio vs más de lo mismo”, “No olvidar el Sistema de
Salud” y algo impensable para un político del Partido Demócrata: “¡Es la
economía, estúpido!”. Ganaron las elecciones presidenciales en 1992.